jueves, 30 de septiembre de 2021

Heráclito se va de pesca

     De entre todos los filósofos de la Jonia, la figura más enigmática de todas es sin duda Heráclito de Efeso (550 a 480 a.n.e.), no tanto por la temática de su obra como por su estilo, pues escribía mediante "aforismos", buscando siempre el doble sentido, la ambigüedad, incluso la paradoja, motivo por el cual era conocido entre sus conciudadanos como “el oscuro”. Parece que prefería expresarse como la pitonisa del Oráculo de Delfos, que “no dice ni oculta, sino indica por medio de signos”. De hecho, ni siquiera fue bien comprendido por los grandes filósofos como Platón y Aristóteles, que lo consideraron un milesio más, ocupado en la búsqueda del “arché” (ἀρχή) de la “physis” (Φύσις), suponiendo erróneamente que lo habría concretado en el “fuego”. En realidad, parece más acertado enfrentar su pensamiento al de Parménides, su contemporáneo itálico de Elea, pues aunque sus teorías van a resultar radicalmente opuestas, serán estos dos autores los que llevarán la investigación filosófica a otro nivel, al renunciar a un tipo de explicación física concreta del “primer principio” en favor de conceptos mucho más abstractos.

     Heráclito escribió, que sepamos, un único libro “Sobre la naturaleza” (περὶ φύσεως), del que tenemos constancia por el historiador griego Diógenes Laercio, que trataba no sólo de física, sino también de teología y política. Comienza el texto hablando del “logos” (λóγος), un término que solemos traducir por “razón”, pero que no se refiere tanto a la facultad de razonar como a todo lo que se dice “de palabra” o “por escrito”, sea una narración o una conversación. Luego en primer lugar se trata de una forma de expresión contraria a otras como el “mito”, la “épica” o la “lírica”: el “logos” es la “forma común de expresarse”; y en segundo lugar, es también una “entidad real y objetiva” que “regula todos los acontecimientos”, una especie de “ley universal” inserta en todo, pero que resulta muy difícil de observar. Existe un paralelismo entre “logos” y “cosmos” (κόσμος): el logos es universal y común tanto al cosmos como a la ciudad (que es también un “pequeño cosmos”) y a nosotros mismos (que somos un “microcosmos”) y cuando el “logos” particular de cada uno no coincide con el universal, entonces los hombres actúan como si estuvieses “dormidos”, atendiendo solo a su inteligencia particular (“idían”), es decir, se comportan como “idiotas” (ἰδιώτης), pues no captan “lo común”.

     Este “logos” se puede alcanzar mediante el conocimiento, y éste comienza por los sentidos (Heráclito no desprecia los sentidos, como harían Pitágoras o Parménides, y contrariamente a ellos renegará del conocimiento basado únicamente en la especulación lógica y matemática), si bien “la verdadera naturaleza gusta de ocultarse”, pues es como “una armonía invisible” que está por detrás de la supuesta “estructura” que nos muestran los sentidos. Heráclito considera que la “lucha de contrarios” es el origen de todo: “la guerra es padre de todos… lo opuesto concuerda y de las cosas discordantes surge la más bella armonía”. Solo cuando se da “confrontación entre opuestos” surge una unidad armónica superior sin necesidad de que los opuestos desaparezcan, pues “es sabio convenir que todas las cosas son una”. Fijémonos que no dice, como sus predecesores, que “todas las cosas “proceden” de una” (el “arché” de los milesios) sino que “todas las cosas “son” una”. El todo es uno, pero esta unidad es “dialéctica” (διαλεκτική), pues ese es su logos”, su “razón de ser: una unidad en continua “tensión”. Es la doctrina del “fluir universal” o “pánta rheî” (πάντα ρεῖ): “todo pasa, nada permanece”, ya que el “logos” es permanente, y todo lo demás sucede según ese “logos”, como resultado de la lucha de contrarios, que es permanente y eterna.

