miércoles, 22 de noviembre de 2023

El sentido de la vida (y de la muerte)

     Una de las preguntas más recurrentes en el ámbito de la “metafísica” (μετὰ [τὰ] φυσικά) es la pregunta por el “sentido de la vida”. Este tema nos acerca a otro muy parejo, el de la “identidad personal”, del que tenéis algún ejemplo en esta misma bitácora, por ejemplo en el artículo “Máscara, identidad, sujeto” (en la etiqueta Valores cívicos y éticos), identidad que tradicionalmente se entendía como “espíritu” o “alma” (ligada por ello al ámbito religioso, que establecía el sentido de la existencia humana relacionándolo con la “acción divina”, como una consecuencia inevitable de un “plan cósmico” previamente delimitado del que el “ser humano” sería una pieza más… acaso la más importante de todas), y que hoy en día se relaciona, desde una perspectiva más “naturalista”, con la distinción “mente-cerebro”, desde la que se interpreta al hombre en su aspecto biológico y consciente. Será en el siglo XX cuando aparezca una nueva forma de definir el "sentido de la existencia", un renovado “humanismo” que entenderá que se pueden proponer "nuevos valores" con independencia de cualquier autoridad o revelación religiosa.

     Fijémonos en lo que le ocurre al protagonista de la reciente "Adaptation. El Ladrón de Orquídeas" (Columbia, EEUU, 2002) del director Spike Jonze, a partir de un guion de Charlie Kaufman (que en realidad es el propio protagonista, un guionista en plena crisis de creatividad que intenta adaptar una “novela inadaptable”). La pregunta es siempre la misma: “¿quién soy?” “¿Qué estoy haciendo?” “¿Cómo he llegado hasta aquí?”. Todo depende del significado que le demos al término “sentido”: tiene sentido todo lo que “persigue una finalidad” (que se propone cumplir una "meta" u "objetivo"), o bien lo que “significa algo” (que no es mera palabrería sin ton ni son), o lo que “vale la pena ser vivido", una acepción del sentido que es la que verdaderamente plantea el problema de la justificación de la existencia. Y las posibles respuestas serían tres: o bien “no hay sentido” y todo es azar, o bien hay un sentido de tipo “trascendente” que va más allá del ser humano, o bien hay un sentido pero es “inmanente” al propio ser humano, y que la “conciencia individual” podría resolver por sí misma.

     La idea de que la existencia y el mundo son "absurdos" es la que ha adoptado una de las corrientes de pensamiento más radicales en esta dirección: el existencialismo. Este movimiento parte de la idea de que el ser humano carece de “esencia” y, por tanto, tiene la necesidad de “autodefinirse” y de “autojustificarse”, pero no encuentra la manera de hacerlo, como parece ocurrirle al protagonista de nuestra película. Frente a ella se encuentra la posición "trascendente", propia de las religiones (aunque no exclusiva de ellas), que afirman que el sentido de la vida “rebasa la muerte", un sentido que el judaísmo, el islamismo y el cristianismo denominan “salvación”. La vida terrenal no tiene sentido por sí misma, sino solo en relación de continuidad con la “otra vida”, un futuro posible que se contempla como “promesa de felicidad plena”. La divertida “El sentido de la vida” (Universal, EEUU, 1983)  de Terry Jones (a la cabeza de los desternillantes Monty Python) juega con el concepto de vida que plantean dos familias abiertamente encontradas, una "católica" y otra "protestante".

     Para completar la terna, la idea de que la vida tiene un sentido “inmanente” puede apreciarse en la extraordinaria “Blade Runner” (Warner Bros, EEUU, 1982) del director Ridley Scott. Esta película es algo más que un simple film de ciencia ficción, una historia futurista de las que tanto abundan en nuestras carteleras actuales (de nuevo con un "ciborg" como protagonista, esta vez en tanto “antagonista” del personaje principal): es además un thriller, un western, una trama de cine negro, una historia de amor… y sobre todo, es un relato testimonial que habla de cómo "afrontar la vida" cuando somos consciente de nuestra propia finitud, de cómo “asumir la muerte” y el vacío que ésta supone, y de cómo “dejar este mundo” mostrándole una sonrisa a la muerte. El “replicanteRoy Batty (Rutger Hauer) moribundo, asediado por el policía que le pretende “retirar”, asume su propia muerte como algo “inevitable”, y en ese momento es “consciente”, quizá por primera vez, de la “belleza de la vida”, no sólo de su propia vida, sino de la de todos nosotros. Os dejo con su parlamento final, que es sobrecogedor: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais…”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario