Completamos la unidad didáctica dedicada
al concepto de la “identidad personal” tratando de conectar la idea de “persona”
con la de “identidad”, a la par que abordamos conceptos como el de “libertad”
y “responsabilidad”,
nuevas ideas que nos va a mantener ocupados el resto del trimestre y que tienen
que ver con la “convivencia entre personas”, que nos permitirá abordar temas
fundamentales del ámbito ético como los conceptos de “valor” y de “norma”,
así como las ideas de “autonomía moral” y “heteronomía
moral”. La mejor manera de hacerlo es refrescar la memoria con un par
de términos que ya hemos comentado en clase, como son el “talante” y el “carácter”,
que unidos determinan nuestra “personalidad”. El primero de ellos era utilizado
con frecuencia por el antiguo presidente José Luis Rodríguez Zapatero, que hacía uso abundante de
esta palabra. Conviene, por tanto, matizar la diferencia entre estos términos
en su uso cotidiano, que nada tiene que ver con el sentido que le damos desde
el punto de vista ético.
Junto a nuestro presidente, muchos son
los que utilizan el término “talante” y el término “carácter” como si fuesen
sinónimos (al igual que utilizamos “moral” y “ética” con idéntico
significado en el lenguaje ordinario). Un ejemplo de este uso indistinto lo
encontramos en la película “Mister Arkadin”
(Mercury, EEUU, 1955) de Orson
Welles, en la que el director y protagonista nos cuenta una
hermosa fábula de la que seguro habéis oído hablar, y que aquí os reproduzco en
versión original (es un “cuento para niños”, muy fácil de asimilar, aunque sea
en inglés). Pues bien: cuando Zapatero dice “talante”, en realidad se
está refiriendo al “carácter”, mientras que Welles emplea el término “carácter”
para referirse a lo que nosotros entendemos como “talante”. Este último
término, que puede sustituirse por el de “temperamento”, designa el "bagaje
con el que nacemos", aquello que no podemos elegir, sino que hemos
heredado, y que determina nuestro “tono vital” o “forma de ser”,
nuestro particular “sentimiento de la existencia”, con el que nos enfrentamos “por
naturaleza” a la realidad. Una persona es naturalmente afable o agresiva, tímida
o desinhibida, parlanchina o silenciosa... Incluso desde muy niños: unos lloran
todo el día y dan “mucha guerra”,
mientras que otros son “unos santos”
que no dan problemas. El conjunto de estos rasgos determina lo que solemos
conocer como “personalidad”.
Pero: ¿es posible cambiar nuestra “forma
natural de ser”? ¿Puede alguien tímido aprender a “abrirse a los demás”
y ser más comunicativo? ¿Puede una persona naturalmente violenta comportarse “con
mesura”? Son muchos los psicólogos que sostienen que los rasgos de
personalidad, si bien quedan afianzados en los dos primeros años de vida, son
flexibles, por lo que pueden variar con el paso de los años. Si podemos modificar
nuestro temperamento (natural) por medio de las “decisiones” que vamos tomamos
a lo largo de nuestra vida (es decir, por el uso que hagamos de nuestra “libertad”),
entonces podemos ir “construyéndonos a nosotros mismos”, haciéndonos las
personas que “queremos ser”, que “deseamos ser”: estamos forjando nuestro
propio “carácter”. Y por eso es muy importante reflexionar en cada
momento de nuestra vida sobre nosotros mismos, explotar nuestra intimidad, nuestra
capacidad de empatía, para aprender a ser “dueños de nosotros mismos”.
Un ejemplo notable de lo que estamos
comentando lo encontramos en la reciente película “Gran Torino” (Warner Bros,
EEUU, 2008) del
incombustible Clint
Eastwood, donde el protagonista, Walt Kowalsky, un viejo cascarrabias anclado en las tradiciones y
con una personalidad agresiva y huraña, va poco a poco modificando su actitud
hacia sus vecinos asiáticos, aparentemente tan diferentes pero tan iguales,
hasta convertirse en la persona que le gustaría ser, y evitar de paso que Thao (Bee Vang), su joven vecino, cometa
el mismo error que él cometió en el pasado: porque “si matas a alguien, te
conviertes en un asesino”; mientras que “si ayudas a alguien”, si eres capaz
de empatizar con él, te abres a los demás, y de paso al mundo, y “te haces mejor
persona”. Os he seleccionado la escena final (aunque convendría recordar el
momento en que Walt encierra a Thao para evitar que este cometa una locura, escena que tenéis en este enlace), cuando el protagonista literalmente se “autoinmola” (una palabra que suele
darnos a todos “mal rollo”),
consciente de que su “sacrificio por los demás” supone “un bien mayor para
todos”, a la par que libera a Walt de la pasada carga que ha soportado desde
hace muchos años. Tendremos tiempo de volver a esta película cuando nos
adentremos en el estudio de las distintas teorías éticas, algunas de las cuales
ya hemos visto en el aula, pero que profundizaremos en artículos posteriores.
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