     Un río, por ejemplo, es siempre el mismo, formalmente (siempre tiene el mismo nombre) y sin embargo sus aguas son diferentes, constantemente cambiantes: “sobre quienes se bañan en los mismo ríos afluyen aguas distintas y otras distintas”. Esto lo podemos ver de forma clara en la película “El río de la vida” (Columbia 1992) de Robert Redford, cuando el hermano mayor, Norman Maclean (Craig Sheffer) regresa al hogar paterno tras su periplo en la universidad y se reencuentra con su hermano pequeño, Paul Maclean (Brad Pitt) que se ha mimetizado con la naturaleza hasta llegar a comprender su “logos”. Os ofrezco dos momentos interesantes: el arranque de la película, espléndido, en el que el protagonista, ya anciano, reconoce la magia enigmática que le sugiere el río (en el que afirma reconocer las “palabras” de sus antepasados, hablando en su perpetuo fluir, en el que se confunde la realidad con la memoria) y la escena en la que, siendo aún joven, se percata de cómo su hermano, un paleto de pueblo sin estudios, comprende mucho antes que él en que consiste ese fluir, esa dialéctica, esa lucha, ese enfrentamiento permanente entre el “logos natural” y el “logos humano”, que en realidad serían uno y el mismo.


martes, 28 de septiembre de 2021

El libro de la naturaleza está escrito en lenguaje matemático

 

     Al igual que su pensamiento, la figura de Pitágoras, natural de la isla de Samos (resulta imposible fijar las fechas exactas de su nacimiento y deceso… aproximadamente entre el 570 y el 490 a.n.e.) esta rodeada por todos lados de un marcado carácter enigmático, oscuro y místico. Sabemos con más o menos certeza que fundó una “escuela religiosa” de carácter sectario en Crotona (en la Magna Grecia) alrededor de 530 a.n.e. hermandad relacionada con los "misterios órficos", de tradición oral y con unas estrictas normas de convivencia (que incluían desde el vegetarianismo hasta la atribución de todos los descubrimientos y teorías matemáticas al maestro). En esta escuela se darán dos tendencias con respecto al conocimiento matemático: una de carácter “mágico-estético”, místico y religioso (que tiene una función catártica para el alma, como veremos más adelante) y otra que hoy llamaríamos “lógico-científica” (como en el caso del conocido “teorema de Pitágoras” y de muchos otros hallazgos similares). Para introducir el tema, nada mejor que volver a visitar “Cosmos: Un viaje personal” (BBC 1980) de Carl Sagan.

     Los pitagóricos creyeron posible desarrollar un proyecto de racionalización y matematización de la “physis” (Φύσις) mediante la búsqueda de la "proporcionalidad", y partieron para ello del estudio de la "acústica" y de la "armonía musical": la frecuencia con la que vibra una cuerda es inversamente proporcional a su longitud, con lo que resulta que el conjunto de todos los sonidos, en principio ilimitados, “ápeiron” (ἄπειρον), son susceptible de ordenación introduciendo “límites”, cortes que permiten crear un “cosmos” (κόσμος), un orden en los intervalos musicales (1:2 sería la octava; 2:3 la quinta; 3:4 la cuarta...). La pregunta que se plantean los pitagóricos entonces es: “si esta armonía (“ensamblaje”) musical es posible gracias a estas proporciones numéricas, ¿no serán estas también la clave para explicar el orden cósmico, el orden de la physis?”. Si os interesa la música, y su relación con las matemáticas, este vídeo del artista Jaime Buhigas os puede resultar muy interesante: "la música de las esferas".

     El “número” es el principio de todas las cosas, si bien no es concebido como un arquetipo trascendente, sino como un “principio inmanente al mundo”. Puesto que no podían concebir algo sin dimensión espacial, consideraron que los números “tenían magnitud”. Recordemos que en esta época no se hacía distinción aún entre “lo aritmético” (la cantidad discreta) y “lo geométrico” (la determinación espacial, continua), por lo que los pitagóricos tendían a  identificar el 1 y el punto, el 2 y la recta, el 3 y el área, el 4 y el volumen. El cosmos estaría ordenado según estos cuatro primeros “números naturales”, que sumados dan diez, lo que llamarán “tetractys” (Τετρακτύς): el número perfecto (1+2+3+4=10). A pesar de las connotaciones místicas de estas ideas, lo que nos interesa señalar aquí es cómo los pitagóricos fueron capaces de describir la physis a partir de las “proporciones” que ella misma alberga, es decir, por su “estructura formal”. Todo se puede construir, estructuralmente, a partir de los números o proporciones entre números: “todo el cielo es armonía y número”. Compruébalo tu mismo con este extracto de la divertida y muy pedagógica “Donald en el país de las matemáticas” (Walt Disney, 1959) de Hamilton Luske.

