lunes, 27 de noviembre de 2023
La existencia de Dios (o no)
miércoles, 22 de noviembre de 2023
El sentido de la vida (y de la muerte)
Una de las preguntas más recurrentes en el ámbito de la “metafísica” (μετὰ [τὰ] φυσικά) es la pregunta por el “sentido de la vida”. Este tema nos acerca a otro muy parejo, el de la “identidad personal”, del que tenéis algún ejemplo en esta misma bitácora, por ejemplo en el artículo “Máscara, identidad, sujeto” (en la etiqueta Valores cívicos y éticos), identidad que tradicionalmente se entendía como “espíritu” o “alma” (ligada por ello al ámbito religioso, que establecía el sentido de la existencia humana relacionándolo con la “acción divina”, como una consecuencia inevitable de un “plan cósmico” previamente delimitado del que el “ser humano” sería una pieza más… acaso la más importante de todas), y que hoy en día se relaciona, desde una perspectiva más “naturalista”, con la distinción “mente-cerebro”, desde la que se interpreta al hombre en su aspecto biológico y consciente. Será en el siglo XX cuando aparezca una nueva forma de definir el "sentido de la existencia", un renovado “humanismo” que entenderá que se pueden proponer "nuevos valores" con independencia de cualquier autoridad o revelación religiosa.
Fijémonos en lo que le ocurre al protagonista de la reciente "Adaptation. El Ladrón de Orquídeas" (Columbia, EEUU, 2002) del director Spike Jonze, a partir de un guion de Charlie Kaufman (que en realidad es el propio protagonista, un guionista en plena crisis de creatividad que intenta adaptar una “novela inadaptable”). La pregunta es siempre la misma: “¿quién soy?” “¿Qué estoy haciendo?” “¿Cómo he llegado hasta aquí?”. Todo depende del significado que le demos al término “sentido”: tiene sentido todo lo que “persigue una finalidad” (que se propone cumplir una "meta" u "objetivo"), o bien lo que “significa algo” (que no es mera palabrería sin ton ni son), o lo que “vale la pena ser vivido", una acepción del sentido que es la que verdaderamente plantea el problema de la justificación de la existencia. Y las posibles respuestas serían tres: o bien “no hay sentido” y todo es azar, o bien hay un sentido de tipo “trascendente” que va más allá del ser humano, o bien hay un sentido pero es “inmanente” al propio ser humano, y que la “conciencia individual” podría resolver por sí misma.
La idea de que la existencia y el mundo son "absurdos" es la que ha adoptado una de las corrientes de pensamiento más radicales en esta dirección: el existencialismo. Este movimiento parte de la idea de que el ser humano carece de “esencia” y, por tanto, tiene la necesidad de “autodefinirse” y de “autojustificarse”, pero no encuentra la manera de hacerlo, como parece ocurrirle al protagonista de nuestra película. Frente a ella se encuentra la posición "trascendente", propia de las religiones (aunque no exclusiva de ellas), que afirman que el sentido de la vida “rebasa la muerte", un sentido que el judaísmo, el islamismo y el cristianismo denominan “salvación”. La vida terrenal no tiene sentido por sí misma, sino solo en relación de continuidad con la “otra vida”, un futuro posible que se contempla como “promesa de felicidad plena”. La divertida “El sentido de la vida” (Universal, EEUU, 1983) de Terry Jones (a la cabeza de los desternillantes Monty Python) juega con el concepto de vida que plantean dos familias abiertamente encontradas, una "católica" y otra "protestante".
Para completar la terna, la idea de que la vida tiene un sentido “inmanente” puede apreciarse en la extraordinaria “Blade Runner” (Warner Bros, EEUU, 1982) del director Ridley Scott. Esta película es algo más que un simple film de ciencia ficción, una historia futurista de las que tanto abundan en nuestras carteleras actuales (de nuevo con un "ciborg" como protagonista, esta vez en tanto “antagonista” del personaje principal): es además un thriller, un western, una trama de cine negro, una historia de amor… y sobre todo, es un relato testimonial que habla de cómo "afrontar la vida" cuando somos consciente de nuestra propia finitud, de cómo “asumir la muerte” y el vacío que ésta supone, y de cómo “dejar este mundo” mostrándole una sonrisa a la muerte. El “replicante” Roy Batty (Rutger Hauer) moribundo, asediado por el policía que le pretende “retirar”, asume su propia muerte como algo “inevitable”, y en ese momento es “consciente”, quizá por primera vez, de la “belleza de la vida”, no sólo de su propia vida, sino de la de todos nosotros. Os dejo con su parlamento final, que es sobrecogedor: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais…”.
lunes, 20 de noviembre de 2023
Los distintos tipos de memoria a largo plazo
sábado, 18 de noviembre de 2023
La estructura de la memoria
viernes, 17 de noviembre de 2023
Érase una vez un escorpión y una rana...
Completamos la unidad didáctica dedicada
al concepto de la “identidad personal” tratando de conectar la idea de “persona”
con la de “identidad”, a la par que abordamos conceptos como el de “libertad”
y “responsabilidad”,
nuevas ideas que nos va a mantener ocupados el resto del trimestre y que tienen
que ver con la “convivencia entre personas”, que nos permitirá abordar temas
fundamentales del ámbito ético como los conceptos de “valor” y de “norma”,
así como las ideas de “autonomía moral” y “heteronomía
moral”. La mejor manera de hacerlo es refrescar la memoria con un par
de términos que ya hemos comentado en clase, como son el “talante” y el “carácter”,
que unidos determinan nuestra “personalidad”. El primero de ellos era utilizado
con frecuencia por el antiguo presidente José Luis Rodríguez Zapatero, que hacía uso abundante de
esta palabra. Conviene, por tanto, matizar la diferencia entre estos términos
en su uso cotidiano, que nada tiene que ver con el sentido que le damos desde
el punto de vista ético.
