viernes, 27 de octubre de 2023

Los modelos del conocimiento: los prejuicios


     Completamos nuestro recorrido por el conocimiento haciendo un breve análisis de los modelos "fenomenológico" y "hermenéutico". Frente al "realismo" (que concede prioridad al objeto) y al "idealismo" (que concede prioridad al sujeto y llega incluso a postular la anulación del objeto) tanto la fenomenología como la hermenéutica supondrán que ambos polos son "constitutivos del conocimiento", ya que en ningún caso el uno puede anular al otro. En esta línea de pensamiento se movía Immanuel Kant (1724 a 1804) al postular su conocido “apriorismo”. Para un acercamiento a la crítica kantiana no estaría de más consultar el abundante material disponible en esta misma bitácora en la etiqueta Historia de la filosofía. Pero lo que aquí nos interesa ahora es aclarar un concepto fundamental para ambas metodologías: la idea de “prejuicio”.

     En la reciente película “La joven de la perla” (ASL 2003) de Peter Webber, nos encontramos con un ejemplo notable de los planteamientos fenonenológicos. El pintor Johannes Vermeer (Colin Firth) famoso artista flamenco del siglo XVII, enseña a su joven criada (Scarlett Johansson), la que luego será su "modelo" para el célebre "cuadro" del título, a desechar los datos que nos vienen "directamente de la razón" en favor de las impresiones, que son "producto de la sensibilidad", ya que las primeras ocultan la verdadera realidad y no son más que prejuicios que "distorsionan nuestro conocimiento". El verdadero conocimiento consiste en ver, en apreciar los matices de las nubes, no en dejarse llevar por la idea preconcebida de que “las nubes son blancas”... si miramos con detenimiento, las nubes se nos muestran en vivos colores.

     Es un tema que hemos tratado en clase y que nos acerca además al concepto de “prejuicio” que manejan los fenomenólogos. Esta corriente de pensamiento insiste en "ir a las cosas mismas", para así conocer lo que son las cosas "en su puro y simple presentarse a la conciencia", al sujeto. La fenomenología intenta mediar entre el realismo y el idealismo: por un lado, da prioridad a la “conciencia” porque es ella quien “capta las cosas mismas”; por otro lado, considera que los objetos no se adaptan al sujeto sino que "se manifiestan”. Para poder conocer con objetividad "qué es la realidad" es preciso "despojarse de todo prejuicio”, porque sólo así podremos llegar a lo esencial de todo "fenómeno", que será, por definición (la palabra griega se suele traducir por "apariencia" o "manifestación"), siempre algo particular, concreto.

     Si consideramos de nuevo la película “Memento” (Columbia, EEUU, 2000) de Christopher Nolan, nos encontramos con un planteamiento similar, aunque ligeramente distinto. En la secuencia que os muestro al final del artículo, el protagonista, Leonard Shelby (Guy Pearce) discute con su amigo Teddy (Joe Pantoliano) sobre la pertinencia y el valor de los "recuerdos". Mientras Teddy afirma la autentica "certeza" de nuestros recuerdos, que nos permiten comprender la realidad "tal cual es", Leonard insiste en la necesidad de atenerse a los "hechos" como única garantía para alcanzar la verdad, porque los recuerdos no son fiables, puesto que desvirtúan la propia realidad: “los recuerdos son una interpretación, no son un registro”.

     La hermenéutica sostiene que debemos tratar de “comprender” las acciones humanas y la realidad histórica interpretando "cada acontecimiento en su singularidad", tratando de captar su sentido. Pero siempre comprendemos partiendo de “prejuicios” (factores sociales, culturales, sentimentales, lingüísticos….), que son constitutivos del propio conocimiento y que no se pueden anular. La filosofía hermenéutica niega la posibilidad de construir una “razón pura”, al modo kantiano, y postula que "nuestra razón es impura”, pues cuando conocemos no podemos eliminar nuestra “circunstancia”: nuestra lengua, nuestra historia, nuestra ideología… Hasta tal punto esto es así que, como nos dice Friedrich Nietzsche (1844 a 1900): "no hay hechos puros, sino interpretaciones".  Todo se reduce a tratar de extraer un "significado" tras los hechos, tras las acciones, tras los textos… que nos permita comprenderlos.

     El propio Leonard, en la película que nos ocupa, traiciona su propia argumentación al generar un “recuerdo manipulado” a partir de un "hecho" que no es tal, puesto que él mismo se inventa.  Lo que hace es darle una "nueva interpretación" a un hecho (la revelación de la "verdad" sobre la muerte de su mujer, una verdad que él no puede soportar), convirtiéndola en una "traición" (la mentira de un amigo, que solo pretende engañarle en beneficio propio). Su excusa es pobre, pero muy humana: “¿me miento a mi mismo para ser feliz?”. Quizá todos nosotros preferiríamos la "ignorancia" si eso nos condujese directamente a la "felicidad". Pero esto nos aleja de la epistemología y nos adentra en el mundo de la ética, del que tendremos ocasión de hablar largo y tendido durante el tercer trimestre.

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