     Pero es precisamente a partir de la dicotomía “par-impar” que los pitagóricos desarrollarán una “teoría dualista de la realidad”. El problema que trataron de solucionar sería el de la “generación de los números”, que remitieron a la relación par-impar, relación homogénea con toda una serie de oposiciones que conforman la “tabla pitagórica de los opuestos” (bien-mal, luz-oscuridad, límite-ilimitado, unidad-pluralidad…). El número par es infinitamente divisible y su representación geométrica es por lo mismo divisible en dos mitades siempre iguales. Lo ilimitado, a su vez, sufre la acción del límite, que genera de ello una “multiplicidad”. En torno a la relación de los opuestos se conforma la “armonía cósmica”, lo que nos retrotrae a la cosmología órfica: la purificación del cuerpo, la “ascesis”, se lograría por su acomodo o ajuste a un ritmo, la “diaitia” (δίαιτια), la “dieta” que los médicos hipocráticos imponían al individuo.

     Este dualismo cosmológico se aplicará al ámbito antropológico, lo que será mucho más evidente en autores posteriores como Sócrates o Platón. Por supuesto, el “alma” pitagórica no es aún el “yo interior” del que nos hablará Sócrates, pero tampoco es ya el “alma homérica”, pues “el alma es inmortal” (en tiempos homéricos solo eran inmortales los dioses), y además “transmigra en otras especies de seres vivos” (puede moverse de un cuerpo a otro en un proceso perpetuo). La pregunta inmediata es: “si el alma transmigra, ¿puede conservar experiencias o conocimientos al pasar de un cuerpo a otro?”. Y aunque esto no queda nada claro en los pitagóricos (que suponen simplemente que las enseñanzas filosóficas, matemáticas y musicales servirían para purificar el alma y lograr la armonía o ajuste con el cosmos), abrirá todo un campo de estudio que se concretará en muchos de los postulados epistemológicos platónicos… que nosotros analizaremos próximamente desde la “papiroflexia”.

lunes, 27 de septiembre de 2021

Geómetras, logógrafos, astrónomos...

     Comenzamos el repaso a los “primeros filósofos” por los llamados “físicos milesios”, pensadores materialistas habitantes de Mileto, ciudad situada en la Jonia (al sur del Asia Menor, que es el nombre que le daban los griegos de entonces a Anatolia, al suroeste de Turquía) empeñados en buscar el “arché” (ἀρχή), primer principio que permitiera explicar el origen del “mundo físico”, el mundo de la “physis” (Φύσις) o “naturaleza”. Es precisamente el hecho de buscar una explicación racional a la naturaleza lo que nos permite llamarlos "físicos", término mucho más apropiado que el de "presocráticos", que tiene mucho de engañoso (estos filósofos se ocupaban de temáticas muy distintas a las que trataría Sócrates, y en propiedad no todos le son anteriores, pues algunos de ellos serían sus contemporáneos, e incluso le sobrevivirían).

     El término "physis" deriva etimológicamente del verbo “phyo” (φύω) que, usado en sentido intransitivo, significa “nacer, brotar, crecer de una raíz”. La “physis”, por tanto, es algo dinámico y no estático (como ocurre con el mito, que es siempre el mismo): es algo que está “en proceso”, que está haciéndose” a cada momento. La pregunta que se van a plantear estos primeros filósofos es aparentemente sencilla: “¿cuál es el arché de la physis?”, es decir, ¿existe un principio, una razón o causa a partir del cual se pueda dar cuenta de la multiplicidad del mundo físico?

     “La mayoría de los que filosofaron por primera vez consideraron que los únicos principios de todas las cosas son de especie material. Aquello a partir de lo cual existen todas las cosas, lo primero a partir de lo cual se generan y el término en el que se corrompen […] No todos dicen lo mismo sobre el número y la especie de tal principio, sino que Tales, quien inició semejante filosofía, sostiene que es el agua”.

