jueves, 30 de diciembre de 2021

Las relaciones entre la razón y la fe

     De los muchos ejemplos que ha aportado el cine sobre la época medieval, sin duda uno de los más interesantes es “El nombre de la rosa” (WB 1986) del francés Jean-Jacques Annaud, basado en la novela homónima del filósofo italiano Umberto Eco, un notable ejercicio de estilo de uno de los mayores especialistas en filosofía medieval del que se tiene noticia. El relato tiene lugar en una recóndita abadía del norte de Italia, hacia mediados del siglo XIV. Ya hemos visto en clase que es esta una época de renovación intelectual: la Escolástica, como forma de educación cristiana integral, ha entrado definitivamente en crisis. La película cuenta la historia de Guillermo de Baskerville, trasunto de Guillermo de Ockham (1280 a 1349), con el que Eco quiere que comparta el nombre (y para dejarlo más claro, toma el apellido de la novela “El sabueso de los Baskerville” (1901) de Sir Arthur Conan Doyle, la primera obra en la que aparece el personaje de Sherlock Holmes, con el que nuestro protagonista tiene notables similitudes, en especial en la utilización del “método inductivo”). El tal Guillermo (Sean Connery) es testigo de una serie de “hechos asombrosos y terribles” que su inteligencia racional y empírica no puede evitar desentrañar.

     Sólo por admirar el ambiente que rodea a la película, la "autenticidad de los lugares", la "dramatización de los personajes" y el "rigor histórico" con que se muestra esta época convulsa y fascinante, merece la pena verla: fijémonos en la recreación de la abadía, con los distintos lugares de uso: la iglesia, el coro, el claustro, la biblioteca, la herboristería, la huerta, la cocina…; pero también en los modos y ademanes de los personajes: el abad, los escribanos, los novicios, la gente del pueblo que paga los diezmos…; además de los objetos, los vestidos, los libros… y por supuesto las conversaciones. Aunque el argumento principal se centra en la resolución de una serie de "enigmáticos crímenes" (en torno a la posesión del libro II de la “Poética” (Περὶ Ποιητικῆς) que Aristóteles dedica a la "comedia", y del que no se tiene constancia), la película desarrolla una interesante polémica entre los monjes dominicos y los monjes franciscanos, orden esta última que predica la "pobreza de Cristo" y asume esa misma pobreza para "la Iglesia" (algo que los dominicos no están dispuestos a tolerar, por lo que llegarán a acusar a los seguidores de Francisco de Asís de herejes). Junto al inicio de la película, podéis consultar estos dos interesantes videos: “La risa” y “El juicio”.

     Estos dos ejemplos pueden servir de muestra para comprender las delicadas “relaciones entre la razón y la fe”, tema central de toda la filosofía escolástica. Recordemos que, mientras los averroístas se acogían a la teoría de la “doble verdad” al afirmar que la “verdad teológica o de fe” y la “verdad filosófica o de razón” son dos principios irreconciliables, los tomistas insistían en que es posible establecer una conexión entre ambas, los llamados “preambula fidei”, suerte de “verdades mixtas” (que permitirían explicar la “inmortalidad del alma” o la “eternidad del universo”) accesibles tanto por medio de la fe como a través de la razón, con lo que se salva la polémica asegurando el conocimiento de Dios desde los dos enfoques metodológicos.

     Como sabemos, Guillermo de Ockham y la tradición crítica del siglo XIV renegará de tales presupuestos tomistas, volviendo a asumir que la fe y la razón no pueden intersectar jamás, puesto que tratan de temas completamente diferentes. Para Guillermo, la fe sostiene sus premisas en un “mundo sobrenatural”, mientras que la razón sostiene sus premisas en la “naturaleza” y el “conocimiento intuitivo sensible certero”: ambos pertenecen a planos epistemológicos distintos, y no tiene sentido que la fe busque en la razón justificación o argumento, sea este del tipo que sea; de hecho, las “verdades comunes a ambas” que postula el tomismo serán consideradas "indemostrables racionalmente", por lo que solamente podrán ser objeto de "fe religiosa".

     La película nos sirve además como excusa perfecta para introducir el pensamiento de Tomás de Aquino (1225 a 1275), quizás el más representativo de los teólogos vinculados a la Escolástica. Si bien Alberto Magno (1193 a 1280) fue el primer pensador medieval que distinguió entre el “pensamiento teológico” y el “saber científico y filosófico” (centrado en cuestiones mundanas y atento al mundo natural, siguiendo la teoría del conocimiento de Aristóteles), a Tomás le corresponde sistematizar este “desafío griego”. En “Suma de teología” (Summa theologiæ) vindica para la teología el carácter de “ciencia”, si bien en la medida en que sus “premisas” dependen de la “revelación”, pues se trata de una ciencia subordinada a la “ciencia divina”: la filosofía goza de autonomía, garantizada por la estructura de la mente humana, pero es capaz de alcanzar la verdad porque “Dios lo quiere”. En lo tocante a la "demostración de la existencia de Dios", dividió la prueba en tres grandes grupos: “a priori”, inferencias que van de la causa al efecto; “a simultaneo”, argumentos que van de un atributo de la esencia divina a otro; y “a posteriori”, razonamientos que van del efecto a la causa y que Tomás sintetiza en las archiconocidas “Cinco Vías” (Quinque viae), que parten de cinco “principios generales” que rigen el orden de los fenómenos y, por prohibición de regreso al infinito, constatan la existencia de cinco entes, que en realidad son el mismo: “Primer motor inmóvil”, “Causa eficiente primera”, “Ser necesario”, “Causa de todas la perfecciones” y “Suprema inteligencia”… y concluye: “y esto es a lo que todos llaman Dios”.

