lunes, 30 de octubre de 2023

La caja de herramientas de la ciencia


     Hemos comentado varias veces en el aula que no debemos considerar a los filósofos griegos Platón de Atenas (427 a 347 a.n.e.) y Aristóteles de Estagira (384 a 322 a.n.e.) como figuras “opuestas”, sino más bien “complementarias”. A pesar del engaño al que puede llevarnos la famosa escena central del fresco vaticano “La escuela de Atenas” de Rafael Sanzio, donde se ve al primero señalar hacia el cielo (hacia las “ideas”) mientras que el segundo señala hacia el suelo (hacia los “hechos”), Aristóteles fue durante más de 20 años discípulo de Platón en su famosa escuela de filosofía, la Academia, y ambos tuvieron ocasión de discutir ampliamente sobre las teorías del maestro, especialmente sobre la “teoría de las Ideas”, que el propio autor se afanaba en revisar en ese mismo momento, ávido como estaba de encontrar la verdad tras cualquier resquicio de incertidumbre. Las fuertes críticas de Aristóteles a esta teoría se deben a su obsesión por “purificar el pensamiento platónico” de todo error o duda, por tratar de "perfeccionarlo hasta el límite" (pues Aristóteles es sin duda alguna el mejor discípulo de Platón, en puridad “el más platónico de todos”, incluso por encima del propio maestro, “más platónico que Platón”).

     La mayor dificultad filosófica de todas, como supo ver el maestro de ambos, Sócrates de Atenas (470 a 399 a.n.e.), consiste en “definir” los "conceptos" con rigor y precisión. Este es el verdadero “meollo de la cuestión”, y con él se van a pelear tanto el ateniense como el estagirita. Comenta Bertrand Russell (1872 a 1970) en su obra “Historia de la filosofía occidental” (1945) que la “teoría de las ideas o formas” de Platón tiene una parte “metafísica” y una parte “lingüística”. La primera supone la existencia de unas entidades inmateriales llamadas “Ideas” que están separadas del mundo de los “objetos físicos” y serían sus modelos y sus causas, pues las ideas son “reales”, mientras que los objetos particulares son solo “aparentes”. La segunda supone la existencia de “palabras generales” que significan algo que no es “concreto” o “particular”, sino el “conjunto” de los objetos con características similares al que nos referimos en sentido “abstracto” y “universal”: “si la palabra «gato» significa algo, significa algo que no es este o aquel gato, sino alguna clase de «gatidad» universal. Ésta no ha nacido cuando ha nacido un gato particular, y no muere cuando él muere. De hecho, no tiene posición en el espacio o en el tiempo; es «eterna»”.

     Aristóteles comprende meridianamente este segundo sentido “lingüístico” de la teoría platónica, el hecho de que el término “Idea” refiere un conjunto de individuos particulares subsumidos bajo un “concepto general”, bajo una “clase natural”, y se ve obligado por tanto a idear una nueva herramienta de trabajo para el estudio de tales cuestiones que hoy conocemos como “lógica”, inaugurando una corriente de “pensamiento deductivo” (“lógica de predicados”) que consiste en partir de una serie de enunciados llamados “premisas” para llegar a otro llamado “conclusión”, que será la consecuencia de los dos anteriores por “necesidad lógica”. Según Aristóteles, el “esquema de demostración” más simple y al que se puede reducir cualquier otro es el “silogismo”: un “esquema lógico” tal que a partir de dos “enunciados” (en los que se conectan dos “determinaciones”) puede obtenerse una “consecuencia necesaria” de las premisas de partida. El silogismo enlaza un “sujeto” y un “predicado” mediante un “término medio”, y lo hace de formas diversas:

     Dependiendo de la “estructura” del razonamiento, tendríamos cuatro figuras posibles, según el “término medio” actúe en las dos premisas como “sujeto y predicado” (primera figura), como “predicado dos veces” (segunda figura), como “sujeto dos veces” (tercera figura) o como “predicado y sujeto” (cuarta figura). Dependiendo de la “cantidad” y las “características” de los predicados involucrados en el razonamiento, tendríamos cuatro enunciados posibles: “universales”, “particulares”, “afirmativos” o “negativos”, que se recombinarían para generar cuatro inferencias o argumentaciones: “universales afirmativos” (A), “universales negativos” (E), “particulares afirmativos” (I) y “particulares negativos” (O). En último término, la “fuerza probatoria” o “cogencia” del argumento depende por entero del “término medio”, tanto de su función lingüística como de su cantidad: los razonamientos A-E serían “contrarios” entre sí, los razonamientos I-O serían “subcontrarios”, los razonamientos A-I y E-O serían “subalternos” y los razonamientos A-O y E-I serían “contradictorios”. Ya disponemos de las “herramientas” (“lógicas”, “lingüísticas”) para el estudio tanto del lenguaje como de la realidad… podemos progresar ahora en el análisis de las ciencias(de la ”fisica” tanto como de la “metafísica”). Comenzaremos por la segunda de ellas.

domingo, 29 de octubre de 2023

Dominados por nuestras hormonas

     Además de un “Sistema Nervioso”, los seres humanos venimos "programados de serie” con un “Sistema Endocrino” que controla la “homeostasis” o “equilibrio corporal” de nuestro organismo, en un complejo proceso que implica la regulación simultánea de muchas actividades fisiológicas y que se produce por la actuación conjunta del "Sistema Nervioso Autónomo" y del propio "Sistema Endocrino". Este último está compuesto por una serie de “glándulas” que contienen células especializadas en la secreción de unas sustancias esenciales para la vida llamadas “hormonas”, que una vez liberadas a la corriente sanguínea permiten "metabolizar el alimento", además de actuar sobre todos los "tejidos corporales" y sobre determinados "órganos específicos". Vamos a repasar sucintamente las distintas glándulas de nuestro cuerpo, así como las hormona que generan y los efectos que producen, ya sean beneficiosos o perjudiciales para nuestra salud.