Hermann Diels & Wanther Kranz, “Fragmentos de los presocráticos“ (Berlín, 1903)

     Tales de Mileto (640 a 545 a.n.e.) es considerado como uno de los Siete Sabios de Grecia, y fue efectivamente el primero en preguntarse por un “arché” que explique la “physis” de una forma no mítica, de ahí que sea considerado por la historia como “el primer filósofo”. Pero, ¿por qué eligió el “agua”? Puede que porque es un elemento que sufre muchas “transformaciones” y ejemplifica muy bien la multiplicidad de cosas en las que van mutando los cuerpos naturales (el agua se puede presentar en los “tres estados de la materia”), o tal vez porque “lo húmedo” es requisito para que haya vida, tal como nos sugiere Aristóteles. Básicamente Tales enfatiza el “carácter dinámico de la physis” (que para él es “divina”, pero no es un dios) sin caer en el antropomorfismo del mito.

     El hecho de que fuera capaz de predecir un “eclipse” (dicen que fue el primero en hacerlo, aunque es difícil saber si esto es cierto) quiere decir que comprendió que el fenómeno obedecía a una serie de “periodicidades cíclicas” (que él acertó a prever sin conocer realmente la causa). Y a partir de esta idea de ciclo” surgirían las primeras ideas racionalistas sobre "geometría" y astronomía(en forma mucho más abstracta y generalizadora a como se había hecho antes en Egipto, por ejemplo, puesto que Tales trabaja una matemática que busca “verdades que engloben la multiplicidad de casos particulares”), puesto que introducen la idea de “igualdad”, de “identidad”, esenciales en los cálculos matemáticos e impropias del pensamiento mítico.

     En situación similar a Tales nos encontramos con Anaximandro de Mileto (610 a 545 a.n.e.), para quien "lo ápeiron es la causa de la generación y destrucción de todo, a partir de lo cual se segregan los cielos y en general todos los mundos, que son infinitos". Recordemos que Anaximandro es un “logógrafo” (λογογράφος), y que escribió una obra en prosa en la que por primera vez se dibuja un “mapamundi”. Lo “ápeiron” (ἄπειρον), lo “indeterminado”, lo que “no tiene límite”, lo que “no puede ser recorrido o medido”, es aquello que “abarca a todas las cosas y a todas las gobierna”, es un todo unitario fuera del cual no existe nada y del que surgiría el “cosmos” (κόσμος), en tanto que “fracción que se rompe”, trozo ordenado y medible (aunque no queda claro cómo se produciría este proceso de segregación).

     Lo que consigue Anaximandro con esta idea es el “paso de la unidad a la multiplicidad” sin usar estructuras míticas, y utiliza para ello el mismo esquema operatorio que el que se necesita para “fundar una ciudad” (o para “dibujar un mapa”), pues se parte de “un lugar que no ha sido recorrido” y se comienza por “trazar una línea” (un límite) y a partir de ella ordenar el espacio en un nuevo “cosmos” con un determinado “orden”. Pero todo “cosmos” ha de volver necesariamente a lo “ápeiron” (que, como toda la “physis”, es divino, pero no es un dios) para cerrar de esta manera el círculo, el “eterno retorno cíclico” que es la base de la naturaleza y que la explica, que le da sentido.

     “El calor hace que se evapore una parte del agua: surge la tierra seca y se forma una cortina de vapor (el cielo) […] Los primeros animales surgieron del agua o del lino calentado por el sol, del agua pasaron a la tierra. Los hombres descienden de los peces: quizá los primeros hombres se crearon en el interior de algún tipo determinado de pez y –cuando ya tenían edad para valerse por sí mismos– fueron luego arrojados a la tierra”.

Hermann Diels & Walther Kranz, “Fragmentos de los presocráticos“ (Berlín, 1903)

     El tercero de nuestros autores, Anaxímenes de Mileto (560 a 525 a.n.e.), considera que “todo procede del aire”, y son los distintos grados de “condensación” y “rarefacción” (procesos contrarios de carácter físico y no mítico) los que permitirían los cambios que producen los distintos cuerpos. El "aire" en proceso de condensación se enfría y produce viento, que a su vez produce nubes, de estas surgiría en agua y luego la tierra y la piedra; pero si el aire se enrarece, se hace más ralo, se calienta y en extremo se convierte en fuego. Parece muy probable que el autor sacara estas conclusiones a partir de la experiencia cotidiana, como él mismo parece indicar: “pues el aliento se enfría al verse comprimido y condensado por los labios, pero, expulsado por la boca abierta, se vuelve caliente, por rarefacción".

     Los conceptos propuestos por Anaxímenes son más claros y precisos y remiten a procesos más determinados, lo que supone un avance frente a Tales y Anaximandro, que no mencionan ningún mecanismo para los cambios producidos en la “physis”. Estamos en un momento interesante del desarrollo del pensamiento filosófico: por primera vez en la historia, “unos pensadores escuchan a otros” y tratan de “criticarlos”, de oponerse a ellos, de avanzar precisando “un poco más” cada idea, cada proceso operatorio, cada explicación racional. Para un mayor acercamiento al pensamiento de estos autores, nada mejor que consultar directamente sus textos en la página de Filosofía en español, donde encontraréis el material en el original griego con su correspondiente traducción al castellano.

domingo, 26 de septiembre de 2021

De la moira a la physis: el oráculo frente a la naturaleza

     Resulta muy difícil seleccionar imágenes para ayudar a comprender el origen de la filosofía, pero es posible echar un vistazo a "300" (Warner Bross 2007) la reciente adaptación cinematográfica realizada por Zack Snyder del conocido cómic de Frank Miller sobre la “Batalla de las Termópilas”. Sin duda, esta obra se toma sus licencias (es una película de Hollywood, que le vamos a hacer), pero el punto de partida de Miller no puede ser mejor, ya que confecciona el guión a partir de los textos clásicos de Heródoto de Halicarnaso (484-425 a.n.e.), que pasa por ser el “padre de la historiografía”. Es muy cierto que Herodoto describe los hechos de las Termópilas cuando la acción militar aún está “muy reciente en la memoria” de los combatientes (hace poco que han concluido las “Guerras médicas”, que enfrentaron a los griegos contra los persas, con la victoria de los primeros) con lo que el autor tiende a mitificar el enfrentamiento, ensalzando la figura de Leónidas y sus duros guerreros espartanos: había que “aleccionar a los griegos”, y los relatos del historiador funcionan como las viejas películas de propaganda bélica americanas de los años 40 y 50 (no es de extrañar que Hollywood insista en películas como "Troya" o "Gladiator", mostrando “el Imperio en su esplendor”, considerando que ellos mismos se hallan en guerra en Oriente Próximo en la actualidad).

     He seleccionado este pasaje para evidenciar el enfrentamiento entre Leónidas, uno de los dos reyes de Esparta (la película no hace referencia al segundo rey, Demarato), y los "éforos" (Ἔφορος), los sacerdotes guardianes del "Oráculo", al mando de la "Gerusia" (γερουσία) o "Consejo de los ancianos", característico del gobierno espartano de la época, que compartían el poder con los miembros de la "Apella" (ἀπελλά) o "Asamblea de los hombre libres", los "homoioi" (ὅμοιοι) o "semejantes" (que aquí aparecen representados más como un “senado romano” que como una verdadera “asamblea espartana”). Recordemos que Esparta jamás se organizó políticamente como una “democracia”, y frente a Atenas (que desarrollo las artes, las ciencias y la filosofía) las instituciones políticas espartanas se fueron militarizando cada vez más con el paso de los años.

     Lo que podemos ver es el enfrentamiento entre un modo de entender la vida en la ciudad arcaico, “mitológico” (la consulta al Oráculo para la toma de decisiones que afectan a la colectividad) con esa nueva perspectiva más humanista que “confía en la razón” (sea filosófica o, como en este caso, militar: hay que ganar una guerra, y Leónidas expone su plan de batalla y una táctica de defensa). Es cierto que el Oráculo era una mujer mayor que “entraba en trance” al oler el perfume de una sustancia opiácea quemada y luego pronunciaba “palabras sin sentido” que los éforos debían interpretar, pero la película muestra muy bien la idea principal: el enfrentamiento entre el “mythos” (μύθος) y el “logos” (λóγος), entre la palabra entendida como "tradición" o “moira” (Μοῖραι) y la palabra entendida como "razón discursiva" o “physis” (Φύσις)… el "discurso sobre la naturaleza".

     En realidad, más que de "paso del mito al logos", puede hablarse de una “transformación de las condiciones de vida” de las ciudades de habla griega, transformación que conlleva una “actualización de los relatos explicativos de la realidad”. Los primeros pensadores adoptaron una actitud diferente de la espontaneidad para descifrar los problemas que les planteaba el universo, una actitud que hoy consideramos propiamente filosófica. El final de la película recrea la conjura griega contra los persas en los campos de la “Batalla de Platea”. El narrador toma cuerpo en la figura del único de los 300 que logró escapar de la derrota para poder contar “el sacrificio de Leónidas y sus hombres” (la tradición oral es fundamental en la cultura griega), y que ahora alecciona a sus tropas (bien es cierto que con un tono "muy americano") frente al avance del enemigo. Las distintas tribus unidas ante el enemigo común, los "griegos libres" frente a los "esclavos persas", dominados por su pasión y por el miedo a su Rey-Dios Jerjes. A pesar de las licencias que se toma el cineasta, la escena recrea muy adecuadamente ese paso adelante que supuso la filosofía como “nueva forma de entender y actuar en el mundo”.

sábado, 25 de septiembre de 2021

La polis griega y las nuevas formas de discurso

     La Grecia de la “época oscura” de la que hablábamos en la anterior entrada, dominada por la tradición mitológica, dará paso a la “época arcaica”, caracterizada por una serie de cambios: la aparición de la "polis" (πόλις), los procesos de colonización, la democratización paulatina de la vida pública (por la que los “ciudadanos” participaban cada vez más en los “asuntos públicos”), la aparición de un nuevo tipo de escritura (“alfabética”) a partir de caracteres fenicios, y el consiguiente surgimiento de “nuevas formas de discurso: la “literatura” y la “poesía” griega (que tendrá enorme importancia en la difusión religiosa y en la enseñanza de normas de comportamiento), el “discurso jurídico” y la “dramaturgia” (la tragedia y la comedia aportarán nuevas perspectivas), el “discurso histórico” y finalmente la “filosofía”. En general, la “polis” consistía en un territorio no muy extenso que incluía una serie de aldeas (agrupadas en torno a una “ciudad-capital”) que incluía granjas, tierras de cultivo y de pastoreo, bosques aledaños y caladeros cercanos, lo que les permitía ser políticamente independientes.

     Entre el 750 y el 550 a.n.e. se produjo una enorme “expansión colonial” de los griegos por todo el Mediterráneo. El aumento de la población y la mala distribución de la tierra fueron las causas de tal expansión. Una vez establecida la nueva colonia, se convertía automáticamente en una nueva “polis independiente”, sin más relación con la polis-madre que la que se podía establecer por intereses comerciales o afectivos (por ambas partes). El poder institucional fue acaparado paulatinamente por los “nobles terratenientes” o “aristos” (“los mejores”, aquellos que poseen la virtud o areté (ἀρετή) que se considera que es algo innato al noble). Pero, conforme  se producía la expansión colonial, estos nobles, propietarios de la tierra, fueron perdiendo poder, produciéndose “conflictos de intereses” entre los diversos grupos sociales que, para ser resueltos, obligaron a la aparición de dos figuras políticas: el legislador” (capaz de proponer nuevas leyes) y el tirano” (capaz de solucionar las crisis). Comienza la época clásica, caracterizada, tras un intenso periodo de “luchas contra los persas” conocido como Guerras médicas (490-478 a.n.e.) y por la rivalidad entre Atenas y Esparta, que se concretaría definitivamente en la Guerra del Peloponeso (431-404 a.n.e.).

     Ciertamente, el que se diesen estas condiciones no convierte a la aparición de la filosofía en algo inevitable, como si fuese fruto de un “determinismo histórico”, pero si facilita la aparición de esta nueva forma de pensar que llamamos filosofía. Durante varios siglos, el elemento rector del pensamiento griego había sido la “moira” (Μοῖραι), el “destino”, al que estaban atados tanto dioses como mortales. Esta época coincide con el dominio del pensamiento mítico-poético. Pero entre el siglo VII y el siglo VI a.n.e. tiene lugar un desplazamiento de la “moira” de su papel rector, siendo sustituida por la noción de “physis” (Φύσις), la “naturaleza” (entendida en su sentido embrionario, como “aquello que brota o mana”), desplazamiento que no es un mero cambio terminológico, sino que supone una concepción distinta de la realidad y del modo de hacerle frente, de encontrarse en ella, de encararla, de “desvelarla”.