     Pero ya que hemos hablado de Guillermo de Ockham, convendría echar un vistazo a una de sus aportaciones más relevantes, la llamada “Navaja de Ockham”, un principio metodológico de enorme modernidad que se conoce también como “principio de economía”, determinante para el desarrollo de la ciencia posterior, que dice así: “entia non sunt multiplicanda praeter necesitatis”, lo que dicho de otro modo significa que “dadas dos explicaciones para un mismo hecho, la más sencilla siempre es la correcta” (a tal efecto, conviene consultar también los enlaces en los que Guillermo resuelve los crímenes de la abadía: “Primeras deducciones” y “Conclusiones finales”). La reciente “Contacto” (WB 1997) de Robert Zemeckis, a partir de un relato de ciencia ficción de Carl Sagan, trabaja sobre este presupuesto. La joven científica de la NASA Eleonor Ann Arroway (Jodie Foster) estudia el cielo en busca de una posible señal de vida inteligente fuera de nuestro Sistema Solar, cuando recibe una misiva extraterrestre en la que, en lenguaje matemático, se ofrecen los planos para la construcción de una nave espacial capaz de transportarla a otra galaxia. Construida la nave, nuestra científica viaja en el espacio durante “unas 18 horas”, pero al volver se entera de que la nave no se ha movido de su sitio. Por tanto: ¿qué es más sensato, pensar que ha viajado en el espacio, como ella cree, o que todo ha sido una ilusión, como creen todos los demás? El final de la película nos tiene reservada una pequeña sorpresa… que no os revelo para no estropearos su visionado (consúltala en este enlace).

martes, 21 de diciembre de 2021

El imparable ascenso del Islam


     El Islam (الإسلام) o “sumisión” es una “religión monoteísta” de culto a Alá (الله) fundada por Abū l-Qāsim Muḥammad ibn ‘Abd Allāh ibn ‘Abd al-Muṭṭalib ibn Hāšim al-Qurayšī, conocido como Mahoma (570 a 632), como una fusión de diferentes elementos judeo-cristianos y tradiciones árabes que el profeta interpreta de modo personal, y cuya dogmática fundamental queda recogida en el “Corán” (القرآن) o “recitación”, su libro sagrado, y que se sustenta sobre “cinco pilares” (أركان الإسلام): la “profesión de fe” o “shahada” (شهادة), la “oración” o “salat” (صلاة), la “limosna” o “azaque” (زَكاة), el “ayuno” o “sawm” (صَوْم) y la “peregrinación a La Meca” o “hajj” (حَجّ), a los que algunos musulmanes añaden un sexto pilar, la “yihad” (ﺟﻬﺎﺩ‎) o “esfuerzo en defensa de la fe”. Precisamente, la huida de Mahoma desde La Meca hacia Medina (“Medinat el Nabi”, que significa “Cuidad del profeta”) el 15 de julio del año 622 de la era común, marcará la “Hégira” (هِجْرَة‎) o punto de partida del calendario islámico, que permite el arranque de una primera expansión religiosa y militar por la región de Hiyaz. Tras la muerte del profeta, sus sucesores, los llamados “Califas” (خليفة), continúan esta expansión en medio de fuertes turbulencias y rebeliones entre “sunníes” y “chiíes”. Tras la muerte del Califa Ali ibn Abi Tálib (marido de Fátima az-Zahra, la hija predilecta de Mahoma) se instaura un régimen monárquico hereditario con la dinastía de los Omeyas, lo que coincide con el mayor momento de expansión y esplendor del “Imperio islámico”, caracterizado por una notable tolerancia religiosa, la asimilación de la cultura bizantina y una estructurada organización política: bajo el “Califa” estaba el “Vali”, gobernador en cada provincia, y a su lado el “Emir”, en tanto que jefe militar.

     Para conocer un poco más la historia del surgimiento del Islam, os propongo el visionario de esta película, ya clásica, titulada “El Mensaje (Mahoma, mensajero de Dios)” (Coproducción Líbano-GB-Libia 1979) de Moustapha Akkad, interesantísima obra que recoge algunos de los aspectos fundamentales de la vida del profeta desde que decide refugiarse en una cueva para comenzar sus primeras reflexiones (y donde tiene sus primeras “revelaciones”), hasta su muerte a la edad de 63 años, pasando por la huída a Medina. Podéis consultar la película completa en este enlace, en el que se advierte el inicio de los primeros “ritos islámicos”, con la construcción de la primera “mezquita” o “masŷid” (مسجد) y la primera llamada al rezo, además de la definitiva conquista de La Meca (مكة المكرمة‎) o “Ciudad Santa del Islam”. La película se muestra muy respetuosa con el sentir islámico: recordemos que, de acuerdo con las creencias musulmanas, Mahomano puede ser representado”, ni su voz puede oírse (norma que se extendió a sus siete esposas, sus hijas y sus yernos), por lo que, cuando Mahoma estaba presente o muy cerca, se optó por sugerir su presencia con una suave música de órgano, y sus palabras eran repetidas por otra persona, y cuando la escena requería su presencia obligada, esta se desarrolla desde su punto de vista (lo que se logra con el uso de la “cámara subjetiva”), mientras los otros personajes asienten ante el diálogo no oído.

     En este contexto cultural que acabamos de describir tiene comienzo la “filosofía islámica”, que culminará con el desarrolló de un poderoso “pensamiento hispano-musulmán”. Surgen aquí figuras como Abū Yūsuf Ya´qūb ibn Isḥāq al-Kindī (800 a 873), primer receptor del legado griego aristotélico, que mostrará especial interés por los problemas relativos al “entendimiento agente” y propondrá una concepción de la filosofía como “medio para el acercamiento a Dios”. La tradición continúa con Abū Naṣr Muḥammad ibn al-Faraj al-Fārābī (872 a 950), que une influencias aristotélicas y neoplatónicas para elaborar un sistema filosófico-teológico que permita demostrar la existencia de Dios desde la necesidad de un “primer motor como acto puro”, que identificará con “lo Uno” plotiniano; será además el primer autor en postular explícitamente la “contingencia del mundo”, lo que obligará a una separación tajante entre “esencia” y “existencia”. En esta línea de análisis nos encontramos también a Abū ‘Alī al-Husayn ibn ‘Abd Allāh ibn Sĩnã (980 a 1037), conocido por los latinos como Avicena, que desde la distinción precedente establecerá una dicotomía entre “Ser necesario” (Dios) y “seres posibles” (criaturas): el autor considera al “Dios-Uno” como “inteligencia primera”, que crea el mundo por un “proceso de emanación” absolutamente necesario y no dependiente de su “voluntad” (pues su propia esencia conlleva la necesidad de la creación, que afecta también a los seres creados, “necesarios en virtud de una causa”).

     Esta tradición filosófica islámica se perpetúa en la península ibérica, el Al-Andalus (الأندلس) bajo el esplendor del Califato de Córdoba, donde destacará sobremanera la figura de Abu´l-Walid Muhammad Ibn Ahmad Ibn Rusd (1126 a 1198), al que los latinos llamarían Averroes, que culminará la filosofía árabe y anticipará las más osadas ideas del pensamiento occidental independientes de todo postulado teológico. Averroes insiste en que la filosofía conduce al saber, y que solo por esto queda legitimada, sin necesidad de “concesiones teológicas”, pues opera desde otra estructura. A esto se le conoce como teoría de la “doble verdad”: desde la eternidad (desde el punto de vista de Dios), “el mundo es contingente y posible”, pero para el ser humano históricamente dado es “eterno e inherente a su causa”. El saber metafísico, por tanto, posee una certeza mayor que el saber físico, si bien este último resulta útil, pues permite interpretar los “fenómenos del mundo sensible” y el “movimiento o cambio”, que exigen la existencia de un “primer motor” (en tanto que “causa eficiente” a la que deben remontarse los movimientos materiales). La estricta necesidad lógica de la existencia de esta causa suficiente para nuestros actos (físicos y psíquicos) resulta evidente como “realidad intelectual que rige todo el mundo físico”, sin necesidad de buscar sus raíces en la supuesta “voluntad bondadosa” de Dios que postulan los agustinistas.

     Y aunque estamos hablando de filosofía islámica, no está de más comentar algo al respecto de los dos autores judíos más importantes de la Edad Media, por cuanto ambos nacieron en España y escribieron sus obras más importantes en lengua árabe. El primero de ellos es Salomón Ibn-Gabirol (1025 a 1058), llamado por los latinos Avicebrón, quien trata de conjugar las doctrinas aristotélicas con la fe judía al sostener que todo ser alcanza la “existencia” en la unión de la materia y de la forma gracias a la “voluntad de Dios”. Por materia no ha de entenderse la corporeidad, la cual solo es una forma determinada de la materia, sino la pura potencialidad de adquirir la forma, de modo que sólo con la unión de ambas se obtiene la existencia. El segundo de nuestros pensadores es Moshé Ben Maimón (1135 a 1208), que ha pasado a la historia como Maimónides, quien postula una “teología negativa” (en la misma línea que Agustín de HiponaPseudo-Dionisio Areopagita) al sostener que solamente puede hablarse de la “esencia” de Dios mediante negaciones (pues las afirmaciones se refieren únicamente a sus efectos, pero no a su esencia). Es autor de la conocida “Guía de perplejos” (دلالة الحائرين) donde se dirige a aquellos que por su ocupación con la filosofía han perdido la fe y les muestra cómo la pueden recuperar por mediación de la ciencia, llegando a afirmar que “si los pasajes bíblicos contradicen los acontecimientos físicos, entonces han de ser interpretados alegóricamente”, una tesis de una modernidad fascinante.

     Las tesis de Averroes encontrarán amplio eco en la “escolástica cristina”, sobre todo de la mano de Sigerio de Brabante (1240 a 1285), iniciador del llamado “averroísmo latino”, cuyas ideas sobre la “doble verdad” serán rápidamente contestadas por los dominicos Alberto Magno (1193 a 1280) y Tomás de Aquino (1225 a 1275). Pero la amenaza que suponía el Islam, y la consiguiente necesidad de combatirla, no se quedó en meras discusiones teológicas, y obligó a diferentes papas a proponer una serie de campañas militares, las Cruzadas (que se libraron durante un período de casi 200 años, entre 1095 y 1291), con el objetivo específico de restablecer el control cristiano de Tierra Santa, La Primera Cruzada arrancará en 1074, cuando el papa Gregorio VII llama a los "soldados de Cristo" (milites Christi) a acudir en defensa del Imperio bizantino, lo que se concretó con la toma de Jerusalén por Godofredo de Bouillon en el año 1099. En la Segunda Cruzada participaron importantes reyes de la cristiandad, encabezados por Luis VII de Francia y por el emperador germánico Conrado III. La Tercera Cruzada, recreada recientemente en la película “El reino de los cielos” (20yh Century Fox 2005) por Ridley Scott, se opuso a la hegemonía en Egipto del poderoso Saladino, y finalmente la Cuarta Cruzada, proclamada en 1199 por el papa Inocencio III, intentó aliviar la situación de los “Estados cruzados” tras las anteriores escaramuzas. Con posterioridad se dieron una serie de “cruzadas menores” (Quinta Cruzada, Sexta Cruzada, Séptima Cruzada y Octava Cruzada), y aunque algunos papas intentaron predicar nuevas cruzadas, ya no se llevó a efecto ninguna más.