     La “hipófisis” o “glándula pituitaria” es el área anatómica que rige el sistema endocrino (el “comandante en jefe” de nuestro metabolismo), ya que "controla a las demás glándulas" y nos permite sintetizar las proteínas que permiten el crecimiento. Segrega una multiplicidad de hormonas, como la “TSH”, la “ACTH”, la “LH”, la “FSH”, la “MSH”, la “ADH” o “vasopresina”, la “somatrotopina”, la “prolactina” y la “oxitocina”. Una disminución de estas sustancias puede provocar una reducción del metabolismo que llevaría al “enanismo”, además de reducción de la libido o excitación sexual e incluso infertilidad, mientras que un aumento de las mismas llevaría a lo contrario, un aumento de la producción metabólica o “gigantismo” y un exceso de ovulación en las mujeres y de espermatozoides en los varones que forzarían un inusitado deseo sexual que podría considerarse anormal e incluso perjudicial.

     La “tiroides” se encuentra situada en el cuello, a la altura de la nuez, y es la responsable de "liberar calcio en la sangre", aumentar el "consumo de oxígeno" y por tanto la síntesis de muchas proteínas. Segrega las hormonas “tiroxina” y “calcitonina”, que si se dan en baja cantidad pueden provocar retraso tanto en el crecimiento físico como en el desarrollo mental, y si se dan en abundancia pueden provocar nerviosismo e insomnio. Sobre ella se encuentra las glándulas “paratiroides” que participa en la "homeostasis del calcio y del fósforo" gracias a la hormona “PTH” u "hormona paratiroidea". Su disminución supone “tetanización” (contracción incontrolada de los músculos) y espasmos, mientras su aumento puede llevar a “osteoporosis” (debilitamiento de los huesos) o a la generación de piedras en el riñón.

     Las “glándulas suprarrenales” generan “adrenalina”, “cortisona” y “aldosterona”, fundamentales para atender las "reacciones corporales al miedo y la angustia", pues en bajas cantidades provocan la “enfermedad de Addison” y en altas cantidades la “enfermedad de Cushing”. El “páncreas” es el encargado de controlar los "niveles de azúcar en la sangre" gracias a dos conocidas hormonas, la “insulina” y el “glucagón”, cuya ausencia genera la conocida “diabetes”, y si se dan en exceso pueden llegar a provocar el coma. Los “riñones” son los encargados de generar “eritropoyeina” y “renina”, dos sustancias involucradas en el control de la "presión sanguínea" y el "funcionamiento del corazón". En bajas dosis pueden provocar “anemia” (bajos niveles de glóbulos rojos), y en altas dosis llevarían a una presión sanguínea peligrosamente elevada.

     Finalmente, las “gónadas sexuales” son las encargadas de determinar y controlar las características sexuales secundarias de varones y mujeres. En los varones se denominan “testículos”, y en ellos predomina la producción de “testosterona” (aunque también generan estrógenos y progesterona en bajas cantidades), crucial en el desarrollo del "esperma" y de características como el "tono grave de voz" o el "vello corporal", por lo que si esta hormona escasea se produce disminución de la calidad del esperma y reducción del impulso sexual, mientras que un exceso llevaría a un gran desarrollo de los músculos y del vello corporal, y puede provocar “priapismo” (erección prolongada del pene). Las mujeres se conocen como “ovarios”, y generan “estrógenos” y “progesterona” (y en menor cantidad también testosterona), responsables de la aparición del "tono agudo de voz", el "vello púbico" y del aumento y desarrollo de las "mamas", sobre todo en los periodos de lactancia. La carencia de estas dos hormonas puede llevar a la infertilidad, mientras que su acentuación puede provocar trombos sanguíneos. 

sábado, 28 de octubre de 2023

La estructura del sistema nervioso humano

     El “Sistema Nervioso” (SN) humano está compuesto por tres elementos: el “Sistema Nervioso Central” (SNC) dividido en “encéfalo” o “cerebro” y “médula espinal”, el “Sistema Nervioso Periférico” (SNP) dividido en sistema “somático” y sistema “autónomo”, y la extensa “red de nervios” que conectan los dos sistemas anteriores con las demás partes del cuerpo. El “Sistema Nervioso Central” (SNC) es el centro regulador básico del organismo, pues selecciona y procesa toda la información sensorial que recibe y controla las reacciones corporales (tanto las sencillas “acciones reflejas” como las más complejas “respuestas motoras”). El “encéfalo” es la parte del SNC que está alojada dentro de la cavidad craneal y se divide en tres regiones: el “cerebro posterior” (bulbo raquídeo, protuberancia, cerebelo), el “cerebro medio” (el mesencéfalo) y el “cerebro anterior” (el diencéfalo y el telencéfalo). Analicemos con detenimiento cada una de estas estructuras anatómicas, avanzando “de abajo a arriba” como si estuviéramos visionando una “Imagen por Resonancia Magnética”:

     La “médula espinal” es una fina estructura en forma de cilindro que recoge la “información somatosensorial” y la envía al encéfalo, y a la vez distribuye la información cerebral hacia los “órganos efectores” del cuerpo (“glándulas” y “músculos”). Compuesta por dos sustancias (la “sustancia gris” y la “sustancia blanca”), conecta con el “tronco cerebral”, que es el área anatómica que une la médula espinal con el encéfalo, y consta de tres partes: el “bulbo raquídeo” (que controla funciones vitales como la digestión y la respiración), la “protuberancia” o "puente troncoenciefálico" (que contiene neuronas especializadas que distribuyen información desde los dos hemisferios cerebrales al “cerebelo”, un complejo órgano que regula la fuerza y disposición del movimiento y el aprendizaje de las habilidades motoras) y el “mesencéfalo” o "cerebro medio", el componente más pequeño del tronco, que controla los movimientos oculares y los músculos esqueléticos, además de los reflejos visuales y auditivos.

     El “diencéfalo” está compuesto de dos estructuras: el “tálamo”, que procesa y distribuye casi toda la información sensorial y motora que llega al córtex cerebral y regula el nivel de conciencia y los estados emocionales; y el “hipotálamo”, que controla el sistema nervioso autónomo y el sistema endocrino y organiza conductas directamente relacionadas con la supervivencia del individuo, como la lucha, la ingesta, la sed, la huida y el apareamiento. Por su parte, el “telencéfalo” (los llamados “hemisferios cerebrales”), la parte más extensa y más compleja de todas, está compuesto por la “corteza cerebral”, los “ganglios basales” y por el “sistema límbico” (que contiene dos órganos especialmente conocidos: el “hipocampo” y la “amígdala”). Si advertimos una vista lateral de los hemisferios cerebrales podemos observar tres “cisuras” o “surcos” (“longitudinal”, “de Silvio” y “de Rolando”) y cuatro “zonas” bien definidas llamadas “lóbulos” (“frontal”, “temporal”, “parietal” y “occipital”) cada uno de ellos con funciones neuronales muy concretas, que tendremos ocasión de estudiar en profundidad en un futuro artículo.