     Los dos vídeos que acompañan este artículo giran en torno a estas mismas consideraciones. Por un lado, el clásico televisivo de los años 80 “Cosmos: Un viaje personal” (BBC 1980) de Carl Sagan, en el que el conocido astrónomo y divulgador científico nos acerca a la realidad griega del siglo VII a.n.e. y a las “nuevas formas de vida” que operan un significativo “cambio de perspectiva” en la mente de los hombres jonios de la época. Por otro lado, las tesis defendidas por el filósofo Gustavo Bueno (1924-2016) en una de sus últimas intervenciones en la Fundación Gustavo Bueno , quien supone que la “filosofía presocrática”, si bien es ya una forma nueva de ordenar y sistematizar el mundo, es tan solo una “especulación metafísica” previa a la aparición de la “verdadera filosofía”, la filosofía entendida en sentido “académico” y no meramente “mundano”, que surgiría a partir de los diálogos de Platón, que es quien por primera vez y definitivamente acotará el campo de estudio de la filosofía, a saber: “las Ideas”.

jueves, 23 de septiembre de 2021

Del mito al logos: cómo competir con Homero

     Comenzamos este curso de Historia de la filosofía haciendo un análisis del concepto de Filosofía, su origen y su significación histórica. Es ya un lugar común referirse al origen de la filosofía apelando al famoso “paso del mitos al logos”. Recordemos que mythos y logos son expresiones griegas que remiten a un mismo significado, pues ambas pueden traducirse como “palabra”, pero existen notables diferencias entre ambas. La palabra en tanto que “mythos” (μύθος) refiere a una serie de narraciones fantásticas que intentan explicar “el origen y la regularidad del cosmos” recurriendo a “fuerzas sobrehumanas”, dioses o demonios, poderes cósmicos personificados; se trata de la palabra cargada de contenido sagrado, la palabra que nombra “lo oculto”, la “aletheia” (αλήθεια, que se suele traducir por “verdad”), lo escondido y misterioso, que sólo está al alcance de unos pocos en la cultura helénica, anterior al nacimiento de la filosofía. En cambio, la palabra entendida como “logos” (λóγος) es el reflejo de la “polis democrática”, es la palabra convertida en “instrumento de indagación de la verdad”, de “debate y deliberación pública” y, como tal, abierta a todos los ciudadanos.

     Os propongo un repaso a la película de Pilar MiróEl crimen de cuenca” (Incine 1979). Corre el año 1913 cuando dos vecinos de Osa de la Vega (Cuenca), Gregorio Valero y León Sánchez, son detenidos, juzgados y condenados a dieciocho años de cárcel como autores materiales de la muerte del pastor y compañero de ambos José María Grimaldos, alias “El Cepa”. Apenas dos años después de salir en libertad, los acusados descubren que la supuesta víctima acaba de aparecer en Mira de la Sierra, un pueblo cercano de la misma provincia. Este relato terrible nos va a permitir recuperar la memoria de la tradición oral homérica. En la película vemos a un “trovador” que, caminando “de pueblo en pueblo”, trae las noticias de los “acontecimientos” a los aldeanos apartados del mundo (recordemos que en aquella época no había televisión, ni radio, ni teléfonos, y si los había eran utilizados tan sólo por unos pocos privilegiados).

     En esta misma tesitura debemos imaginar a Homero, el “aedo” (ἀοιδός) o cantor griego que se pasea de pueblo en pueblo narrando las viejas historias “de forma oral”, acompañado por un instrumento de cuerda o de viento, rimando cada nueva frase, y que se supone que transmite la palabra de los dioses, el “epos” (ἔπος). Llegado el momento, unos pocos se cansarán de estas historias rimadas y pretenderán “ir más allá”, para descubrir “cómo fueron los verdaderos acontecimientos”. Las “formas de discurso” se multiplican, desde el discurso jurídico hasta el filosófico, para competir contra Homero en la posesión de la “alétheia”, para “narrar la verdad”. Son formas de discurso novedosas pero, sobre todo, son formas de discurso “contrarias al mito”, que arremeten contra él y lo desacreditan. El origen de la filosofía está, por tanto, en la confrontación, en la necesidad de desarrollar un “discurso racional y ordenado” que se oponga a “lo establecido”. Porque, a veces, podemos llegar a descubrir que un tipo al que daban por muerto hace más de veinte años está vivito y coleando, y los supuestos asesinos que cercenaron su vida han tenido que pagar con su libertad durante mucho tiempo por un delito que no habían cometido.

