lunes, 27 de noviembre de 2023

La existencia de Dios (o no)


     Para terminar nuestro repaso a la “metafísica” (μετὰ [τὰ] φυσικά), vamos a trabajar el concepto de “trascendencia” a partir de tres películas aparentemente diferentes, aunque podéis comprobar que las tres comparten una temática común. En primer lugar tenemos “Sin miedo a la vida” (Warner Bros, EEUU, 1993) de Peter Weir, un interesante drama sobre la supervivencia. Nuestro protagonista sufre una “experiencia cercana a la muerte” al verse envuelto en un aparatoso "accidente aéreo" del que "sale con vida" junto con apenas unos pocos pasajeros más, entre ellos una joven madre que pierde a su hijo recién nacido en el siniestro, y a la que nuestro protagonista tratará de ayudar. Os muestro el momento final de la película, cuando nuestro protagonista cae enfermo tras "ingerir unas fresas" (a las que es alérgico) y donde reconstruye en su memoria el "momento del accidente", cuando todos están “muertos de miedo” y él, tras mirar por la ventana y “ver el sol” (en una especie de "iluminación", que puede tener un sentido religioso: "la llamada de Dios"), descubre que se trata del final: “este es el momento de mi muerte”.

     La forma en que solemos enfrentarnos a la muerte puede variar. De hecho, nuestra propia disposición hacia la "experiencia de la muerte" modifica nuestra "forma de vida". Podemos suponer un Dios creador que nos ilumina, que nos bendice para que regresemos a casa, o bien podemos afrontar el final como un “juego”, como el movimiento final del juego que es la vida. Eso parece pensar el protagonista de la estimulante “El séptimo sello” (Svensk Filmindustri, Suecia, 1957) de Ingmar Bergman, un cruzado medieval (Max von Sydow) capaz de sobrevivir a las duras batallas por la conquista de Jerusalén pero que es "sorprendido por la muerte" de regreso a sus tierras. Ante la inminencia del final, el guerrero no se da por vencido y reta a “La parca” a una “partida de ajedrez”. Lo importante aquí no es tanto quien gana y quien pierde, sino el hecho de "no rendirse", de asumir el mando y tomar decisiones, de suplantar a Dios a la hora de decidir “cómo quiero vivir mi propia vida”.


     Esta misma escena parece repetirse de nuevo en el clásico de la ciencia ficción “Blade Runner” (Warner Bros, EEUU, 1982) de Ridley Scott, una película que plantea interesantes interrogantes. A principios del siglo XXI el planeta tierra, asolado por la lluvia ácida, ha dejado de ser un lugar confortable, por lo que los humanos se ven obligados a “colonizar otros planetas”, valiéndose para ello de la ayuda de "ciborgs" desarrollados genéticamente a los que se conoce como “replicantes”, que son utilizados como mano de obra esclava. Pero varios de estos replicantes consiguen escapar y regresar al hogar en busca de su “creador”, a la espera de respuestas: quieren saber "cuánto tiempo les queda de vida" (pues desconocen que han sido programados para durar sólo cuatro años). El problema es que en la tierra estos replicantes han sido declarados "proscritos" bajo pena de muerte, y que las unidades de policía especial “blade runner” tienen orden de disparar a matar en cuanto los vean (actividad que, por cierto, no se considera un asesinato, sino un “retiro”).

     Os muestro una escena terrible: Roy Batty (Rutger Hauer) el replicante metafísico que busca respuestas para dar sentido a su vida, se encara con el Doctor Tyrrell (Joe Turkel) el ingeniero genético que lo diseño (su creador: el “ojo envuelto en llamas” que vemos en el arranque de la película y que funciona como un icono, una representación ya clásica del "dios judeocristiano") y tras un pequeño debate sobre genética, el “hijo pródigo” que estaba perdido y ha regresado comprende que no puede vivir más allá de cuatro años, y que ni siquiera puede saber el momento preciso de su muerte (lo que, sin duda, humaniza a este “robot cibernético", y os recuerdo que la palabra robot procede del checo “robotnic”, que significa "esclavo"). Su reacción es verdaderamente drástica, pues se trata de un “deicidio” en toda regla: Roy mata a su creador ("extirpándole los ojos”), ese dios que le niega la eternidad y le castiga con “esta vida”, una vida corta, imprecisa, sin sentido. Y al matar a dios, le suplanta, reconociéndose a sí mismo como el nuevo dios: libre, todopoderoso, imparable… "hasta que la muerte le alcanza".

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