Junto a nuestro presidente, muchos son
los que utilizan el término “talante” y el término “carácter” como si fuesen
sinónimos (al igual que utilizamos “moral” y “ética” con idéntico
significado en el lenguaje ordinario). Un ejemplo de este uso indistinto lo
encontramos en la película “Mister Arkadin”
(Mercury, EEUU, 1955) de Orson
Welles, en la que el director y protagonista nos cuenta una
hermosa fábula de la que seguro habéis oído hablar, y que aquí os reproduzco en
versión original (es un “cuento para niños”, muy fácil de asimilar, aunque sea
en inglés). Pues bien: cuando Zapatero dice “talante”, en realidad se
está refiriendo al “carácter”, mientras que Welles emplea el término “carácter”
para referirse a lo que nosotros entendemos como “talante”. Este último
término, que puede sustituirse por el de “temperamento”, designa el "bagaje
con el que nacemos", aquello que no podemos elegir, sino que hemos
heredado, y que determina nuestro “tono vital” o “forma de ser”,
nuestro particular “sentimiento de la existencia”, con el que nos enfrentamos “por
naturaleza” a la realidad. Una persona es naturalmente afable o agresiva, tímida
o desinhibida, parlanchina o silenciosa... Incluso desde muy niños: unos lloran
todo el día y dan “mucha guerra”,
mientras que otros son “unos santos”
que no dan problemas. El conjunto de estos rasgos determina lo que solemos
conocer como “personalidad”.
Pero: ¿es posible cambiar nuestra “forma
natural de ser”? ¿Puede alguien tímido aprender a “abrirse a los demás”
y ser más comunicativo? ¿Puede una persona naturalmente violenta comportarse “con
mesura”? Son muchos los psicólogos que sostienen que los rasgos de
personalidad, si bien quedan afianzados en los dos primeros años de vida, son
flexibles, por lo que pueden variar con el paso de los años. Si podemos modificar
nuestro temperamento (natural) por medio de las “decisiones” que vamos tomamos
a lo largo de nuestra vida (es decir, por el uso que hagamos de nuestra “libertad”),
entonces podemos ir “construyéndonos a nosotros mismos”, haciéndonos las
personas que “queremos ser”, que “deseamos ser”: estamos forjando nuestro
propio “carácter”. Y por eso es muy importante reflexionar en cada
momento de nuestra vida sobre nosotros mismos, explotar nuestra intimidad, nuestra
capacidad de empatía, para aprender a ser “dueños de nosotros mismos”.
Un ejemplo notable de lo que estamos
comentando lo encontramos en la reciente película “Gran Torino” (Warner Bros,
EEUU, 2008) del
incombustible Clint
Eastwood, donde el protagonista, Walt Kowalsky, un viejo cascarrabias anclado en las tradiciones y
con una personalidad agresiva y huraña, va poco a poco modificando su actitud
hacia sus vecinos asiáticos, aparentemente tan diferentes pero tan iguales,
hasta convertirse en la persona que le gustaría ser, y evitar de paso que Thao (Bee Vang), su joven vecino, cometa
el mismo error que él cometió en el pasado: porque “si matas a alguien, te
conviertes en un asesino”; mientras que “si ayudas a alguien”, si eres capaz
de empatizar con él, te abres a los demás, y de paso al mundo, y “te haces mejor
persona”. Os he seleccionado la escena final (aunque convendría recordar el
momento en que Walt encierra a Thao para evitar que este cometa una locura, escena que tenéis en este enlace), cuando el protagonista literalmente se “autoinmola” (una palabra que suele
darnos a todos “mal rollo”),
consciente de que su “sacrificio por los demás” supone “un bien mayor para
todos”, a la par que libera a Walt de la pasada carga que ha soportado desde
hace muchos años. Tendremos tiempo de volver a esta película cuando nos
adentremos en el estudio de las distintas teorías éticas, algunas de las cuales
ya hemos visto en el aula, pero que profundizaremos en artículos posteriores.
jueves, 16 de noviembre de 2023
Realidad, apariencia, posibilidad
Continuamos nuestro pequeño análisis de la “metafísica” (μετὰ [τὰ] φυσικά) por el camino de la “ontología” (ὄντος-λόγος), es decir, la “teoría acerca del ser”, y nos centramos en la pregunta por la “realidad” (realitas). Hemos comentado en clase una posible definición negativa del término, tratando de oponer “realidad” a “apariencia”, por un lado, y a “posibilidad” por otro. Realidad sería “todo aquello que no es aparente”, y si bien la apariencia nos puede mostrar en ocasiones “el ser real de las cosas” (recordad el reciente artículo precedente sobre las “teorías de la verdad”, donde abordábamos el concepto de “verdad metafísica”), lo común es suponer que la apariencia “esconde u oculta el ser real de las cosas”, en cuyo caso la realidad estaría más allá de lo que las cosas parecen ser. Pero también hemos comentado que la apariencia puede ser el camino para descubrir al “ser real de las cosas”, como muestra el vídeo que abre este artículo. La película “Entrevista con el vampiro” (Geffen, EEUU, 1994) de Neil Jordan nos muestra a un grupo de vampiros dirigiendo un pintoresco “teatro parisino” en el que se representan “historias de vampiros”, y donde nuestros protagonistas “son vampiros que juegan a ser actores que juegan a ser vampiros”.