     Por si os interesa la temática, para un posible acercamiento a Homero nada mejor que echarle un vistazo a la reciente y peculiar adaptación de “La Odisea” de los hermanos Joel y Ethan Coen en la divertidísima “O Brother” (Universal 2000), en la que se dan cita todos los tópicos del autor griego acerca del peregrinaje de Ulises en su regreso a Itaca, incluyendo cíclopes de un solo ojo, sirenas que enamoran con su hermoso canto y hasta la ira de Poseidón en forma de tormenta (aquí os muestro una pincelada de las peripecias de Ulysses Everett McGill (George Clouney), con la música original de la película, la conocidísima “I am a man of constant sorrow”).

martes, 21 de septiembre de 2021

Manifiesto fundacional


BIENVENIDOS A LA CASA DE ELROND

La presentación de esta bitácora debe ir precedida por unas indicaciones generales 
que especifiquen por qué surge, a quién va dirigida y qué objetivos persigue.

     Me he inspirado en una obra clásica de la literatura contemporánea para dar título a esta bitácora: se trata de “El señor de los anillos”, del británico John Ronald Reuel Tolkien. Más allá de la admiración por el viejo profesor universitario, por el placer que produce leer su prosa o por el notable sentido de la acción narrativa que aflora en su viaje de búsqueda, me he centrado en un momento del relato, cuando los protagonistas, hostigados por las fuerzas del mal, asisten junto a numerosos seres fantásticos a un concilio en un lugar apartado y remoto conocido como Rivendel, en el que habita un sabio de nombre Elrond. Este medio-elfo (hijo de madre elfa y padre mortal) reúne a miembros de todas las razas de la Tierra Media a objeto de tomar una importante decisión sobre el destino de cierto “preciado tesoro” que se halla en su poder. Propone un debato abierto, en el que todos tienen “libertad de palabra” y pueden “argumentar sin miedo”, a fin de llegar a un “acuerdo” que sea lo más beneficioso para la totalidad del grupo, y para la totalidad de los seres mitológicos a quienes los congregados representan.

     Me ha parecido acertado “comenzar con un mito”, a la manera de Platón, para mostrar, por medio de una “idea”, de una imagen reconocible por los alumnos, padres y profesores que espero consulten esta bitácora, las intenciones de su autor. No se trata solamente de exponer una serie de “contenidos académicos” a la manera tradicional, sino de utilizar esta herramienta que nos proporciona la tecnología para trabajar “de modo dialógico”, de nuevo a la manera platónica y, por extensión, la manera más genuinamente filosófica: “buscar la verdad a través del diálogo”, y habilitar para ello un lugar de encuentro en el que cada uno pueda expresarse y buscar la complicidad, o el debate, con el otro. Es hora de que las llamadas TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) dejen de ser meras herramientas de “transmisión” y comiencen a ser herramientas de “comunicación” y de encuentro, un encuentro para “el debate y la confrontación” (dialéctica, se entiende) entre los usuarios.

     Creo que cumplo así con mi función esencial como “pedagogo”, un término que prefiero al de “educador”. Recordad que “educar” viene del latín “educare”, conducir, en el sentido de llevar de la mano, o bien de conducir al ganado, según se mire. Y como no tengo interés en tratar a mis alumnos como ganado ni afán por convertirme en un “duce” o “conducatore”, prefiero asumir el papel de “paidagogos”: el esclavo, el analfabeto que acompaña al alumno, que va por su propio pie a donde él decide, seguido por un cuidador atento a sus necesidades, deseos o inquietudes. Me siento más libre en este papel, pues a la vez que “me reconozco ignorante” (como Sócrates) me impongo la tarea de ser un “compañero fiel”, con el que se puede contar para llegar a donde se quiera llegar. Pero yo sólo puedo mostrar el trayecto, enseñar el “camino” (el “méthodos”) y deberéis de ser vosotros los que os pongáis a caminar.

Este es el verdadero sentido de la enseñanza, la auténtica “paideia” del mundo griego. 
Permitid que os acompañe: el trayecto da comienzo… ¡Bienvenidos!