sábado, 18 de diciembre de 2021

De la esencia a la existencia de Dios


     Se conoce con la expresión genérica de “literatura patrística” a los escritos cristianos de los primeros siglos que ayudaron a la elaboración de una primera doctrina cristiana, y cuyas ideas han sido asumida por la Iglesia. La Patrística tendrá como misión elaborar una “terminología religiosa precisa y unificada” que le permitiera acabar con las interminables disputas entre las inúmeras sectas cristianas de la época (“gnósticos”, “maniqueos”, “arrianos”, “donatistas”, “pelagianos” y “nestorianos” entre otros). A estos primeros autores cristianos se les conoce como “Padres de la Iglesia”, y se suelen diferenciar conforme a tres etapas de actuación: hasta el año 200 destacan los llamados “Padres apologetas” (Justino, Taciano, Ireneo, LactancioClemente y Tertuliano); los años 200 al 450 comprenden la conocida como “Patrística media” (Orígenes, GregorioAmbrosio, JerónimoAgustín); finalmente, a partir del año 450 la relevancia filosófica de la patrística comenzará a declinar (Boecio, Isidoro, Beda) quizás con la excepción del enigmático Pseudo Dionisio Areopagita. Desde el origen del cristianismo, tanto en el periodo romano como en el medievo, se reprodujo continuamente un conflicto entre la “religión” y la “filosofía”, conflicto que partió siempre del cristianismo, una vez que este fue reconocido como “religión oficial del Imperio” gracias al “Edicto de Tesalónica”, sancionado por Teodosio (347 a 395), y pudo al fin imponer por la fuerza su “ortodoxia” (ὀρθοδοξία).

     Un buen ejemplo de este conflicto entre “cristianos” y “paganos” lo encontramos en el arranque de la película “Ágora” (Himenóptero 2009) de Alejandro Amenábar, que muestra los enfrentamientos entre ambos bandos en la Alejandría del siglo IV de nuestra era. Aunque la película desarrolla la vida y obra de la matemática, astrónoma y filósofa Hipatia de Alejandría (355 a 415), ejecutada a manos de los cristianos por su negativa a aceptar los dogmas de las Escrituras, lo más interesante de la cinta es precisamente el clima de enfrentamiento y desorden entre las dos facciones. El contacto entre ambas posiciones fue decididamente hostil, y es lógico que así fuera, dadas las profundas discrepancias existentes entre las “doctrinas filosóficas griegas” y las “creencias dogmáticas cristianas”. Inicialmente, el cristianismo se opuso radicalmente a la filosofía, y la filosofía, a su vez, atacó duramente al cristianismo. Pero posteriormente se produciría un proceso de asimilación de la filosofía griega por parte de los pensadores cristianos, que permitió que la nueva religión se formulara en un “cuerpo doctrinal” a partir de conceptos “básicamente platónicos”, y ello por dos razones: en primer lugar, porque la corriente platónica (definitivamente impulsada por el neoplatonismo) era la más vigorosa y dominante de la época; en segundo lugar, porque era la que ofrecía mayores semejanzas con la doctrina cristiana que estaba en germen.

     Entre los siglos II al V, los primeros Padres de la Iglesia reaccionaron de modo diverso ante la filosofía, y como resultado cabe hablar de tres tendencias, que pueden resumirse como sigue: “concordancia entre cristianismo y filosofía” (utilización de la razón desde la fe, así Justino y Clemente); “irracionalidad de la fe cristiana” (la fe no necesita justificación racional, así Taciano y Tertuliano); y “racionalización de la fe cristiana” (reducción de la fe a los límites de la razón, así las corrientes arriana (Arrio) y gnóstica (Carpócrates) que, como hemos dicho anteriormente, fueron declaradas heréticas). La figura más destacada de la época será el numidio Agustín de Hipona (354 a 430) quien no plantea una demarcación clara entre “razón y fe”, tema que aparentemente no le preocupa demasiado, si bien distingue entre el conocimiento de las reglas eternas del mundo (“scientia”) y el verdadero conocimiento de Dios (“sapientia”). Agustín tampoco verá la necesidad de probar la existencia de Dios (dada la evidencia que nos proporciona la fe), como hará Tomás de Aquino (1225 a 1275), y se centrará sobre todo en determinar “qué es Dios” (cual es su “esencia”), tratando de dar respuesta a su “naturaleza trinitaria”, además de afrontar problemáticas como la “existencia del mal” en el mundo (tanto moral como físico) y la justificación del “libre albedrío” del ser humano.

     Agustín será considerado el “gran maestro” durante toda la Alta Edad Media en materia de lucha contra la herejía, al afirmar la “unidad de la Iglesia” y el “fundamento critológico de los sacramentos”. Llegará a dar incluso una lista, por orden creciente de maldad, de los futuros condenados: “paganos”, “cismáticos”, “judíos” y “herejes” (a los que hay que llamar a volver a la Iglesia, primero por la persuasión y, si no se dejan, por la violencia). Nuestro autor manifestó una abierta hostilidad hacia la ciencia antigua y hacia el conocimiento del mundo natural, pues este solo sirve si ayuda al conocimiento de las Escrituras (lo que no suele pasar frecuentemente). Pero frente a Tertuliano (que postula una fe irracional), afirma que “la fe necesita de la razón” y propone una mutua colaboración entre ambas: “la fe debe preceder a la razón” dando los primeros principios evidentes (por “iluminación divina”) para elaborar una interpretación coherente de los datos de la experiencia. A partir de los primeros principios de la fe, la razón debe deducir verdades por si misma, pues la afirmación de la “verdad revelada” es el punto de partida para poder comprender. Pero por otro lado “la razón debe preceder a la fe”, demostrando la necesidad de creer y probando la verdad de lo creído. Agustín, a menudo irónico, respondía a los racionalistas: “Cree para comprender” (Crede ut intelligas) y a los fideístas: “Comprende para creer” (Intellige ut credas).

     Este mismo punto de vista será el adoptado por Anselmo de Aosta (1033-1109) arzobispo de Canterbury, al tratar de demostrar por la razón las verdades de la fe. Anselmo será el primero en mostrar un punto de moderación entre el rigor lógico de los filósofos y la intransigencia ciega de los teólogos, al comportarse como un “dialéctico” que valora la “gramática” y la “lógica” como “artes que enseñan a discutir y a pensar”, pues lo que se busca son “razones necesarias” para entender lo que se cree. Su famoso lema “la fe en busca de la inteligencia” (fides quaerens intellectum) sigue la línea agustinista de “armonía entre razón y fe”: la fe continúa siendo el punto de partida de la búsqueda intelectual, pero esta fe debe ser explicada por la “luz natural de la razón”, y hay que esforzarse en comprender lo que se cree. Por eso Anselmo parte de la fe para “demostrar a Dios por la razón” y se dirige al incrédulo, que no es más que un necio, pues niega lo que admite en su conciencia, quedando atrapado en la contradicción dialéctica. “El cristiano puede avanzar por medio de la fe hacia la inteligencia; no llega por el entendimiento hasta la fe, ni se aparta de esta si no la entiende… sino que cuando puede alcanzar la comprensión, se deleita, y cuando no puede, venera”. A tal efecto, Anselmo echará mano de su célebre “argumento ontológico”, un razonamiento apriorístico que se basa únicamente en premisas analíticas y necesarias para concluir que Dios existe.

     Para ejemplificar algunas de estas ideas, vamos a remontarnos un poco en el tiempo hasta la catástrofe aérea del Fairchild 227 ocurrida en 1972 en la cima de los Andes chilenos, que ha sido recogida por Piers Paul Read en una novela titulada “Alive: The Story of the Andes Survivors”, que a su vez dio lugar a dos notables películas, de las que destacamos la versión de Frank Marshall (Touchstone 1993) titulada precisamente “¡Viven!”. La vuelta a casa de estos héroes fue verdaderamente dramática, un contraste entre la alegría por su regreso y la tristeza por el reconocimiento de su “humanidad” (recordemos que se vieron obligados a practicar la “antropofagia” para sobrevivir, motivo por el cual fueron duramente criticados por muchos y despreciados por algunos). Uno de los supervivientes, Carlitos Páez (John Malkovich), da inicio a la narración de la película con una explicación de los sucesos realmente interesante: “La carencia de lujos materiales nos elevó a otro plano de la existencia, en el que fuimos conscientes de un plan espiritual superior”. Es entonces cuando comprende que Dios permanece escondido tras todo lo que nos rodea, tras las distintas “máscaras de la civilización”, y que es necesario desvelarlo, más allá de lo que nos enseñaron desde pequeños, en la escuela, pues es preciso volver a buscar de nuevo, encontrar su esencia: “Fue a Dios lo que encontré en aquella montaña”.

domingo, 12 de diciembre de 2021

Del mesías judío al dios de los cristianos


     La aportación más significativa de la "civilización romana" al mundo de la filosofía, al margen de los desarrollos tardíos de los pensamientos platónicos, aristotélicos, estoicos y epicúreos, fue sin duda la irrupción del cristianismo, no solo como nueva forma de “culto oficial” dentro del Imperio romano, sino como verdadera propuesta filosófica aglutinadora de ideas procedentes de otros sistemas, sobre todo de Platón y Aristóteles. Será conveniente, por tanto, echar un vistazo primero a la figura de la que parten todas estas ideas, un judío del siglo I de “inspiración socrática” conocido como Jesús de Nazaret (4 a.n.e. a 30) llamado Cristo (Χριστός), “el hungido”. Y lo cierto es que no se sabe con certeza quién fue Jesús, ni qué hizo, qué dijo o en qué creyó. Al igual que Sócrates, no dejó nada escrito, por lo que todo nuestro conocimiento depende de las interpretaciones que se hicieron sobre su figura después de su muerte. Aparte de menciones esporádicas en Flavio Josefo, Tácito, Suetonio y Plinio el Joven, además de en el “Talmud” (תַּלְמוּד), la fuente principal de su vida y obra son los “Evangelios” (εὐαγγέλιον), que se redactaron a finales del siglo I, alrededor de cuarenta años después de los hechos que se retratan y cuando su doctrina ya había desbordado el marco judío.

     Por otro lado, gran parte de la “doctrina cristiana” estuvo consagrada a la comprensión teológica de su supuesta y mítica “naturaleza divina”. Desde el Concilio en Nicea (en el año 325 contra Arrio), que proclamó que “el Verbo era consustancial con el Padre”, hasta el Concilio de Calcedonia (en el 451 contra Eutiquio), que defendió la “doble naturaleza, divina y humana, de Cristo”, la “ortodoxia” (ὀρθοδοξία) cristiana no definió los dogmas” (δόγμαfundamentales de su fe. La multiplicidad de “herejías” (αιρεσις) que jalonan polémicamente este misterio teológico alienta todavía la posibilidad de que aún hoy siga inspirando revelaciones personales y heterodoxias sin cuento. No parece probable que Jesús proclamara públicamente ser el “Hijo de Dios” anunciado por los profetas de Israel, es decir, en el seno del “monoteísmo judío”. Sin embargo, el hecho de anunciar a sus seguidores de Galilea que con su persona había llegado la hora del cumplimiento de las profecías bíblicas de que “el reino de Dios está cerca” (Marcos 1,15) ha permitido sostener distintas hipótesis alternativas: la de algunos de los “Evangelios apócrifos”, que presentan a Jesús como un poderoso “mago jashid” que habría aprendido el arte de la curación y la prestidigitación entre los egipcios (motivo por el cual congregaba a multitudes a su alrededor para contemplar sus prodigios); la de los historiadores políticos modernos, inspiradores de muchas películas recientes, que lo identifican como un “zelote” o “jefe político nacionalista” (abiertamente revolucionario y  violento); y la de los "Manuscritos de Qumrâm" en el Mar Muerto, que lo muestran como un asceta o “místico esenio” que predicaba una rectitud moral basada en estrictos principios deontológicos (y que postulaba la idea de purificación del cuerpo y de inmortalidad del alma).

     Sea cual sea la interpretación que se siga, lo cierto es que tras la muestre de Jesús y la desaparición de su cadáver, sus seguidores de Galilea estuvieron a punto de disolverse. No obstante, bajo el liderazgo de Santiago y Simón, llamado Pedro, se perpetuaron como una “secta judía”, una de tantas en aquella época, que no admitía en su seno a los “gentiles” y mantenía la esperanza de una segunda venida triunfante o “Parusía” (παρουσία) de un Cristo glorioso que al frente de los “ejércitos celestiales” liberaría al pueblo judío del yugo romano. De hecho, vivieron algunos años a semejanza de algunos otros “movimientos revolucionarios mesiánicos” que, conducidos por el “partido zelote”, continuaron oponiéndose a la dominación romana y condujeron a la generación posterior a una amplia revuelta en Palestina, que acabó con la toma de Jerusalén (יְרוּשָׁלַיִם) por las legiones romanas y la destrucción del Templo (בית המקדש) en el año 70.


     Pero para estas fechas ya habían triunfado las tesis aperturistas de Saulo de Tarso (5 a 58), llamado Pablo, cuya “interpretación cristológica” es la que ha hecho que Jesús de Nazaret se haya convertido, entre los numerosos mesías nacidos en el seno del judaísmo, en el que ha cosechado el mayor éxito histórico, como muestra el hecho de que ha alcanzado en la actualidad más de dos mil cuatrocientos millones de creyentes, dictando el credo religioso de aproximadamente un tercio de la humanidad. También hemos comentado en el aula que este posicionamiento “paulino” (recordemos que Pablo era egipcio) es tan solo una asimilación del “culto pagano al Sol” por parte de los judíos que se concreta en la historia mítica de Horus (y de su madre Isis) y que un análisis pormenorizado del “Nuevo Testamento” nos muestra que este texto tiene que ver más con la “astrología” que con cualquier otra consideración histórica, ética o política.

     Nosotros vamos a desarrollar nuestro análisis basándonos en las aportaciones ofrecidas desde el “materialismo cultural” por el antropólogo estadounidense Marvin Harris en su libro “Vacas, cerdos, guerras y brujas: los enigmas de la cultura” (Alianza 1975), que podéis consultar en pdf. Analizaremos la idea de “mesías” (מָשִׁיחַ) en sus dos acepciones: en tanto “líder revolucionario” y en tanto “príncipe pacífico”. Para comprender mejor esta diferencia, tomaremos prestada esta escena de la película “La última tentación de Cristo” (Universal 1988) de Martin Scorsese, según la novela homónima de Nikos Kazantzakis. Pero antes de analizarla he de explicaros que el film recoge la vida de Cristo de una manera un tanto peculiar: crucificado en el Gólgota, Jesús recibe la visita de un “ángel” (que luego descubriremos que es Satanás) que le dice que ha sido perdonado, que Dios le concede la posibilidad de escapar a su destino como mártir y vivir su vida de forma libre y plena. A partir de entonces, Jesús contrae matrimonio, tiene hijos... es decir, disfruta de la vida normal de un carpintero en la Judea del siglo I (esta es su “última tentación”). Hasta que se encuentra con Pablo, que predica que Jesús fue ejecutado para la “redención de los pecados” de los hombres (de “todos los hombres”, no solo de los judíos), “murió crucificado”, “resucitó al tercer día” y “ascendió a los cielos”. Os dejo con la discusión entre ambos, que no tiene desperdicio. Además, en el siguiente enlace veréis a un Jesús, ya viejo y moribundo, recibir la visita de Judas Iscariote (al que la película muestra como lo que era: un “zelote” más interesado por la liberación de Palestina que por la salvación de su alma). Lo que le critica duramente entonces Judas a Jesús es el hecho de haber traicionado la causa por la que ambos lucharon juntos: la guerra revolucionaria contra la tiranía romana.

     Es interesante comprobar como el análisis de Harris se centra en la evolución de un personaje como Jesús de mero “líder revolucionario” (uno de los muchísimos que habitaron Judea en la época en que el nazareno predicó en el desierto) a “príncipe pacífico”. Los motivos de tal cambio habría que buscarlos en la apropiación por parte de los sucesores de Cristo de un “modo de vida no violento”, seguramente más adecuado para vivir de forma cómoda y segura en plena dominación romana, tras las masacres perpetradas por estos contra todo movimiento o revuelta antisistema o perturbadora del “statu quo”. Aunque con toda seguridad Jesús y su círculo íntimo de discípulos fueron capaces de realizar actos políticos violentos, los “Evangelios canónicos”, escritos con posterioridad a los hechos, cambiaron el equilibrio de la conciencia y estilo de vida del “culto a Jesús” en la dirección de un cierto “pacifismo”, basado en el "agape" (ἀγάπη) o“amor al prójimo, imagen que no se perfeccionó hasta después de la caída de Jerusalén, y que permitió sentar las bases para el culto del mesianismo pacífico de la mano precisamente de Pablo, que será el primero en fijar el “dogma cristiano” y que tratará por todos los medios de extender este dogma a los no judíos (en busca del “ecumenismo”) justo en el momento en que se daban las condiciones históricas adecuadas para la difusión de este culto pacífico entre “cristianos judíos” y “conversos gentiles”.

jueves, 9 de diciembre de 2021

¡Una de romanos!


     Puesto que no tendremos mucho tiempo para repasar las aportaciones romanas al mundo de la filosofía (tanto en el periodo de la República como durante el Imperio), nos limitamos a centrar el tema con un vídeo sobre este largo y fructífero periodo histórico extraído del canal de YouTubePero eso es otra historia” de Andoni Garrido, en el que os propongo analizar los años de surgimiento del Imperio y los siglos de expansión posteriores hasta alcanzar el apogeo de su indiscutible poderío en la cuenca del Mediterráneo (podéis ver la serie completa, que consta de ocho episodios, en este enlace). A este vídeo añadimos una interesante aproximación a la “filosofía romana” y sobre todo a la "filosofía neoplatónica", sin duda la más relevante del periodo por su calado intelectual y por su enorme repercusión en los autores cristianos posteriores, que tomarán muchos de sus conceptos de esta enigmática escuela.

