jueves, 16 de noviembre de 2023

Realidad, apariencia, posibilidad


     Continuamos nuestro pequeño análisis de la “metafísica” (μετὰ [τὰ] φυσικά) por el camino de la “ontología” (ὄντος-λόγος), es decir, la “teoría acerca del ser”, y nos centramos en la pregunta por la “realidad” (realitas). Hemos comentado en clase una posible definición negativa del término, tratando de oponer “realidad” a “apariencia”, por un lado, y a “posibilidad” por otro. Realidad sería “todo aquello que no es aparente”, y si bien la apariencia nos puede mostrar  en ocasiones “el ser real de las cosas” (recordad el reciente artículo precedente sobre las “teorías de la verdad”, donde abordábamos el concepto de “verdad metafísica”), lo común es suponer que la apariencia “esconde u oculta el ser real de las cosas”, en cuyo caso la realidad estaría más allá de lo que las cosas parecen ser. Pero también hemos comentado que la apariencia puede ser el camino para descubrir al “ser real de las cosas”, como muestra el vídeo que abre este artículo. La película “Entrevista con el vampiro” (Geffen, EEUU, 1994) de Neil Jordan nos muestra a un grupo de vampiros dirigiendo un pintoresco “teatro parisino” en el que se representan “historias de vampiros”, y donde nuestros protagonistas “son vampiros que juegan a ser actores que juegan a ser vampiros”.

     El concepto de “realidad” también se opone al de “posibilidad”: lo “posible” es “lo que aún no es real”, “lo que no existe de facto”, pero que es algo que “podría llegar a ser”, si actualmente se dan las condiciones para que esa posibilidad sea real en el futuro. Casi cualquier película de ciencia ficción parte de este principio básico para mostrarnos una “realidad posible”, no actual sino ficticia. En buen ejemplo lo encontramos en la saga “The Terminator 2: El juicio final” (Pacific Western, EEUU, 1984) de James Cameron, que en esta segunda entrega de la serie nos presenta de nuevo al T-800 (Arnold Schwarzenegger) un robot que nos muestra cómo ser más humanos. La máquina cibernética que da título a la película sirve como perfecto ejemplo de lo que los filósofos llamamos “contrafáctico”: se trata de un objeto o acontecimiento que no existe porque no se ha producido aún, por lo que pensar en él supone vulnerar la realidad, pensar “contra los hechos”. El “terminator” es un “ciborg” procedente del futuro, con una tecnología tan avanzada que es, literalmente, increíble. Pero el mismo robot que visita el presente es en realidad “el principio de esa realidad futura”, porque la “sofisticada tecnología” que alberga en su interior inspirará a los científicos a desarrollarla, lo que nos introduce en un “bucle temporal” verdaderamente extraño).

     La definición positiva de “realidad” es mucho más difícil de alcanzar, toda vez que al término realidad habremos de añadirle siempre un adjetivo que lo clarifique: realidad “necesaria” o “contingente”, “física” o “psíquica”, incluso “virtual”... Todas ellas nos ofrecen dificultades de interpretación, como mostramos a continuación en esta escena de la película “Doce monos” (Universal, EEUU, 1995) del director americano Terry Gilliam, uno de los seis maravillosos gamberros que dieron origen a los Monty Python, el grupo de humor británico más irreverente del que se tiene noticia. Esta película juega permanentemente a “alterar el sentido de la realidad”, tanto física como psíquica. Os resumo la historia brevemente: John Cole (Bruce Willis) es un “enviado del futuro” que regresa al año 1995 para recoger datos que permitan comprender el “desastre biológico” que ha asolado el planeta tras una “pandemia” o infección masiva de la práctica totalidad de la población por culpa de la “manipulación genética” cometida por un grupo terrorista conocido como el “ejército de los 12 monos“.

     Ni que decir tiene que, en cuanto él les cuenta esta historia a los atónitos policías de Baltimore, estos “lo encierran en un manicomio” y le ponen inmediatamente a “tratamiento psiquiátrico”. Lo que ocurre a partir de aquí es que el propio Cole comienza a “dudar de sus certezas”, y a suponer que realmente él es un “enfermo mental” y no un hombre del siglo XXI que ha regresado al siglo XX para salvar a la humanidad. Incluso cuando vuelve a su propio tiempo, desprecia a todos cuantos les rodean al afirmar: “vosotros no sois reales, solo estáis en mi mente“. Fijaos en la secuencia en la que uno de los internos del hospital, un enfermo con “divergencia mental”, le plantea a Cole la duda esencial que se planteaba René Descartes (1596 a 1650): aunque para mí esto es una realidad “evidente por sí misma”, lo cierto es que todo lo que yo conozco y doy por válido no es más que un “producto de mi mente enferma”. Pero el caso es que podríamos jugar a interpretar la escena desde el punto de vista de la razón, al modo cartesiano, o bien desde la perspectiva de las pasiones, como nos sugiere David Hume (1711 a 1776), para así hacernos una idea de las distintas “posibilidades del conocimiento”: ¿idealismo o realismo? ¿O todo es “fenomenológico”, imposición? ¿O todo es “hermenéutica”, interpretación?

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