viernes, 17 de noviembre de 2023

Érase una vez un escorpión y una rana...


     Completamos la unidad didáctica dedicada al concepto de la “identidad personal” tratando de conectar la idea de “persona” con la de “identidad”, a la par que abordamos conceptos como el de “libertad” y “responsabilidad”, nuevas ideas que nos va a mantener ocupados el resto del trimestre y que tienen que ver con la “convivencia entre personas”, que nos permitirá abordar temas fundamentales del ámbito ético como los conceptos de “valor” y de “norma”, así como las ideas de “autonomía moral” y “heteronomía moral”. La mejor manera de hacerlo es refrescar la memoria con un par de términos que ya hemos comentado en clase, como son el “talante” y el “carácter”, que unidos determinan nuestra “personalidad”. El primero de ellos era utilizado con frecuencia por el antiguo presidente José Luis Rodríguez Zapatero, que hacía uso abundante de esta palabra. Conviene, por tanto, matizar la diferencia entre estos términos en su uso cotidiano, que nada tiene que ver con el sentido que le damos desde el punto de vista ético.

     Junto a nuestro presidente, muchos son los que utilizan el término “talante” y el término “carácter” como si fuesen sinónimos (al igual que utilizamos “moral” y “ética” con idéntico significado en el lenguaje ordinario). Un ejemplo de este uso indistinto lo encontramos en la película “Mister Arkadin” (Mercury, EEUU, 1955) de Orson Welles, en la que el director y protagonista nos cuenta una hermosa fábula de la que seguro habéis oído hablar, y que aquí os reproduzco en versión original (es un “cuento para niños”, muy fácil de asimilar, aunque sea en inglés). Pues bien: cuando Zapatero dice “talante”, en realidad se está refiriendo al “carácter”, mientras que Welles emplea el término “carácter” para referirse a lo que nosotros entendemos como “talante”. Este último término, que puede sustituirse por el de “temperamento”, designa el "bagaje con el que nacemos", aquello que no podemos elegir, sino que hemos heredado, y que determina nuestro “tono vital” o “forma de ser”, nuestro particular “sentimiento de la existencia”, con el que nos enfrentamos “por naturaleza” a la realidad. Una persona es naturalmente afable o agresiva, tímida o desinhibida, parlanchina o silenciosa... Incluso desde muy niños: unos lloran todo el día y dan “mucha guerra”, mientras que otros son “unos santos” que no dan problemas. El conjunto de estos rasgos determina lo que solemos conocer como “personalidad”.

     Pero: ¿es posible cambiar nuestra “forma natural de ser”? ¿Puede alguien tímido aprender a “abrirse a los demás” y ser más comunicativo? ¿Puede una persona naturalmente violenta comportarse “con mesura”? Son muchos los psicólogos que sostienen que los rasgos de personalidad, si bien quedan afianzados en los dos primeros años de vida, son flexibles, por lo que pueden variar con el paso de los años. Si podemos modificar nuestro temperamento (natural) por medio de las “decisiones” que vamos tomamos a lo largo de nuestra vida (es decir, por el uso que hagamos de nuestra “libertad”), entonces podemos ir “construyéndonos a nosotros mismos”, haciéndonos las personas que “queremos ser”, que “deseamos ser”: estamos forjando nuestro propio “carácter”. Y por eso es muy importante reflexionar en cada momento de nuestra vida sobre nosotros mismos, explotar nuestra intimidad, nuestra capacidad de empatía, para aprender a ser “dueños de nosotros mismos”.

     Un ejemplo notable de lo que estamos comentando lo encontramos en la reciente película “Gran Torino” (Warner Bros, EEUU, 2008) del incombustible Clint Eastwood, donde el protagonista, Walt Kowalsky, un viejo cascarrabias anclado en las tradiciones y con una personalidad agresiva y huraña, va poco a poco modificando su actitud hacia sus vecinos asiáticos, aparentemente tan diferentes pero tan iguales, hasta convertirse en la persona que le gustaría ser, y evitar de paso que Thao (Bee Vang), su joven vecino, cometa el mismo error que él cometió en el pasado: porque “si matas a alguien, te conviertes en un asesino”; mientras que “si ayudas a alguien”, si eres capaz de empatizar con él, te abres a los demás, y de paso al mundo, y “te haces mejor persona”. Os he seleccionado la escena final (aunque convendría recordar el momento en que Walt encierra a Thao para evitar que este cometa una locura, escena que tenéis en este enlace), cuando el protagonista literalmente se “autoinmola” (una palabra que suele darnos a todos “mal rollo”), consciente de que su “sacrificio por los demás” supone “un bien mayor para todos”, a la par que libera a Walt de la pasada carga que ha soportado desde hace muchos años. Tendremos tiempo de volver a esta película cuando nos adentremos en el estudio de las distintas teorías éticas, algunas de las cuales ya hemos visto en el aula, pero que profundizaremos en artículos posteriores.

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