lunes, 20 de noviembre de 2023

Los distintos tipos de memoria a largo plazo


     El estudio de la “memoria a largo plazo” es sin duda el más complejo de todos los relacionados con el sistema de la memoria, motivo por el cual muchos autores han propuesto últimamente distintas “categorizaciones” para poder abordarlo, pues la memoria a largo plazo no es una “entidad unitaria”, sino que está constituida por diferentes “subsistemas de memoria” que almacenan distintos "tipos de conocimientos", que además no se pueden localizar en una parte concreta del cerebro y exigen de su participación completa. Larry Squire (1941-) propone dos sistemas de memoria a largo plazo especialmente relevantes tanto para recordar hechos como habilidades: la “memoria declarativa” o memoria del “saber qué” es la encargada de almacenar información y conocimientos de hechos y acontecimientos, y constituye el caudal de conocimientos de una persona (lo que “sabe sobre el mundo”) y permite expresar nuestro pensamiento; por el contrario, la “memoria procedimental” o memoria del “saber cómo” se encarga de almacenar información sobre nuestras habilidades o nuestras destrezas, sobre “cómo hacer las cosas”, un tipo de conocimiento que se adquiere por “condicionamiento” o por “repetición”, y que exige de la consolidación de algún tipo ese “técnica” o “arte” perfectamente asimilado.

     Endel Tulving (1927 a 2023) diferencia por su parte entre la “memoria episódica”, que consiste en nuestra memoria “autobiográfica” o “personal”, capaz de almacena los recuerdos de todos los episodios concretos de nuestra propia vida de forma secuenciada, es decir, organizada temporalmente; y la “memoria semántica”, que es nuestra memoria del “lenguaje” y del “mundo”, encargada de almacenar nuestro “conocimiento cultural” (hechos, ideas, conceptos, reglas, proposiciones, esquemas… que incluye tanto lo que llamamos “cultura general” como el conjunto de “conocimientos especializados” sobre las temáticas que dominamos académicamente o con las que trabajamos profesionalmente) con independencia de las circunstancias de su aprendizaje, por lo que puede recuperar la información sin hacer referencia al tiempo o lugar en que se adquirió el conocimiento. Esta última memoria es prácticamente "inmune al olvido", puesto que el lenguaje, las habilidades matemáticas y otros conocimientos similares son duraderos y se mantienen intactos a lo largo del tiempo: una vez adquirida, recuerdo perfectamente la “letra de una canción” (por ejemplo “Susanita tiene un ratón…” de Los Payasos) o la “definición de una ley científica” (por ejemplo la Ley de gravitación universal).

     Este último autor ha sugerido más recientemente, con la ayuda de su alumno Daniel Schacter (1952-), una dicotomía más precisa que ha abierto las posibilidades de análisis de la memoria a largo plazo. Tulving-Schacter nos hablan de una “memoria explicita”, “intencional” (equiparable a la memoria “declarativa”) que supone un conocimiento “consciente y activo” del mundo que “podemos verbalizar" (como recordar el teorema de Pitágoras o cuál es la capital de Argentina); y de una “memoria implícita”, “incidental” (equiparable a la memoria "no-declarativa”) que nos permite aprender cosas sin darnos cuenta y sin hacer grandes esfuerzos para ello y que “no podemos verbalizar” (por ejemplo montar en bicicleta, esquiar, conducir, etc.). Esta dicotomía nos permite constatar la existencia de hasta cinco “subsistemas de memoria a largo plazo” que, avanzando de la memoria implícita a la memoria explicita, se organizan como sigue: en primer lugar la “memoria procedimental” (saber hacer cosas); en segundo lugar la “representación perceptiva” (basada en el efecto “primado”); en tercer lugar la “memoria semántica” (conocimientos de conceptos e ideas); en cuarto lugar la “memoria operativa” (llamada también memoria "de trabajo”); y finalmente la “memoria episódica” (nuestros acontecimientos autobiográficos).

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