     Pero aparte del sistema central, los humanos disponemos de un “Sistema Nervioso Periférico”, que está formado por una serie de grupos neuronales (los llamados “nervios periféricos”, además de los “ganglios”) que se prolongan hacia los tejidos y los órganos de todo el cuerpo, puesto que las fibras de las “neuronas sensoriales” y de las “neuronas motoras” forman “haces agrupados”, lo que comúnmente llamamos «nervios». El SNP está compuesto por dos subsistemas: el “Sistema Nervioso Somático” (SNS), que coordina las acciones “voluntarias” del cuerpo y envía mensajes del cerebro acerca de los órganos sensoriales, conduciendo la información hacia los músculos esqueléticos; y el “Sistema nervioso autónomo” (SNA), que coordina las acciones “involuntarias” o de autorregulación corporal al transportar información desde y hacia los órganos y las glándulas internas del cuerpo.

     La mayor parte de “cambios fisiológicos” que acompañan a nuestros “estados emocionales” (sudoración, respiración, frecuencia cardíaca, tensión muscular…) están mediados por el SNA, que a su vez se subdivide en dos subsistemas: el “Sistema nervioso Simpático” y “Sistema Nervioso Parasimpático”, que cooperan para mantener al organismo en un estado de “equilibrio funcional” al actuar sobre los órganos mediante la liberación de neurotransmisores, especialmente “adrenalina” y ”acetilcolina”. El SNSimpático rige las reacciones de “lucha o huida”: si algo nos alarma, entonces este sistema entra en acción liberando adrenalina, aumentando la presión sanguínea y la sudoración y dirigiendo la sangre de los “músculos lisos” a los “músculos esqueléticos”. El SNParasimpático inhibe la acción de los órganos corporales anteriormente alterados y es el responsable de los “estados de reposo” y de “mantenimiento del cuerpo”, al ralentizar el ritmo cardiaco, bajar la temperatura y reducir las secreciones glandulares.

viernes, 27 de octubre de 2023

Los modelos del conocimiento: los prejuicios


     Completamos nuestro recorrido por el conocimiento haciendo un breve análisis de los modelos "fenomenológico" y "hermenéutico". Frente al "realismo" (que concede prioridad al objeto) y al "idealismo" (que concede prioridad al sujeto y llega incluso a postular la anulación del objeto) tanto la fenomenología como la hermenéutica supondrán que ambos polos son "constitutivos del conocimiento", ya que en ningún caso el uno puede anular al otro. En esta línea de pensamiento se movía Immanuel Kant (1724 a 1804) al postular su conocido “apriorismo”. Para un acercamiento a la crítica kantiana no estaría de más consultar el abundante material disponible en esta misma bitácora en la etiqueta Historia de la filosofía. Pero lo que aquí nos interesa ahora es aclarar un concepto fundamental para ambas metodologías: la idea de “prejuicio”.

     En la reciente película “La joven de la perla” (ASL 2003) de Peter Webber, nos encontramos con un ejemplo notable de los planteamientos fenonenológicos. El pintor Johannes Vermeer (Colin Firth) famoso artista flamenco del siglo XVII, enseña a su joven criada (Scarlett Johansson), la que luego será su "modelo" para el célebre "cuadro" del título, a desechar los datos que nos vienen "directamente de la razón" en favor de las impresiones, que son "producto de la sensibilidad", ya que las primeras ocultan la verdadera realidad y no son más que prejuicios que "distorsionan nuestro conocimiento". El verdadero conocimiento consiste en ver, en apreciar los matices de las nubes, no en dejarse llevar por la idea preconcebida de que “las nubes son blancas”... si miramos con detenimiento, las nubes se nos muestran en vivos colores.

     Es un tema que hemos tratado en clase y que nos acerca además al concepto de “prejuicio” que manejan los fenomenólogos. Esta corriente de pensamiento insiste en "ir a las cosas mismas", para así conocer lo que son las cosas "en su puro y simple presentarse a la conciencia", al sujeto. La fenomenología intenta mediar entre el realismo y el idealismo: por un lado, da prioridad a la “conciencia” porque es ella quien “capta las cosas mismas”; por otro lado, considera que los objetos no se adaptan al sujeto sino que "se manifiestan”. Para poder conocer con objetividad "qué es la realidad" es preciso "despojarse de todo prejuicio”, porque sólo así podremos llegar a lo esencial de todo "fenómeno", que será, por definición (la palabra griega se suele traducir por "apariencia" o "manifestación"), siempre algo particular, concreto.

     Si consideramos de nuevo la película “Memento” (Columbia, EEUU, 2000) de Christopher Nolan, nos encontramos con un planteamiento similar, aunque ligeramente distinto. En la secuencia que os muestro al final del artículo, el protagonista, Leonard Shelby (Guy Pearce) discute con su amigo Teddy (Joe Pantoliano) sobre la pertinencia y el valor de los "recuerdos". Mientras Teddy afirma la autentica "certeza" de nuestros recuerdos, que nos permiten comprender la realidad "tal cual es", Leonard insiste en la necesidad de atenerse a los "hechos" como única garantía para alcanzar la verdad, porque los recuerdos no son fiables, puesto que desvirtúan la propia realidad: “los recuerdos son una interpretación, no son un registro”.

     La hermenéutica sostiene que debemos tratar de “comprender” las acciones humanas y la realidad histórica interpretando "cada acontecimiento en su singularidad", tratando de captar su sentido. Pero siempre comprendemos partiendo de “prejuicios” (factores sociales, culturales, sentimentales, lingüísticos….), que son constitutivos del propio conocimiento y que no se pueden anular. La filosofía hermenéutica niega la posibilidad de construir una “razón pura”, al modo kantiano, y postula que "nuestra razón es impura”, pues cuando conocemos no podemos eliminar nuestra “circunstancia”: nuestra lengua, nuestra historia, nuestra ideología… Hasta tal punto esto es así que, como nos dice Friedrich Nietzsche (1844 a 1900): "no hay hechos puros, sino interpretaciones".  Todo se reduce a tratar de extraer un "significado" tras los hechos, tras las acciones, tras los textos… que nos permita comprenderlos.

     El propio Leonard, en la película que nos ocupa, traiciona su propia argumentación al generar un “recuerdo manipulado” a partir de un "hecho" que no es tal, puesto que él mismo se inventa.  Lo que hace es darle una "nueva interpretación" a un hecho (la revelación de la "verdad" sobre la muerte de su mujer, una verdad que él no puede soportar), convirtiéndola en una "traición" (la mentira de un amigo, que solo pretende engañarle en beneficio propio). Su excusa es pobre, pero muy humana: “¿me miento a mi mismo para ser feliz?”. Quizá todos nosotros preferiríamos la "ignorancia" si eso nos condujese directamente a la "felicidad". Pero esto nos aleja de la epistemología y nos adentra en el mundo de la ética, del que tendremos ocasión de hablar largo y tendido durante el tercer trimestre.

jueves, 26 de octubre de 2023

Los modelos de conocimiento: las ideas


     Pasemos del conocimiento de “hechos” al conocimiento de “ideas”. De nuevo nos encontramos con una filiación muy común, la que se establece entre el “racionalismo” y el “idealismo”. Aunque, nuevamente, no todo “modelo racionalista responde a un patrón idealista, tal es el caso de Benito Espinosa (1633 a 1677) un filósofo materialista que proclama el origen racional del conocimiento. Pero nosotros nos vamos a centrar en René Descartes (1596 a 1650). Para comprender mejor su pensamiento convendría echar un vistazo a los artículo “Un repaso a la duda metódica” y “La evidencia del cogito”, publicados ambos en esta bitácora en la etiqueta Historia de la filosofía. También os pueden resultar interesantes los artículos “Parménides y la pastilla roja” y el acercamiento que hacemos al “mito de la caverna de Platón (427 a 347 a.n.e.) en el artículo “Matrix y la alegoría de la caverna”. Podéis consultar igualmente el pensamiento de Gottfried Wilhelm Leibniz (1646 a 1716) en el artículo "El mejor de los mundos posibles", todos ellos de nuevo en esta bitácora.

     Vamos a trabajar a partir de la película “Matrix” (Warner Bross, EEUU 1999) de los Hermanos Wachowski. La famosa secuencia del constructor, en la que Neo (Keanu Reeves) descubre el engaño que supone Matrix y se pregunta “¿qué es real?”, enlaza directamente con el pensamiento racionalista de Descartes. Al ejercitar su duda metódica, el autor elimina la totalidad del mundo real, que queda reducido a puro pensamiento: “yo existo, porque yo pienso”, y esta es la única certeza que puedo sostener, una certeza a la que llego por una intuición intelectual (en la película, el propio Morfeo (Laurence Fishburne)  indica a Neo: “por desgracia, es imposible explicar qué es Matrix: has de verlo con tus propios ojos”, lo que debemos interpretar a la manera platónica: “ver” (“eideo”) con los “ojos de la mente”. Lo que, en definitiva, sostiene Descartes es que “el sujeto precede al objeto”, que no es otra cosa que el resultado de la acción del primero, que “la realidad es fruto del pensamiento”, del sujeto que piensa.

     Hablando con propiedad, los idealistas sostienen que el ser humano es incapaz de conocer el mundo “directamente”, esto es, de forma “inmediata”: no podemos conocer “las cosas” (“la realidad”, que etimológicamente significa “el conjunto de las cosas”), puesto que nuestro conocimiento necesita de un “elemento intermedio” entre la realidad y nosotros, de una “representación mental” de los objetos que llamamos “ideas”. Conocemos el mundo de forma “mediata”, esto es, “por medio de ideas”, que son las que interceden entre nosotros y el mundo para hacer este cognoscible. Pero si “el mundo se revela a la razón” es porque el mundo es, precisamente, “racional”, en el sentido en que lo conciben Galileo Galilei (1562 a 1642) y el resto de científicos modernos: “la realidad se revela matemáticamente”, se reduce a proporciones matemáticas, algo que los griegos conocían muy bien, de Parménides de Elea (¿530 a 470? a.n.e) a Aristarco de Samos (310 a 230 a.n.e.).

     Un ejemplo de ello lo encontramos en este interesante análisis del número φ (phi) (1.618033…), que conocemos como “número áureo”, que era perfectamente conocido por los griegos, especialmente por los “pitagóricos” y los “platónicos. Lo que nos sugiere el vídeo es que la realidad se estructura, se ordena, siguiendo unas “leyes racionales” que actúan de forma necesaria. Resulta interesante comprobar cómo el crecimiento y formación de las flores, el vuelo de las aves, la constitución de los animales evolutivamente más simples, responde a un “plan premeditado”: la naturaleza “programa una serie de normas” que los seres naturales (las “naturalezas simples” de las que nos habla Descartes) siguen al pie de la letra: el mundo es un “cosmos”, es decir, un “conjunto ordenado” por la propia naturaleza conforme a “principios racionales”.

     No es de extrañar que el ser humano “copie” estas estructuras matemáticas y las reproduzca permanentemente en sus “construcciones artificiales” y en sus “creaciones artísticas” que, como nos dice Aristóteles (384 a 322 a.n.e.) tratan de “imitan a la naturaleza”. En este sentido, las representaciones arquitectónicas y pictóricas son una “réplica” de la propia naturaleza (en este caso, a partir de la “proporción aurea”, como evidencia el vídeo con el que se cierra este artículo). Para Platón, no habría nada más sencillo de explicar: las recreaciones humanas “imitan las formas puras”, las ideas, que según este autor son conocidas previamente a cualquier “experiencia particular”. Ideas que se nos dan a la razón “de forma innata”. En esta misma línea de pensamiento nos encontramos a Descartes y a todos los pensadores “racionalistas modernos” que comparten este modelo de conocimiento idealista.

miércoles, 25 de octubre de 2023

Los modelos de conocimiento: los hechos


     Vamos a tratar de analizar los cuatro modelos básicos de conocimiento que hemos estudiado en el aula. Comenzamos por el “modelo realista”. Debo recordaros que, aunque es fácil establecer una conexión entre “realismo” y “empirismo”, puesto que ambos suelen coincidir, esto no es siempre así, pues existen modelos de conocimiento empiristas pero idealistas, como la filosofía de George Berkeley (1685 a 1753) que estudiaremos el curso que viene. Para facilitaros un acercamiento a la "tradición empirista británica" os recomiendo los artículos “La joven de la perla critica las ideas innatas” y “¿El mundo desaparece al cerrar los ojos?”, publicados ambos en esta bitácora en la etiqueta de Historia de la filosofía, aunque voy a tratar de reproducir parte de ese material aquí y ahora.