     Basten aquí unas líneas para sintetizar el pensamiento de la época de la mano de las escuelas más significativas y de sus autores más representativos. De entre las primeras, merecen especial mención la Escuela Neoplatónica, la Escuela Estoica y su continuadora, la Escuela estoica de Rodas, así como la famosísima Escuela de Alejandría, de la que tendremos ocasión de hablar en un futuro artículo. Entre los pensadores más insignes de este periodo, destacamos, por orden cronológico, a Posidonio de Apamea (135 a 50 a.n.e), Marco Tulio Cicerón (106 a 43 a.n.e.), Tito Lucrecio Caro (96 a 55 a.n.e.), Filón de Alejandría (25 a.n.e. a 50) y Lucio Anneo Séneca (4 a.n.e. a 65) entre los primeros autores del Imperio; Plinio el Viejo (23 a 79), Lucio Mestrio Plutarco (45 a 125) y Epicteto de Hierápolis (50 a 138) en el primer siglo de nuestra era; Marco Aurelio Antonino (121 a 180), Lucio Apuleyo (125), Celso (170) y Sexto el Empírico (200) ya en la segunda centuria; y Diógenes Laercio (225 a 250), Plotino de Licópolis (205 a 270) y Orígenes el Pagano (205 a 270) entre los autores de la tercera centuria. Como un repaso sistemático a todos ellos resultaría improcedente, nos limitamos a señalar algunos aspectos esenciales de cinco de estos autores.

     Marco Tulio Cicerón (106 a 43 a.n.e.) fue un filósofo y político romano que sintetizó la tradición griega y la reescribió en lengua latina. Se le suele vincular con la nueva Academia platónica, si bien fue discípulo del epicúreo Fedro y de los escépticos Zenón y Posidonio, además de congeniar muy bien con el académico Filón. Esta multiplicidad de maestros hizo que Cicerón aplicara distintas concepciones a los diferentes problemas filosóficos, que enfrentó de una manera “ecléctica”: sus planteamientos relativos a la moral estaban cercanos al “estoicismo”, mientras que en gnoseología defendía un “escepticismo” moderado.

     Filón de Alejandría (25 a.n.e. a 50) fue un filósofo helenístico que intentó congeniar la filosofía griega, en especial las ideas platónicas y pitagóricas, con la religión judaica en un amplio sistema que anticipó el “neoplatonismo” y el “misticismo” judío, cristiano y musulmán posteriores. Filón insistió en la “naturaleza transcendente de Dios”, que por definición supera todo entendimiento y resulta indescriptible para los mortales; por otro lado, afirmará que el “mundo natural” consiste en una serie de “etapas descendentes a partir de Dios” que terminarían en la “materia”, que no sería otra cosa que el “origen de todo mal” (tesis que tendrá una poderosa influencia en Plotino).

     Lucio Mestrio Plutarco (aprox. 45 a 125) el eminente político y filósofo neoplatónico, reinterpretó las doctrinas originales de Platón desde una perspectiva puramente religiosa, practicando cierto “eclecticismo” en el que confluyen algunas de las doctrinas del estoicismo y del epicureísmo, aunque por lo general Plutarco discrepará de estas corrientes por apartarse de la “verdad religiosa” y combatirá estas escuelas con denuedo en sus obras, anticipando algunas de las tesis que luego solidificarán con la llegada de la Patrística.

     Celso (aprox. 170) también fue un platónico, y defendió tesis semejantes a las del filósofo ático, pero menos influenciado por epicúreos y estoicos que algunos de sus coetáneos. Como el resto de los neoplatónicos, introdujo una “demonología”, pero en contra del cristianismo (no afín a él, como en el caso de Plutarco), tal y como se muestra en su obra “Discurso verdadero” (Λόγος 'ΑληΘής), que en gran medida ha pervivido por las citas que los escritos de Orígenes contienen sobre esta obra, pues las tesis de Celso son atacadas violentamente por este Padre de la iglesia.

     Diógenes Laercio (aprox. 225 a 250) es recordado por escribir la magna “Vida, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres” (Βίοι καὶ γνῶμαι τῶν ἐν φιλοσοφίᾳ εὐδοκιμησάντων), obra monumental compuesta por diez volúmenes, cada uno de los cuales está dividido en varios capítulos dedicados a los distintos filósofos de la tradición griega, abarcando desde Tales de Mileto a Epicuro de Samos; la obra en su conjunto constituye una de las fuentes más importantes para la comprensión de la “historia de la filosofía antigua” incluso en la actualidad. Para la composición de esta obra, Diógenes utilizó como fuentes básicas a Hermipo, Apolodoro, Demetrio y Favorino, entre muchos otros.

     Mención aparte merece la figura de Plotino de Licópolis (205 a 270) considerado sin duda el más eminente de los filósofos “neoplatónicos”. Discípulo de Amonio Saccas (175 a 242), fundador de esta corriente de pensamiento beligerante con el cristianismo de los primeros siglos, Plotino basó sus ideas en los escritos místicos y poéticos de Platón, en los pensadores “pitagóricos” y en las obras del judío Filón de Alejandría. El autor de las “Enéadas” (Ἐννεάδες) sostiene que la principal razón de ser de la filosofía es “educar a los individuos para la experiencia del éxtasis con Dios” (“lo Uno”), un Dios que está más allá del entendimiento racional y es fuente originaria de toda realidad. El Universo surgiría a partir de ese primer ser único por un proceso misterioso de “comunicación de energía divina” en planos sucesivos que llamamos “emanación”. Los niveles más altos forman “lo Uno” (el “logos”, que contiene las “ideas platónicas”), y el “alma cósmica”, que da lugar a las “almas humanas” y a las “fuerzas de la naturaleza”. Las demás cosas que emanan de "lo Uno", según Plotino, cuanto más imperfectas y malas son, más cerca estarán del límite de la materia en su estado original. El fin más elevado de la vida es “depurarse uno mismo” de la dependencia de la conformidad física y, a través de la “meditación filosófica” (ascética más bien que racional), disponerse para una “reunión extática con lo Uno”.

