El objetivo de la filosofía de Gottfried Wilhelm Leibniz (1646 a 1716) es concretar “una conciliación entre el mecanicismo científico de la época y la teología religiosa del cristianismo”, propósito que afrontará en su obra “Ensayo de Teodicea sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal” (Essais de Théodicée sur la bonté de Dieu, la liberté de l'homme et l'origine du mal) donde Théodicée significa literalmente “justificación de Dios”, invirtiendo los términos al uso: la “sustancia” (substance) debe encontrarse no en la “extensión”, sino en lo que él llama “acciones” (actions) o “fuerzas” (forces), ya que “la sustancia es un ser capaz de acción”. Más adelante, en la “Monadología” (La Monadologie), publicada de forma póstuma en 1720, desarrollará una "Ontología" sistemática completa, en la que primero enuncia los tres momentos de la “ontología general”, a saber: el “momento abstracto” o esencial, el “momento existencial” (que prueba por vía del dinamismo psíquico o la experiencia externa de la conexión entre los fenómenos) y el “momento gnoseológico” (en el que recapitula toda su metodología matemática y enuncia los principios del conocimiento); y con posterioridad despliega una “ontología especial”, en la que prueba las tres grandes ideas de la metafísica occidental (“Dios”, “alma”, “mundo”). La parte más apreciada por su pensamiento científico, sin embargo, será la “Cosmología”, que sintetiza de forma genial el orden inorgánico cartesiano en dos párrafos y abre un sugerente panorama del “mundo orgánico”. Por último, la “Psicología” constituye un tratado completo del hombre entendido como “espíritu” (tanto en sentido individual como social).
Leibniz introduce el neologismo “mónada” a partir del término “monas” (μονάς) que en griego significa “unidad”: “la mónada no es otra cosa que una sustancia simple, que forma parte de los compuestos; simple, esto es, sin partes”. Estas mónadas “son los verdaderos átomos de la naturaleza, son los elementos de que constan todas las cosas”. Las mónadas está “orientadas” desde su creación, no tienen movimientos internos, ni tienen ventanas por donde pueda entrar o salir algo de ellas. Es preciso además que cada mónada sea “diferente” de otra cualquiera, porque todas tienen cualidades intrínsecas que las diferencian entre sí. Pero a la vez, las mónadas son “iguales” porque son simples y porque cada una de ellas es un “espejo” del universo: contiene en sí misma, a modo de “representación”, al mundo en su totalidad, lo que significa que el contenido posible de todas las representaciones de cada una de la “infinitas mónadas” es el “mismo” en todas ellas, y que la diferencia está solo en el grado de “claridad y distinción” de estas representaciones.
Para explicar esto, Leibniz recurre al “dinamismo psíquico” y distingue en cada mónada dos tipos de “facultades”: la facultad “perceptiva” (pues los cambios son “representaciones psíquicas” de distintos grados) y la facultad “apetitiva” (pues toda acción procede de este “principio interno”). En realidad, toda mónada es una “vis” o “fuerza” en virtud de la cual tienen lugar los movimientos del mundo, pero en este cosmos de Leibniz el ciego choque de los cuerpos se transforma en “realidades psíquicas”: cada mónada es “autosuficiente” porque es “sujeto” y, de acuerdo con el racionalismo, todo lo que se dice de un sujeto está ya contenido en su concepto mismo. Ocurre simplemente que las mónadas están siempre en un estado concreto (“percepción”) y a la vez están en tránsito dinámico hacia el estado siguiente (“apetito”). Hay dos clases de mónadas, en función del nivel de sus representaciones: las dotadas de “pequeñas percepciones”, que yacen en un estado inconsciente, y las dotadas de “apercepción”, que implican una toma de conciencia del estado anterior (una cierta “memoria”).