     Debemos empezar recordando que, para los filósofos realistas, el mundo existe “por sí mismo” con independencia de todo sujeto, esto es, que la realidad existe aunque nosotros no la percibamos, porque lo importante en la "relación sujeto-objeto" es precisamente el “objeto” (que es el que permite que podamos tener un conocimiento “objetivo” de la realidad). Recordad el ejemplo del árbol que cae en un bosque vacío… a la pregunta de si "¿hace ruido al caer?" los realistas afirman, evidentemente, que sí… y que precisamente “porque hace ruido al caer”, nosotros podemos “oírlo”, y el hecho de que no haya un oído cerca no impide que se produzca ese ruido. Dicho de otro modo: hay una "realidad" por conocer, una realidad que tiene una "existencia propia", y por eso mismo la podemos conocer.

     La reciente película “Memento” (Columbia, EEUU, 2000) de Christopher Nolan, plantea un interesante análisis de este concepto de realidad. Os pongo en antecedentes: Leonard Shelvy (Guy Pearce), un antiguo investigador de seguros, vive obsesionado con la idea de capturar a John G. el hombre que "violó y asesinó a su mujer". Pero Leonard sufre un problema de memoria conocido como “síndrome de Korsacoff”. Durante el incidente con su mujer, fue golpeado en la cabeza, y desde ese momento no es capaz de "generar recuerdos nuevos” (técnicamente, sus nuevos recuerdos no pasan a la “memoria a largo plazo”, con lo que al poco tiempo de empezar a hacer algo "no recuerda" por qué lo está haciendo, o cómo ha llegado hasta allí, o quien es el tipo que tiene delante...). La idea es muy brillante: puesto que no puede crear nuevos recuerdos, no puede “saber” lo que está haciendo, esto es, “carece de conocimiento”. Leonard soluciona esto dejándose continuas “notas” de sus acciones, incluso tatuándose el cuerpo con “mensajes” para luego recordarlos.

     Os he seleccionado la escena final de la película para ejemplificar el pensamiento de David Hume (1711 a 1776). Para este autor, todo nuestro conocimiento “procede de la experiencia”, bien sea por “impresión” directa a través de los sentidos (tanto externos, generadores de sensaciones, como internos, generadores de pasiones, emociones y sentimientos), bien sea por reflexión a través de las “ideas”, que no son otra cosa que “recuerdos actuales de impresiones del pasado”. Hume concluye que para que una idea sea tenida por conocimiento verdadero ha de ser “derivada de una impresión previa”. Pero: ¿cómo podemos generar una idea si nos es imposible retenerla en la memoria? Esto le pasa a Leonard, que nunca sabe que está haciendo, porque no ha podido “generar el recuerdo” que le permita "conocer el mundo".

     Y aun así, el insiste en que “el mundo está ahí”, que el mundo “no desaparece al cerrar los ojos” (cuando dejamos de tener impresiones) porque aunque no puedo recordarlo (no pueda "sentirlo"), si puedo "pensarlo", puedo tener conocimiento de su existencia a través de las "ideas" que me he formado de él. Pero en una vuelta de tuerca magistral, Leonard se justifica diciendo que “tengo que creer que el mundo sigue ahí”, “tengo que creer que mis actos tienen sentido” (aunque no los recuerde), y esta es la clave. Para Hume todo está en este concepto de “creencia”: es la costumbre, el hábito, la que nos permite “proyectar el pasado hacia el futuro” y creer que el mundo permanecerá igual a como es en el presente, lo que nos permite continuar adelante con nuestra vida conscientes de que “el mundo sigue ahí”, si bien este conocimiento es tan solo una creencia, y no un verdadero saber, un conocimiento cierto.

     El “mundo” es una realidad de la que tenemos “conciencia”, en tanto que realidad permanente e inalterada que "no cambia y permanece constante" al margen de nosotros. Pero esta conciencia del mundo no es un verdadero conocimiento, puesto que del mundo sólo podemos tener conocimiento “viéndolo”, “oliéndolo”, “tocándolo”... y lo que vemos, olemos y tocamos son siempre “impresiones” momentáneas, concretas (y por lo tanto cambiantes, nunca permanentes), al margen de nuestras impresiones particulares de este o aquel “objeto real”, del que tenemos constancia de forma inmediata a través de nuestros sentidos. Y a Leonard solo le sirven “los hechos”, que el anota meticulosamente en su piel en forma de "tatuajes", puesto que es incapaz de retenerlos en su memoria, para tener un "verdadero conocimiento de la realidad"… esa que “está ahí”, esperando a ser conocida por la experiencia. 

martes, 24 de octubre de 2023

Los intereses del conocimiento

     Una vez hemos visto cómo funciona nuestro conocimiento, debemos precisar cuáles son sus “intereses”, “posibilidades” y “límites”. Este primer artículo, de una serie de cuatro, nos sitúa ante la pregunta: "¿para qué sirve el conocimiento?" o, dicho con otras palabras, "¿qué intereses nos mueven a conocer?" Según Immanuel Kant (1724 a 1804) dos eran los posibles usos de la razón: el “uso teórico” y el “uso práctico”. El primero nos permitiría establecer los “principios y límites” que hacen posible un conocimiento científico de la Naturaleza y de la verdad, mientras que el segundo nos permitiría establecer los “principios y condiciones” para que la razón pueda obrar con una plena libertad. Ya hemos comentado esta diferencia al definir los dos polos de la racionalidad, al diferenciar los términos “racionalidad teórica” y “racionalidad práctica”. El primero de estos usos ha sido ampliamente tratado en el tema precedente, en especial al hablar del “método de las ciencias naturales” y del “principio de causalidad” establecido por estas mismas ciencias. El segundo uso nos acercaría a los ámbitos de la “ética” y la "moral", y también de la "política" (de los que tenemos abundantes ejemplos en esta misma bitácora en la categoría de Educación en valores cívicos y éticos).

     Pero algunos autores modernos han insistido en precisar un poco más esta idea, al diferenciar tres grandes "intereses" que moverían al conocimiento. Tanto Karl-Otto Apel (1922 a 2017) como Jürgen Habermas (1929-), integrantes de la segunda generación de la Escuela de Fránkfort, han insistido en definir un “interés técnico”, un “interés práctico” y un “interés emancipador”. El primero es esencialmente un interés “dominador y explotador de la naturaleza”, en el sentido de que busca someterla a través del conocimiento; el segundo es un interés orientado a “la comunicación y el entendimiento”, que muestra su utilidad especialmente en los ámbitos de la ética y de la política; y el tercero es un interés por liberar a los seres humanos de “la dominación y la represión”, por lo que tendría un marcado carácter crítico, en el sentido de "crítica de las instituciones sociales y de la cultura". La técnica nos permitiría “explicar” el mundo a través de las ciencias naturales, y de este uso e interés del conocimiento ya hemos hablado en numerosas ocasiones, a través de ejemplos de todo tipo, así que vamos a intentar definir los dos que nos quedan: el interés práctico y el interés emancipador.

     He tomado prestado este ejemplo de la película “Muerte entre las flores” (20th Fox 1990) de los magistrales hermanos Joel y Ethan Coen. En medio de una guerra entre bandas mafiosas en el Chicago de los años 30, un viejo “capo irlandés” es amenazado por sus rivales italianos, que envían a un par de "sicarios" para acabar con su vida. La escena es todo un prodigio de montaje que nos permite explicar cómo podemos hacer un “uso de la razón de forma práctica”. Los asesinos entran por la planta baja de la casa y matan a los guardas, pero no se cercioran de que han prendido "fuego" a la casa… y nuestro viejo gangster percibe el "humo" en el piso de arriba. Pero no se trata simplemente de establecer una “explicación” física, una simple explicación causal (en este caso, del efecto conocido a la causa que se desea conocer: humo… luego fuego), sino que el protagonista va más allá al percatarse de que “algo va mal”, con lo que nos adentramos en el ámbito de la “comprensión”, esa operación mental que nos resulta tan útil para conocer la historia, pero que aquí tiene un uso mucho más profano: “salvar el pellejo”. Como dice finalmente uno de los personajes: “el viejo aún es un artista con una Thompson en la mano”.

     En la más reciente “Trainspotting” (Channel4, Reino Unido, 1996) de Danny Boyle, tenemos un ejemplo radicalmente diferente, y nunca mejor dicho. Para los autores citados, el conocimiento no debe limitarse a explicar o comprender el mundo, sino que además debe tratar de “criticarlo”. La totalidad de los fenómenos sociales son vistos entonces como “mecanismos de control” que tienen por objeto “dominar al ser humano” y “privarle de su libertad”. Es necesario establecer una “crítica de las ideas e instituciones" que gobiernan el mundo social, desde las propias "ciencias sociales" (la psicología, la economía, la sociología…), que permita liberar al hombre de este destino aciago. El arranque de la película es toda una declaración de principios: “¡Elige la vida!”. El protagonista (un jonqui, un lumpen, un analfabeto) enumera una tras otra todas las “necesidades” que la “sociedad del bienestar” nos impone, y que se resumen en una simple máxima: “produce y consume”. De nada vales si estás enfermo, si estás loco, si vives al margen… solo nos interesa tenerte controlado para que seas “uno más”, lo que nos ahorraría un montón de problemas, porque alguien que "piensa por sí mismo" es un peligro… para toda la sociedad. Pero cuidado, esto no debe sonar a apología de las drogas, pues en un momento de la película el protagonista dice: “yo elegí no elegir la vida…” cuando es posible vivir la vida ¡eligiéndola! 

lunes, 23 de octubre de 2023

Del mundo perceptual al mundo simbólico


     Un pequeño repaso a la idea de “conocimiento” que hemos trabajado en clase estos últimos días, antes de introducirnos en el análisis de las distintas “teorías del conocimiento” que nos ha dejado la historia. Como espero recordaréis, nuestro análisis del conocimiento esta cercano a la “metodología empírico-racionalista” propuesta por Aristóteles (384 a 322 a.n.e.) que hemos querido actualizar: se trata de conjugar, sucesivamente, el “mundo de la percepción” y el “mundo de la cognición” humanos. La primera actividad nos permite convertir “estímulos” materiales en “sensaciones” físicas para luego otorgarles un “sentido o significado”, es decir, para reconocerlos no sólo sensorialmente, sino perceptualmente, esto es: para construir “percepciones”. Recordemos que la percepción es una “actividad de la mente que organiza los datos sensoriales, capta las imágenes del mundo en conjuntos, formas o estructuras y, al interpretarlas, otorga un significado a la realidad”.

     La segunda actividad, la intelectual o cognitiva, viene marcada por tres "operaciones mentales" que conocemos con los nombres de “aprehensión”, “juicio” y “raciocinio”. Ya no se trata de dar prioridad a los sentidos, sino de transformar esos datos que nos aporta la sensibilidad para conocer el mundo a nivel conceptual. Eso es lo que hace propiamente la aprehensión: “aprehender” significa captar el “concepto” latente bajo los datos perceptivos que nos muestra el objeto de conocimiento, conceptos que son el resultado de la “abstracción”, es decir, de la capacidad humana de separar del objeto de conocimiento todo aquello que resulta superfluo por ser particular, individual, específico (y por ello prescindible) y de quedarse con “lo común a todas las cosas particulares”. Una vez hemos construido los conceptos en nuestra mente, podemos jugar a combinarlos para generar “proposiciones”, expresiones lingüísticas que afirman o niegan algo sobre la realidad y son susceptibles de ser "verdaderas o falsas", y que son el resultado de la actividad mental que conocemos como “juicio”. Y finalmente, podemos combinar unas proposiciones con otras ya conocidas para concluir en una última (que llamamos “conclusión” y que se deriva de aquellas por “necesidad lógica”) en lo que llamamos “inferencia” o “argumento”, y que es el resultado de esta actividad u operación de la mente que conocemos con el nombre de “raciocinio” (la “racionalidad” propiamente dicha), y que ya habíamos estudiado en el tema anterior al trabajar los métodos de las distintas ciencias.