     Con posterioridad a Plotino, otros tres filósofos tratarán de dar al neoplatonismo una mayor unidad sistemática. Se trata de Porfirio (232 a 304), Jámblico (250 a 325) y Proclo (410 a 485). Pero el más sobresaliente de los sucesores de Plotino será sin duda Boecio (480-524), que es considerado por muchos “el último romano y el primer escolástico”, pues es quien transmite a la escolástica medieval la terminología latina y el afán por la concordancia propia de los neoplatónicos, además de poner las bases de lo que luego serán el “trivium” y el “quadrivium”, de los que hablaremos en su momento. En su obra “Sobre la Consolación por la filosofía” (De consolatione Philosophiae) plantea una “terapia intelectual” a partir de un diálogo ficticio con la “doctora filosofía” sobre el tema de la “providencia divina”, donde se afirma que “es Dios quien ha creado y quien dirige el mundo, y también quien le proporciona su unidad”, por lo que el “destino” y el “mal” que operan en éste no son más que una desviación del centro divino; desde aquí, aventura Boecio la tesis de que el hombre debe “basarse en su razón” y tomar una “actitud indiferente ante las cosas externas”.

lunes, 6 de diciembre de 2021

¿Me miento a mi mismo para ser feliz?

     Acabamos de ver la película "Memento" (Columbia 2000) de Christopher Nolan, que sin duda os ha costado entender, dada su extraña forma de narrar los acontecimientos “yendo al revés”. Por eso os ofrezco la posibilidad de volver a ver la primera y la última escena de la película, ahora que ya conocéis la historia y podéis entender mejor algunas cosas que se os pasaron por alto con el primer visionado. Podéis también ver la película original completa en este enlace, o bien ordenada cronológicamente en este otro enlace. Y como siempre, algunos consejos para afrontar el trabajo que deberéis de presentar:

1. La película mantiene el título original inglés “Memento” (“recuerdo”) que en castellano nos suena más bien a “momento”, “lapso”, “instante”. ¿Crees que hay alguna similitud entre ambas palabras? Te recuerdo que la película se basa un relato corto del hermano del director, Jonathan Nolan, titulado “Memento mori” ("recuerda que vas a morir"): puedes investigar de dónde procede este título (quizá te lleves una interesante sorpresa).

2. La película se centra en la vida de un par de tipos que tienen un trastorno neurológico conocido como “síndrome de Korsakoff”, una alteración de la memoria que impide la posibilidad de generar nuevos recuerdos. ¿Cuál de los dos personajes se adecua mejor al patrón de este tipo de enfermos? Busca información sobre este "trastorno de la memoria" y especifica sus causas y la sintomatología más común en estos casos.

3. Leonard Shelby (Guy Pierce) se muestra muy activo, no para de moverse en toda la película, y a cada momento “despierta” en medio de una acción que no reconoce: no sabe dónde está ni por qué, no sabe cómo ha llegado hasta allí ni lo que está haciendo. ¿Cómo hace para orientarse en la vida? ¿Qué harías tú en su misma situación? Investiga los distintos “tipos de memoria” (sensorial, a corto y largo plazo) y especifica la relación entre ellas al hilo de los acontecimientos que muestra la película.

4. Aparte de sus actos, lo que nos interesa aquí son las reflexiones en voz alta de Leonard sobre la memoria, el recuerdo y el olvido, la “percepción del mundo”, el “condicionamiento por repetición”, y sobre la vida en general. Recupera alguno de estos comentarios (hay varios diálogos interesantes con Teddy (Joe Pantoliano) y Natalie (Carrie-Anne Moss), además de monólogos del protagonista) y desarróllalos en relación con el tema de la memoria que acabamos de ver.

5. Sin duda lo más impactante del film son los “tatuajes” de su protagonista, al que se unen un montón de anotaciones en papeles, posavasos y fotografías. Deberás explicar cómo y para qué los usa Leonard, y si tienen alguna utilidad. Fíjate en el título de este artículo y trata de responder a la pregunta que se plantea (y recuerda que “todos mienten” en algún momento de la película). Para ello, te adjunto un pequeño comentario extraído de una revista de cine, que se centra en el análisis de los tatuajes:

     "Recuerda a Sammy Jankis… Lenny utiliza este tatuaje para recordar su condición, para recordar la historia construida de Sammy o la suya propia, una historia construida por él mismo, pues él ha proyectado su historia sobre Sammy y cada vez que mira el tatuaje la recupera. Pero quizá Lenny se deja una pequeña indirecta en esta instrucción, una pista para que su mano izquierda le revele un error. El cuerpo de Leonard esta lleno de tatuajes en un mundo completo lleno de notas; tanto las notas como los tatuajes están escritos en letra de imprenta, con caracteres de imprenta: pero no el tatuaje de Sammy. En un momento de la película, Teddy pide a Leonard que anote algo en referencia a la mala Natalie, y Leonard anota en su fotografía polaroid la frase “no confíes en ella” algo dubitativo y con letra cursiva: al utilizar la cursiva se da una pista para saber que la información no es correcta, y el tattoo “Recuerda a Sammy” esta escrito en cursiva, con lo que Lenny se esta sugiriendo a sí mismo que el mundo que se ha construido es enteramente un mundo no efectivo, una información incorrecta." (Johannes Duncker)