El concepto de “realidad” también se opone al de “posibilidad”: lo “posible” es “lo que aún no es real”, “lo que no existe de facto”, pero que es algo que “podría llegar a ser”, si actualmente se dan las condiciones para que esa posibilidad sea real en el futuro. Casi cualquier película de ciencia ficción parte de este principio básico para mostrarnos una “realidad posible”, no actual sino ficticia. En buen ejemplo lo encontramos en la saga “The Terminator 2: El juicio final” (Pacific Western, EEUU, 1984) de James Cameron, que en esta segunda entrega de la serie nos presenta de nuevo al T-800 (Arnold Schwarzenegger) un robot que nos muestra cómo ser más humanos. La máquina cibernética que da título a la película sirve como perfecto ejemplo de lo que los filósofos llamamos “contrafáctico”: se trata de un objeto o acontecimiento que no existe porque no se ha producido aún, por lo que pensar en él supone vulnerar la realidad, pensar “contra los hechos”. El “terminator” es un “ciborg” procedente del futuro, con una tecnología tan avanzada que es, literalmente, increíble. Pero el mismo robot que visita el presente es en realidad “el principio de esa realidad futura”, porque la “sofisticada tecnología” que alberga en su interior inspirará a los científicos a desarrollarla, lo que nos introduce en un “bucle temporal” verdaderamente extraño).
La definición positiva de “realidad” es mucho más difícil de alcanzar, toda vez que al término realidad habremos de añadirle siempre un adjetivo que lo clarifique: realidad “necesaria” o “contingente”, “física” o “psíquica”, incluso “virtual”... Todas ellas nos ofrecen dificultades de interpretación, como mostramos a continuación en esta escena de la película “Doce monos” (Universal, EEUU, 1995) del director americano Terry Gilliam, uno de los seis maravillosos gamberros que dieron origen a los Monty Python, el grupo de humor británico más irreverente del que se tiene noticia. Esta película juega permanentemente a “alterar el sentido de la realidad”, tanto física como psíquica. Os resumo la historia brevemente: John Cole (Bruce Willis) es un “enviado del futuro” que regresa al año 1995 para recoger datos que permitan comprender el “desastre biológico” que ha asolado el planeta tras una “pandemia” o infección masiva de la práctica totalidad de la población por culpa de la “manipulación genética” cometida por un grupo terrorista conocido como el “ejército de los 12 monos“.
Ni que decir tiene que, en cuanto él les cuenta esta historia a los atónitos policías de Baltimore, estos “lo encierran en un manicomio” y le ponen inmediatamente a “tratamiento psiquiátrico”. Lo que ocurre a partir de aquí es que el propio Cole comienza a “dudar de sus certezas”, y a suponer que realmente él es un “enfermo mental” y no un hombre del siglo XXI que ha regresado al siglo XX para salvar a la humanidad. Incluso cuando vuelve a su propio tiempo, desprecia a todos cuantos les rodean al afirmar: “vosotros no sois reales, solo estáis en mi mente“. Fijaos en la secuencia en la que uno de los internos del hospital, un enfermo con “divergencia mental”, le plantea a Cole la duda esencial que se planteaba René Descartes (1596 a 1650): aunque para mí esto es una realidad “evidente por sí misma”, lo cierto es que todo lo que yo conozco y doy por válido no es más que un “producto de mi mente enferma”. Pero el caso es que podríamos jugar a interpretar la escena desde el punto de vista de la razón, al modo cartesiano, o bien desde la perspectiva de las pasiones, como nos sugiere David Hume (1711 a 1776), para así hacernos una idea de las distintas “posibilidades del conocimiento”: ¿idealismo o realismo? ¿O todo es “fenomenológico”, imposición? ¿O todo es “hermenéutica”, interpretación?
miércoles, 15 de noviembre de 2023
En torno al concepto de identidad
Acabamos de completar el tema dedicado a la “identidad personal” haciendo un pequeño repaso de las distintas “dimensiones de la persona”. A la idea de que somos “personas afectivas” (dotadas de “sentimientos” y “emociones”) y “personas racionales” (dotadas de “inteligencia” y capaces de desarrollar nuestra razón, tanto “dialógica” como “cordial”), hemos de sumar el hecho de ser “personas sociales”, siempre en relación con otros seres humanos que nos identifican como personas y nos enseñan a serlo, facilitando nuestro pleno desarrollo. Llamamos a este desarrollo “proceso de socialización”, gracias al cual aprendemos a interactuar con los demás miembros de la sociedad, para poder llegar algún día a ser considerados nosotros mismos como miembros activos dentro de ella. Lo cierto es que este proceso por el que nos hacemos “seres sociales” en un proceso que nos forma individualmente, que con convierte en “individuos” (del latín “in-divido”, “que no se puede dividir”), nos convierte en seres únicos dotados de una “identidad propia”, con nuestra propia “personalidad”. Por eso mismo, el “proceso de socialización” es, sobre todo, un “proceso de individuación”, gracias al cual aprendemos a "ser quienes somos": nosotros mismos, y no otro cualquiera.
Aceptar esta individualidad implica, como hemos visto en el artículo previo (recordad a Odiseo o al doctor Fausto), aceptar que pertenecemos también a los demás, que nuestra “alma” no sólo es “nuestra”, sino que pertenece también a todos aquellos que nos rodean y que configuran nuestras vidas (o como decía José Ortega y Gasset, que “yo soy yo”, pero también soy “mis circunstancias”. ¿Qué pasaría si se nos negase ese aspecto social? ¿Qué pasaría si se nos arrebatase la capacidad para "interactuar con los demás", para comunicarnos, para compartir experiencias? Os propongo un par de ejemplos que seguramente os resulten familiares. Hace ya un buen montón de años, a Antonio Mercero se le ocurrió esta brillante parábola sobre la "incomunicación" (además de una crítica política encubierta al régimen franquista). En su memorable película corta para televisión “La cabina” (TVE, España, 1974), que podéis ver completa en el primero de los vídeos, se nos plantea una situación verdaderamente absurda: un viandante, un hombre cualquiera, accede a una cabina telefónica... de la que "no conseguirá salir". Reflexionad sobre esta metáfora, que tendremos tiempo de debatir en el aula.
Otro ejercicio interesante a la hora de abordar la “dimensión social” de la persona es analizar el caso de los llamados “niños salvajes”. Esta expresión hace referencia a los "niños que son abandonados" a una edad muy temprana y sobreviven al margen de cualquier tipo de “socialización” (incluso si son acogidos por otros animales, son criados de modo ajeno a la cultura humana). El caso más significativo que hemos visto en el aula es el Víctor de Aveyron, que fue encontrado vagando solo y desnudo por unos bosques franceses en el verano de 1799 y entregado a los cuidados del doctor Jean Marc Gaspard Itard. Este acontecimiento ha sido llevado al cine de forma notable por el director François Truffaut en su obra “El pequeño salvaje” (Carrosse, Francia, 1969), de la que os he seleccionado el arranque, que muestra el momento de la captura y las primeras horas de Victor en un “ámbito social” que desconoce. Quizá esto os ayude a responder a la pregunta que planteábamos en clase: ¿es Victor un “ser humano”, una “persona”? Contestar a esta pregunta es más difícil de lo que podría parecer en un principio. La secuencia inicial, que abre la película, nos permite hacernos una idea aproximada del "estado real" del niño en el momento de ser encontrado. Recordad que Victor tendría por entonces unos 11 años de edad: podéis comparar sus "habilidades" con las que vosotros teníais en ese mismo periodo vital (que seguro que aún permanecen frescos en vuestra memoria). Tendréis así una base más sólida para responder a la pregunta que se os plantea.
martes, 14 de noviembre de 2023
¿Estás prestando atención?
Cerramos el estudio de la “percepción” haciendo un pequeño análisis del proceso de la “atención”, que es parejo al anterior y que tanto influye en la forma en que concebimos la realidad. De hecho, son tal la cantidad de "estímulos" a los que estamos expuestos permanentemente (cientos de ellos en tan solo un segundo, tanto del "mundo exterior": imágenes, sonidos, olores, temperatura… como de nuestro "propio organismo": hambre, ser, cansancio, dolor…). Prestar atención a todo lo que percibimos sería "agotador", además de insoportable, por lo que necesitamos de un “vigilante” que "filtre todos esos estímulos", orientando nuestros receptores sensoriales a aquellos estímulos que deseamos percibir, desechando aquellos que consideramos meramente secundarios o directamente superfluos, para así poder "planificar mejor nuestras acciones" y "adaptarnos al medio de forma más eficiente".
Sabemos que la forma en que procesamos la información puede darse en dos niveles: el “procesamiento automático” nos exige muy poca atención, lo que nos permite "realizar varias tareas al mismo tiempo" (por ejemplo cuando conducimos un coche a la vez que fumamos un cigarrillo, o cuando cocinamos una rica receta mientras escuchamos música); por el contrario, el “procesamiento controlado” implica un mayor esfuerzo en el "control de la conducta" que exige una fuerte "concentración" (por ejemplo cuando estudiamos para un examen importante… y cualquier ruido o molestia nos impide prestar atención a lo que estamos haciendo).
Existen tres elementos que determinan nuestra atención: la “selección”, por la que discriminamos aquellos elementos de información que "deseamos procesar" (pensemos en un estudiante que atiende a las "palabras del profesor" sin percibir los ruidos que vienen del exterior de la clase); la “vigilancia”, por la que podemos realizar una "tarea monótona" durante un largo periodo de tiempo sin disminuir la atención (pensemos en un "juez de línea" durante un partido de tenis); y el “control”, la capacidad de suspender una actividad para procesar otra "información básica" más importante (pensemos en una madre que deja de hacer algo en el momento en que "oye llorar" a su bebe).
La “focalización” y la “concentración” de la conciencia son esenciales en este proceso. Y para mostrar la importancia de todos estos elementos os he seleccionado dos vídeos que espero que os resulten estimulantes. El primero se titula “El pase invisible”, un pequeño experimento de atención que nos obliga a concentrarnos en el "número de pases" que dan unos jugadores de baloncesto vestidos con "camiseta blanca": debemos acertar el número de pases totales, y luego reflexionar sobre alguna otra cosa que “nos haya llamado la atención”. El segundo se titula “¿Quién es el asesino?”, y aunque la respuesta a la pregunta es muy sencilla, al final nos propone un juego similar al conocido como “las siete diferencias”, solo que aquí los cambios que se producen en la habitación se multiplican por tres: ¿somos capaces de detectar que "objetos" de la escena del crimen han sido modificados?
Las leyes perceptivas de la Gestalt
La conocida escuela de psicología de la Gestalt (también conocida como “psicología de la forma” o “psicología de la configuración”) fue desarrollada en Alemania a principios del siglo XX por autores como Max Wertheimer, Wolfgang Köhler, Kurt Koffka y Kurt Lewin, que centró sus intereses en la comprensión de la "percepción", y en cómo la mente humana “configura los elementos estimulares” que le llegan a través de los canales sensoriales y de la memoria para generar “formas” o "estructuras” que siguen unas “leyes” precisas, unos “patrones fijos y universalizables”, y que ellos ilustran con el famoso aforismo: “el todo es mayor que la suma de las partes”. Aunque estas leyes se puedan aplicar al estudio de todos los "órganos exteroceptores", nos centraremos en la “vista” para ejemplificarlas mediante los dos interesantes vídeos que acompañan este artículo.
Las dos leyes generales, y también las más conocidas, son la “ley de fondo-figura”, que consiste en la agrupación de sensaciones en un "objeto o figura" que se percibe necesariamente sobre un "fondo" (en el famosísimo ejemplo de la “copa Rubin” el efecto se hace reversible, podemos saltar de la figura al fondo y viceversa, lo que nos indica que la “representación de la realidad” está dirigida enteramente por el “sujeto”); y la “ley de pregnancia”, “buena forma” o “destino común”, que consiste en un modo constante de agrupar los estímulos perceptivos para que sean estables y consistentes, y que tengan además una “estructura muy básica” que exija al sujeto el menor gasto de energía (una ley que ha sido utilizada muchísimo en el diseño de “logotipos comerciales” simples, como por ejemplo el emblema de Correos, el cartel de peligro, los hombrecillos de los semáforos o el logotipo de Apple).
Otros principios generales propuestos por los gestaltistas son la “ley de agudeza perceptiva”, que afirma que para percibir necesitamos de un “bagaje previo”, tanto personal como cultural, para poder entender lo que percibimos (pensemos en las “sombras chinescas” que ejecutamos con las manos); la “ley de constancia perceptiva” (que es la capacidad de percibir los objetos de manera constante aunque estos cambien de posición o forma, o bien sean vistos desde una determinada perspectiva o estén afectados por diversas modificaciones (pensemos en un “cubo de Rubik” sin resolver); y la “ley de movimiento aparente”, que permite que dos estímulos que se ofrecen con un intervalo de tiempo suficientemente corto entre ambos tienden a ser percibidos con una vinculación real (pensemos en el "cine", donde una serie de “fotogramas” aislados nos sugieren "movimiento").
Pero sin duda las más interesantes leyes perceptivas, y las que más han provocado vuestra atención cuando las vimos en el aula, son las leyes particulares, conocidas como “leyes de agrupación de estímulos”, que a partir de unos estímulos muy simples nos permiten percibir "formas complejas" mucho más elaboradas (que en ocasiones ni siquiera existen, pero son generadas por nuestro cerebro para dar un sentido a lo que percibimos). En los dos vídeos que acompañan al artículo podemos comprobar cuales son las más conocidas, con abundantes ejemplos: “ley de proximidad” (agrupar estímulos cercanos), “ley de semejanza” (agrupar estímulos similares), “ley de continuidad” (mantener la forma según un patrón estable), “ley de contraste” (agrupar estímulos diferenciados), “ley de cierre” (agrupar estímulos abiertos) o “ley de simetría” (considerar elementos aislados como grupos). Fíjate en los ejemplos que nos ofrecen los vídeos... y cuidado con la silla.
lunes, 13 de noviembre de 2023
Máscara, identidad, sujeto
Nos quedamos con "bardo inglés" William Shakespeare (1564 a 1616) en el último artículo, donde meditábamos sobre la idea de “persona”. Pero también citamos a Homero (siglo VIII a.n.e.), que no parecía salir muy bien parado. Retomamos ahora una de sus viejas historias para arrojar un poco de luz sobre la idea de “identidad”. En la inmortal “Odisea”, el viejo “aedo griego” nos narra las andanzas del bravo Odiseo (Ulises, si se prefiere) en su peregrinar de regreso a Ítaca, su patria, donde le esperan su mujer Penélope y su hijo Telémaco. Diez años tardará en producirse este encuentro, mientras Ulises vagabundea por el mar Mediterráneo en busca de su hogar, víctima de algunos episodios terribles... y otros un poco más divertidos. Nos centramos ahora en uno de ellos, y veremos que siempre que alguien "gana algo", también "pierde algo". El siguiente vídeo está extraído de la serie “La Odisea” (Zoetrope, EEUU, 1997), dirigida por Andrei Konchalovsky y producida para la televisión por Francis Ford Coppola (y de la que sólo he encontrado esta pieza original en inglés y sin subtítulos, para que practiquéis un poco vuestra competencia plurilingüe).
En la actual Sicilia, Ulises y sus hombres desembarcan para buscar alimentos y se encuentran con una “gigantesca guarida” repleta de comida y vino. Poco tardarán en saber que esta cueva es en realidad la casa de un “gigante” llamado Polifemo, uno de los grandes “cíclopes” (criaturas de un solo ojo) que, junto a sus hermanos, habita la isla. Cuando el cíclope regresa con el ganado, se encuentra a estos intrusos en su casa y decide comérselos uno tras uno. Como su apetito no decae, Ulises urde una de sus famosas “artimañas”: se enfrenta al gigante y le habla, presentándose con el nombre de “Nadie”, y acto seguido le ofrece vino. Unas cuantas copas más tarde, Polifemo, borracho, se tumba en su camastro y se echa a dormir, momento que aprovechan los hombres para tomar un mástil y clavárselo en su único ojo. Herido y ciego, el monstruo se apresura a pedir ayuda al grito de “Nadie me ha herido”, “Nadie me ha hecho daño”... pero ninguno de sus hermanos cíclopes acude a su llamada de auxilio porque, efectivamente, si nadie te ha herido es que “no ha pasado nada”. Este es el momento que aprovechan los hombres de Ulises para huir de la guarida y ponerse a salvo en el mar. Pero he aquí la reflexión: para ganar su “libertad”, Ulises ha tenido que perder su “identidad”. Dicho con otras palabras: para “ser libre" he de renunciar “a mí mismo”, a “lo que yo soy”.
Cambio de escenario, pero no de tema. En la novela romántica (del periodo romántico, se entiende) “Fausto”, de Johann Wolfgang von Goethe (1749 a 1832), el autor recoge una “vieja leyenda germánica” que narra la vida y peripecias de un hombre que se deja “tentar por el diablo”. Aquí os muestro el principio de la historia, en una adaptación cinematografía titulada “Fausto” (UFA, Alemania, 1926) de Friedrich Wikhelm Murnau. El doctor Fausto se debate “entre el bien y el mal”: sus ansias de conocimiento y su avaricia de poder le llevan a establecer un "pacto" con el mismísimo diablo. Mefostófiles (ese es el nombre elegido esta vez por el “ángel caído”) le promete concederle todos los favores: riquezas, placeres, sabiduría... pero, a cambio, el doctor debe comprometerse, cumplido el plazo, a “renunciar a su propia alma” y entregársela al viejo diablo. Todo sigue el curso anunciado: Fausto mejora en todos los aspectos de su vida de forma notable, se convierte en un triunfador, y las cosas no le podrían ir mejor cuando... finaliza el plazo acordado. Entonces Mefistófeles aparece de nuevo y "reclama lo que es suyo" en pago de los favores ofrecidos. ¿Qué se puede hacer en una situación así?
Entonces Fausto echa mano de una “vieja artimaña”: puesto que se trata de un “contrato”, justo es que esté en manos de los "abogados", y que sean ellos los que decidan. Y los abogados de Fausto aclaran a Mefistófeles que el acuerdo “no es posible”, y que Fausto no puede darle su alma, porque en realidad “su alma no le pertenece a él”, sino a todos los que forman parte de su vida: su esposa, sus hijos, sus amigos... todos aquellos que comparten su vida. De nuevo tenemos a un hombre que gana su “libertad”... a cambio de su “alma” (que en lenguaje moderno se dice “sujeto”, “conciencia”... pero que en realidad significa lo mismo: “identidad”) y de nuevo la identidad (aquello que nos hace “ser lo que somos”) es entendida de forma colectiva, como fruto de un “proceso” no solo de “individuación”, sino sobre todo de “socialización”. A partir de aquí, os resultará más fácil comprender que, a la hora de responder a la pregunta “¿quién soy yo?” tengamos que echar mano, no solo de aspectos personales como la “interioridad”, la “apertura al mundo” o el “proyecto vital”, sino también de componentes sociales (ya sean “culturales”, “políticos”, “religiosos”...) que nos determinan y nos hacen “ser lo que somos”.
domingo, 12 de noviembre de 2023
Lo que vemos, oímos, tocamos, olemos, saboreamos...
Para introducirnos en el mundo de la "percepción humana" hemos visto en el aula este interesante cortometraje de la página web Notodofilmfest titulado “Iniciación a la fotografía” (2013) de Nico Aguerre, donde comprobamos como nuestros “sentidos” a veces nos provocan “sensaciones” que nos impiden comprender verdaderamente qué es lo que está pasando. Un ejemplo similar lo podéis encontrar en el vídeo que cierra este artículo, extraído de la película “Interstate 60” (Firewords, EEUU, 2002) de Bob Gale, donde un enigmático doctor llamado Ray (Christopher Lloyd) enseña a uno de sus pacientes lo complejo que puede resultar el proceso perceptivo, pues nuestra “experiencia previa” sobre la realidad, o bien nuestras “motivaciones, deseos, intereses”, nos fuerzan a percibir cosas que realmente no existen, o que no son tal y como creemos que son. Podemos comprobarlo también en este interesante enlace que nos muestra un "experimento sobre audición" verdaderamente impactante.