     En los vídeos que os muestro a continuación vemos algunos ejemplos de este crecimiento en el conocer que parte de los "datos sensibles" proporcionados por los sentidos y los ordena y estructura en el entendimiento hasta llegar al "conocimiento intelectual". El primero de ellos es “Young Sherlock Holmes” (Paramount, EEUU, 1985) de Barry Levinson (estrenada en España bajo el título de “El secreto de la pirámide”), en la que el director se inventa un posible primer encuentro entre los dos personajes clásicos de Arthur Conan Doyle (1859 a 1930), encuentro que en las novelas originales se produciría en la época adulta, pero que en nuestra película resulta muy divertido. Un notable ejemplo de la maestría del perspicaz Sherlock Holmes en el uso del “método deductivo”, y que tanta fama le dio, es este momento en el que el futuro detective saca "conclusiones" a partir de "datos conocidos por experiencia", llegando a “adivinar” incluso el nombre de su colega, además de su gusto por la medicina… y "por las natillas". Si tenéis oportunidad de ver la película completa, os recomiendo otro momento muy emocionante en el que nuestro detective, puesto a prueba por algunos de sus compañeros de estudio, es capaz de resolver un “enrevesado acertijo” en el plazo de "una hora"… con la única ayuda de su inseparable "lupa" (comprobadlo en este enlace).

     Otro ejemplo interesante de análisis que sigue los pasos marcados por Aristóteles, partiendo de los "datos perceptivos" para poco a poco ascender en el conocimiento hasta llegar a la "comprensión conceptual", lo encontramos en la película “El silencio de los corderos” (MGM, EEUU, 1990) de Jonathan Demme (podéis encontrar un artículo completo sobre este tema en esta misma bitácora en la etiqueta Historia de la filosofía bajo el título “Aristóteles caníbal”), en la que la agente del FBI Clarice Starling (Jodie Foster) sufre en sus propias carnes la perspicacia del Dr. Hannibal Lecter (Anthony Hopkins) un reconocido médico psiquiatra de Baltimore capaz de “adivinar muchas cosas” a partir de una simple indagación perceptiva… que el convierte en todo un alarde de deducción. Se aprecia aquí el paso de un tipo de conocimiento que Aristóteles llamaba “sensible”, a otro de tipo “intelectual”, gracias al uso del llamado “entendimiento agente”. Aunque ya tendréis tiempo el curso que viene de pelearos con todos estos conceptos de la filosofía clásica griega.

domingo, 22 de octubre de 2023

El poder de los neurotransmisores


     Nos adentramos ahora en el estudio de los “neurotransmisores”, productos químicos elaborados por nuestro propio cerebro cuya misión es mejorar la “comunicación entre las neuronas”. Distintos tipos de células segregan diferentes neurotransmisores, sustancias que circulan por todas partes, actúan en lugares específicos y producen “efectos” de lo más variados según el lugar de actuación en las “células adyacentes”, si estas están provistas de los “receptores” adecuados, así la “contracción” (en las células musculares), la “secreción” (en las células glandulares) y la “excitación” o “inhibición” (en todas las neuronas). He aquí los neurotransmisores más conocidos:

     “Dopamina” (C6H3(OH)2-CH2-CH2-NH2): es la más importante “catecolamina”, un potente neurotransmisor que genera sensaciones "placenteras" y de "felicidad", ya que regula ciertas “funciones motoras” y de “comunicación endocrina” que inciden en la “emotividad” y la “afectividad”. Un exceso de este químico se asocia con posibles trastornos psicóticos, mientras que su carencia puede conducir a la aparición de enfermedades degenerativas como el Parkinson.

     “Serotonina” o “5-hidroxitriptamina” (C10H12N2O): es un neurotransmisor que se relaciona con los “estados de ánimo”, aunque también cumple otras funciones, como regular el “apetito”, controlar la “temperatura corporal”, el “ciclo de sueño” o la “conducta sexual”. Altos niveles de este químico provocan rigidez muscular o taquicardia, mientras que bajos niveles de llevan a problemas de apetito, sueño o ansiedad (y aunque se asocia con la depresión, no hay evidencias al respecto).

     “Acetilcolina” o “ACh” (CH3COOCH2CH2N+(CH3)3): es una sustancia química que participa en procesos como la “memoria” y la “atención”, además de incidir en la “frecuencia cardiaca”, el “movimiento intestinal” y la "actividad visceral”. Cuando es abundante provoca salivación y lágrimas, debilidad muscular y calambres, y su déficit provoca bajos niveles de atención y memoria, que pueden provocar dificultades de aprendizaje o bien problemas gastrointestinales.


     “Adrenalina” o “Epinefrina” (C9H13NO3): es un potente neurotransmisor encargada de aumentar la “frecuencia cardiaca”, contraer los “vasos sanguíneos” y dilatar las “vías respiratorias” para que nuestro cuerpo se active a nivel motriz y pueda desarrollar “respuestas ante el estrés” en situaciones que suponen una "amenaza para la vida". Un exceso de este químico puede provocar insomnio, mareos o cardiopatías, mientras que su carencia lleva a dolores corporales, pérdida de peso e hiperpigmentación.

     “Noradrenalina” o “Norepinefrina” (C8H11NO3): es un químico que produce efectos excitatorios en el sistema nervioso, pues participa en el proceso de “atención” y “vigilancia” y nos ayuda a “mantenernos despiertos”, al aumentar el “ritmo cardiaco” y la “presión sanguínea” que nos ayudan en situaciones de “lucha y huida”. Altos niveles del producto provocan temblores, sudoración y dolores de cabeza, mientras que bajos niveles llevan a hipoglucemia, ansiedad o problemas de concentración.

     “Encefalina” y “Endorfina” (C9H13NO3): son polipéptidos, "opiáceos endógenos" generados por nuestro cerebro (similares a "opiáceos sintéticos" como la “morfina”) y están encargados de “regular el dolor” y la “nociocepción corporal”, al provocar “analgesia”, “sensación de bienestar” o “euforia” en situaciones traumáticas o tras una actividad física prolongada. Su exceso provoca alteración del estado de ánimo e hiperactividad mientras que su déficit puede llevar a la apatía o incluso a una depresión profunda.

     Si te interesa el tema, nada mejor que consultar los dos vídeos que acompañan a este artículo, el primero propuesto por el interesante canal de Youtube Psicoactiva y el segundo extraído de Juventud médica, en el que un “científico loco” animado nos propone un peculiar text a partir un “delirante experimento” en el que juega a subir y bajar los niveles de ciertos neurotransmisores para ver cuál es la “reacción corporal” que suscitan en el “incauto paciente” que se ha puesto en sus manos (un pobre alumno que pasaba por allí). Una manera divertida de entender cómo estas sustancias químicas pueden alterar nuestras “emociones” y nuestro “comportamiento” hasta extremos peligrosos.

sábado, 21 de octubre de 2023

La comunicación entre las neuronas


     El “sistema nervioso humano” es un complejo sistema orgánico cuya estructura y funcionamiento es el resultado de un dilatado "proceso evolutivo". Sabemos que todos los animales obtienen información del entorno a través de sus “receptores sensoriales” y que es el “cerebro” el que transforma dicha información en “percepciones” (aferentes) o en “movimientos” (eferentes). Las “células fundamentales” del sistema nervioso son las “neuronas”, las primeras representan la “unidad anatómica y funcional del cerebro humano” y están especializadas en el “procesamiento de la información”.

     Las "neuronas" poseen una membrana externa que posibilita la conducción de los “impulsos nerviosos” y se comunican entre ellas mediante una serie de conexiones denominadas “sinapsis”. Toda neurona está constituida por un “cuerpo celular” o “soma” (que contiene el “núcleo celular”, un almacén de información genética poblado de “orgánulos” que sintetizan el ácido ribonucleico y las proteínas) y que da lugar a dos prolongaciones celulares: el “axón” o “prolongación celular” que transmite la información entre las células por medio de la sinapsis, y las “dendritas” o "prolongaciones ramificadas", que se dividen como ramas de árbol para captar las señales procedentes de otras neuronas. Los cuerpos celulares de las neuronas están rodeados de las denominadas “células gliales” (“astrocitos”, “oligodendritos” y “células Schwann”) que tienen varias funciones vitales: separan o aíslan a ciertos grupos de neuronas y pueden producir “mielina”, la capa aislante que recubre los axones (la “desmielinización” de los axones retrasa la transmisión de las señales nerviosas y supone una alteración de la percepción sensorial y la coordinación motora).

     Podemos establecer dos clasificaciones de las neuronas: atendiendo a su “estructura”, es decir, a la cantidad de sus proyecciones dendríticas, hablaríamos de neuronas “unipolares” (que tienen "una sola prolongación", como es habitual en los invertebrados), “bipolales” (que tienen "dos prolongaciones" y abundan entre los reptiles) y “multipolares” (que tienen "un axón y múltiples dendritas", y son propias de los mamíferos). Por otro lado, atendiendo a su “funcionalidad”, a las conexiones que establecen, podemos dividirlas en “sensoriales o aferentes” (sensibles a los estímulos y que envían información "de los tejidos y órganos del cuerpo al cerebro y la médula" para su procesamiento), “motoras o eferentes” (que transmiten la información "del cerebro y la médula a los músculos y glándulas del cuerpo"  para procurar respuestas activadoras de estos), e “interneuronas” (que recogen los impulsos neuronales sensitivos y los trasmiten a las neuronas motoras y viceversa).


     Nuestro sistema nervioso es un “sistema electroquímico” de comunicación: la actividad eléctrica cerebral se corresponde con el llamado “impulso nervioso” mientras que la actividad química cerebral se produce por culpa de las "sinapsis de las neuronas" . Todas las neuronas están capacitadas para recoger variaciones del medio externo (“estímulos”) y comunicarlos a otras neuronas. En este proceso, la “excitabilidad” y “conductividad” son particularmente importantes: el “impulso nervioso” (denominado “potencial de acción”) es una “onda eléctrica” que avanza por la superficie de la membrana de la neurona y sus prolongaciones, como si la neurona fuese una diminuta pila capaz de generar electricidad. Este impulso se produce por las variaciones en la distribución de los “iones” (partículas con carga eléctrica) dentro y fuera de la neurona. La información transmitida por un potencial de acción se determina no por la forma de la señal, sino por cómo viaja a través del “encéfalo”, y será el cerebro quien finalmente “analice” e “interprete” los patrones que exhiben las señales eléctricas aferentes.

     La “sinapsis” es el lugar de transmisión de información entre dos células, y está constituida por estos tres elementos: el “terminal presináptico” (la finalización del axón), la “célula postsináptica” (las dendritas de la célula receptora) y la “hendidura sináptica”, que es donde se concreta la transmisión sináptica entre las dos neuronas. La “sinapsis eléctrica” se produce gracias al flujo directo de “corriente eléctrica” desde la neurona presináptica hasta la neurona postsináptica mediante varios canales que conectan los “citoplasmas” de ambas células y es el modo más rápido de comunicación entre las neuronas. La “sinapsis química” es más lenta, puesto que la neurona presináptica libera un "neurotransmisor" que se difunde por la hendidura sináptica y se une a los receptores de la membrana postsináptica; el receptor determina si la respuesta es excitatoria o inhibitoria, y actúa en consecuencia.

     La comunicación “química” entre neuronas tiene la ventaja de que un solo potencial de acción puede liberar miles de “moléculas de neurotransmisores”, y permite la amplificación de las señales de una a otra neurona. Por su parte, los impulsos “eléctricos” no pueden saltar por sí solos los espacios de las sinapsis químicas, y necesitan de la intervención de los “neurotransmisores químicos” para poder reanudar de nuevo el “potencial de acción” (recargarse para poder atender un nuevo impulso). El impacto que los "neurotransmisores" tienen en nuestra conducta es especialmente significativo, y de él hablaremos en un futuro artículo.