¿Cómo funciona realimente nuestro “proceso perceptivo”? Para dar una adecuada respuesta a esta pregunta debemos establecer una diferenciación inicial entre tres conceptos fundamentales: “estímulo”, “sensación” y “percepción”. Un “estímulo” es una “energía física” procedente del mundo exterior o de nuestro propio interior que causa en nosotros una “excitación de un órgano sensorial” (como un haz de luz incide en el ojo o una frecuencia de sonido lo hace en el oído). La “sensación” es la detección de uno de estos estímulos por el “órgano sensorial” pertinente, ya sea externo (cualquiera de los cinco sentidos tradicionales) o interno (los receptores del movimiento, el equilibrio y el malestar), pero esta detección se produce “en bruto”, sin que la información haya sido elaborada o tenga significado. La “percepción” es el “proceso mental constructivo” por el cual organizamos las sensaciones y las dotamos de una “estructura” (“Gestalt” en alemán), puesto que nuestro cerebro le otorga un sentido a los datos que le llegan de la sensación y nos permite captar “conjuntos” o “formas” que hacen que los múltiples mensajes sensoriales recibidos se conviertan en “percepciones conscientes”.
El proceso perceptivo en sí mismo se puede definir como la interacción de cuatro operaciones sucesivas, cuatro “fases perceptivas” diferenciadas que pasamos a comentar a continuación. Empezamos por la “detección” de un estímulo por medio de un sentido concreto (pues cada uno dispone de “receptores específicos”, como el tímpano o las papilas gustativas); pasamos a la “transducción”, operación por la que estos órganos sensoriales convierten la energía física estimular (luz, frecuencia sonora, temperatura…) en “mensajes nerviosos” específicos; viene a continuación la “transmisión”, que es el momento en que esa energía electroquímica adquiere suficiente intensidad para desencadenar un “potencial de acción” o “impulso nervioso” que llega de forma “codificada” al área cerebral específica (visual, auditiva, táctil…) encargada de procesarla, que es el cuarto momento que concluye el proceso: el “procesamiento” es la operación mediante la cual el “cerebro” organiza e interpreta la información y la convierte en “experiencias conscientes” para el individuo. Este largo proceso perceptivo nos indica que no percibimos el mundo “tal cual es”, de forma simple y automática, sino que lo “construimos” nosotros mismos… y por eso mismo elementos como la atención, la experiencia previa o la motivación son fundamentales.
Respecto de los “órganos sensoriales” que intervienen en el proceso, cabría diferenciar entre los “exteroceptores” o “sentidos externos” (nuestros cinco sentidos básicos: vista, oído, tacto, olfato y gusto) que nos informan de la realidad exterior (los dos primeros son los más desarrollados en los humanos, mientras los tres últimos, llamados “nocioceptores”, tienen un impacto menos acusado en nuestras vidas); los “interoceptores” o “sentido orgánico”, que regula la actividad de nuestras “células viscerales” y nos advierte de los estados fisiológicos más evidentes (como el hambre, la sed, el cansancio…) además e avisarnos de las sustancias nocivas para el organismo; y los “propioceptores”, que combinan el “sentido cenestésico” (que nos informa de la “posición relativa” del cuerpo y de la “tensión muscular”) con el “sistema vestibular” (que nos facilita información sobre el “movimiento” y la “orientación” de la cabeza y el cuerpo respecto a la tierra conforme nos desplazamos, ya sea por nosotros mismos o por impulso de algún vehículo).
viernes, 10 de noviembre de 2023
¿Qué es esa cosa llamada verdad?
No hemos tenido tiempo de trabajar muy a fondo las distintas “teorías acerca de la verdad”, por lo que vamos a tratar de arrojar sobre ellas un poco de luz gracias al cine. Nos centramos primero en la llamada “verdad metafísica”, para luego trabajar el concepto de “verdad epistemológica” en sus dos vertientes: la verdad entendida como “identidad” (en sentido “analítico”) y la verdad entendida como “correspondencia” o “adecuación” (en sentido “sintético”). Nada mejor que acudir a uno de los más grandes, Orson Welles, que inició su carrera artística provocando el pánico en la población americana con la adaptación radiofónica del libro "La guerra de los mundos" de H. G. Welles, en la que se simulaba una "invasión extraterrestre" que nunca tuvo lugar, y que en su última película “F. de Fraude” (Janus, Francia, 1973), que aquí se conoció simplemente como “Fraude”, nos ofrece una magnífica reflexión sobre el mismo tema, el que más insistentemente aparece a lo largo de su obra fílmica: la dualidad entre “lo real y lo ficticio” en la representación artística, a partir de una notable historia protagonizada por el pintor español Pablo Picasso (1881 a 1973).
La película es una historia sobre "trucos" y “engaños”, uno detrás de otro: Elmyr de Hory (1906 a 1976), un notable "falsificador de cuadros" de autores contemporáneos (Modigliani, Matisse, Picasso…), es reclamado por la justicia de varios países. La corrupta trayectoria profesional de d'Hory salió a la luz, por cierto, a través de una biografía publicada por un escritor venido a menos, Clifford Irving (1930 a 2017), el cual fue acusado a su vez de la publicación de una autobiografía totalmente falsa sobre el multimillonario Howard Hughes (1905 a 1976). Afirma d'Hory que sus "falsificaciones", extendidas por todo el mundo y que cuelgan de las paredes de reconocidos museos, se convierten en "obras artísticas “n sí mismas” si son expuestas durante suficiente tiempo en un importante museo. La teoría de la “verdad metafísica” insiste en afirmar que algo es real cuando su “aspecto” (su “apariencia”) manifiesta realmente “lo que es” (su “esencia”), una conexión a la que damos el nombre de “autenticidad”. Así pues, un cuadro que parece pintado por Picasso pero que ha sido pintado por Picasso simplemente es falso: “no es un Picasso”… pero nada de esto parece claro.
Esta “dualidad” entre “lo realmente cierto” (lo auténtico) y la “falsedad total” (el fraude) fascinaba a Welles. No deja de sorprender, no obstante, que lo que esconde el director bajo la chistera pueda ser en realidad una cruda reflexión existencialista sobre el sentido de la “identidad” en el ser humano. De hecho, la película no es un film montado, es en sí mismo "un montaje” (una farsa). El cine es, a través del procedimiento de ensamblaje de planos, un “fraude” permanente, ya que bajo la apariencia de realidad que muestra se esconde la mayor mentira que un medio artístico pueda perpetrar: la “falsificación de la realidad”. Consideremos el famoso comentario del propio Picasso, cuando descubre que ninguna de las obras expuestas en una famosa galería parisina son suyas: en vista de que “todos me copian”, voy a tomar una hoja y un carbón y voy a tratar de hacer lo mismo: “yo también puedo pintar un Picasso falso” (aunque es difícil imaginar como un “auténtico” cuadro pintado por Picasso podría ser “falso”).
Hemos cruzado la barrera para adentrarnos en el terreno de la “verdad epistemológica”, que no se refiere ya a “lo real” sino al “conocimiento de lo real”. Y como todo conocimiento debe darse a través de “juicios”, y son dos los tipos de juicios de los que somos capaces (“analíticos” y “sintéticos”), dos serán las posibles respuestas a lo que nosotros conocemos verdaderamente. Por un lado tenemos la “identidad”, resultado de “juicios a priori” en los que el predicado está incluido en el sujeto o se deriva necesariamente de este como su consecuencia lógica, y que se apoyarían en el "principio de identidad" y el “principio de no-contradicción”. Así, por ejemplo: “un triángulo tiene tres ángulos”, “los solteros son no casados”… o “un Picasso es un Picasso”. Por otro lado tenemos la “correspondencia” o “adecuación”, que consiste en el ajuste entre “lo que se dice de algo” y “lo que ese algo es”. Se trataría, no obstante, no de una “correspondencia material”, sino de una “correspondencia formal” entre la representación que nos hacemos del objeto (llámase “concepto” o llámese “proposición”) y el objeto mismo.
Detengámonos en esto: se trata de contrastar un juicio sobre la realidad con la misma realidad, de “ponerlo a prueba” o, si se prefiere, de “verificarlo”. Como ya hemos estudiado, la ciencia postula para ello una serie de "hipótesis sobre el mundo", hipótesis que han de ser suficientemente consistentes. Recordemos las cuatro características que debe tener toda hipótesis: debe dar respuesta a un problema, debe ser posible que se deriven de ella consecuencias, debe permitir hacer predicciones y deber ser siempre la más simple posible. A esta última característica se la conoce como “Navaja de Ockham" o “principio de economía”, y fue formulada por vez primera por el británico Guillermo de Ockham (1285 a 1347) allá por el siglo XIV. El principio expone que: “dadas dos posibles explicaciones para un mismo hecho, la más sencilla siempre es la correcta”. Como ocurre en muchos de los ejemplos que hemos visto en clase, desde la “materia infecciosa” de Ignaz Philippe Semmelweis (1818 a 1865) al “planeta desconocido” de John Couch Adams (1819 a 1892) y Urban Le Verrier (1811 a 1877); este pertinaz principio tiende a repetirse una y otra vez.
La reciente “Contact” (Warner Bros, EEUU, 1997) de Robert Zemeckis, a partir de un relato de ciencia ficción de Carl Sagan (1934 a 1996) trabaja sobre este presupuesto. La protagonista de la película, una joven y prometedora científica de la NASA, estudia el cielo en busca de una posible “señal de vida inteligente” fuera del sistema solar. Finalmente, recibe una "misiva extraterrestre" en la que, en “lenguaje matemático”, se ofrecen los planos para la construcción de una nave capaz de transportarla a otra galaxia. Construida la nave, ella viaja en el espacio durante “unas 18 horas”, pero al volver se entera de que la nave no se ha movido de su sitio, y que su viaje sólo ha durado unas décimas de segundo. Hasta aquí todo es ficción, lo bueno viene ahora. ¿Qué es más sensato, pensar que "ha viajado en el espacio", como ella cree, o que "todo ha sido una ilusión", como creen todos los demás? Los políticos y científicos encargados del viaje la desacreditan porque sus registros "solo contienen nieve", no aportan “evidencias” de lo que dice: para demostrar algo es necesario tener “pruebas concluyentes” y “verificarlas con los hechos”. Pero el final de la película nos tiene reservada una “pequeña sorpresa”… que no os revelo para no estropearos su visión.
-
La Grecia de la “ época oscura ” de la que hablábamos en la anterior entrada, dominada por la tradición mitológica, dará paso a la “ é...
-
Un último artículo de repaso a la filosofía de Aristóteles (384 a 322 a.n.e.) con nuestra acostumbrada visita al excelente canal de ...
-
Una de las preguntas más recurrentes en el ámbito de la “ metafísica ” ( μετὰ [τὰ] φυσικά ) es la pregunta por el “ sentido de la vida ...
-
Vamos a desarrollar la “ teoría del conocimiento ” de Aristóteles (384 a 322 a.n.e.) a partir de la interesante y ya clásica películ...
-
Iniciamos nuestro análisis de los conceptos de " valor " y " norma ", tanto en sentido genérico como en sentído éti...