viernes, 10 de noviembre de 2023

¿Qué es esa cosa llamada verdad?

     No hemos tenido tiempo de trabajar muy a fondo las distintas “teorías acerca de la verdad”, por lo que vamos a tratar de arrojar sobre ellas un poco de luz gracias al cine. Nos centramos primero en la llamada “verdad metafísica”, para luego trabajar el concepto de “verdad epistemológica” en sus dos vertientes: la verdad entendida como “identidad” (en sentido “analítico”) y la verdad entendida como “correspondencia” o “adecuación” (en sentido “sintético”). Nada mejor que acudir a uno de los más grandes, Orson Welles, que inició su carrera artística provocando el pánico en la población americana con la adaptación radiofónica del libro "La guerra de los mundos" de H. G. Welles, en la que se simulaba una "invasión extraterrestre" que nunca tuvo lugar, y que en su última película “F. de Fraude” (Janus, Francia, 1973), que aquí se conoció simplemente como “Fraude”, nos ofrece una magnífica reflexión sobre el mismo tema, el que más insistentemente aparece a lo largo de su obra fílmica: la dualidad entre “lo real y lo ficticio” en la representación artística, a partir de una notable historia protagonizada por el pintor español Pablo Picasso (1881 a 1973).

     La película es una historia sobre "trucos" y “engaños”, uno detrás de otro: Elmyr de Hory (1906 a 1976), un notable "falsificador de cuadros" de autores contemporáneos (Modigliani, Matisse, Picasso…), es reclamado por la justicia de varios países. La corrupta trayectoria profesional de d'Hory salió a la luz, por cierto, a través de una biografía publicada por un escritor venido a menos, Clifford Irving (1930 a 2017), el cual fue acusado a su vez de la publicación de una autobiografía totalmente falsa sobre el multimillonario Howard Hughes (1905 a 1976). Afirma d'Hory que sus "falsificaciones", extendidas por todo el mundo y que cuelgan de las paredes de reconocidos museos, se convierten en "obras artísticas “n sí mismas” si son expuestas durante suficiente tiempo en un importante museo. La teoría de la “verdad metafísica” insiste en afirmar que algo es real cuando su “aspecto” (su “apariencia”) manifiesta realmente “lo que es” (su “esencia”), una conexión a la que damos el nombre de “autenticidad”. Así pues, un cuadro que parece pintado por Picasso pero que ha sido pintado por Picasso simplemente es falso: “no es un Picasso”… pero nada de esto parece claro.

     Esta “dualidad” entre “lo realmente cierto” (lo auténtico) y la “falsedad total” (el fraude) fascinaba a Welles. No deja de sorprender, no obstante, que lo que esconde el director bajo la chistera pueda ser en realidad una cruda reflexión existencialista sobre el sentido de la “identidad” en el ser humano. De hecho, la película no es un film montado, es en sí mismo "un montaje” (una farsa). El cine es, a través del procedimiento de ensamblaje de planos, un “fraude” permanente, ya que bajo la apariencia de realidad que muestra se esconde la mayor mentira que un medio artístico pueda perpetrar: la “falsificación de la realidad”. Consideremos el famoso comentario del propio Picasso, cuando descubre que ninguna de las obras expuestas en una famosa galería parisina son suyas: en vista de que “todos me copian”, voy a tomar una hoja y un carbón y voy a tratar de hacer lo mismo: “yo también puedo pintar un Picasso falso” (aunque es difícil imaginar como un “auténtico” cuadro pintado por Picasso podría ser “falso”).

     Hemos cruzado la barrera para adentrarnos en el terreno de la “verdad epistemológica”, que no se refiere ya a “lo real” sino al “conocimiento de lo real”. Y como todo conocimiento debe darse a través de “juicios”, y son dos los tipos de juicios de los que somos capaces (“analíticos” y “sintéticos”), dos serán las posibles respuestas a lo que nosotros conocemos verdaderamente. Por un lado tenemos la “identidad”, resultado de “juicios a priori” en los que el predicado está incluido en el sujeto o se deriva necesariamente de este como su consecuencia lógica, y que se apoyarían en el "principio de identidad" y el “principio de no-contradicción”. Así, por ejemplo: “un triángulo tiene tres ángulos”, “los solteros son no casados”… o “un Picasso es un Picasso”. Por otro lado tenemos la “correspondencia” o “adecuación”, que consiste en el ajuste entre “lo que se dice de algo” y “lo que ese algo es”. Se trataría, no obstante, no de una “correspondencia material”, sino de una “correspondencia formal” entre la representación que nos hacemos del objeto (llámase “concepto” o llámese “proposición”) y el objeto mismo.

     Detengámonos en esto: se trata de contrastar un juicio sobre la realidad con la misma realidad, de “ponerlo a prueba” o, si se prefiere, de “verificarlo”. Como ya hemos estudiado, la ciencia postula para ello una serie de "hipótesis sobre el mundo", hipótesis que han de ser suficientemente consistentes. Recordemos las cuatro características que debe tener toda hipótesis: debe dar respuesta a un problema, debe ser posible que se deriven de ella consecuencias, debe permitir hacer predicciones y deber ser siempre la más simple posible. A esta última característica se la conoce como “Navaja de Ockham" o “principio de economía”, y fue formulada por vez primera por el británico Guillermo de Ockham (1285 a 1347) allá por el siglo XIV. El principio expone que: “dadas dos posibles explicaciones para un mismo hecho, la más sencilla siempre es la correcta”. Como ocurre en muchos de los ejemplos que hemos visto en clase, desde la “materia infecciosa” de Ignaz Philippe Semmelweis (1818 a 1865) al “planeta desconocido” de John Couch Adams (1819 a 1892) y Urban Le Verrier (1811 a 1877); este pertinaz principio tiende a repetirse una y otra vez.

     La reciente “Contact” (Warner Bros, EEUU, 1997) de Robert Zemeckis, a partir de un relato de ciencia ficción de Carl Sagan (1934 a 1996) trabaja sobre este presupuesto. La protagonista de la película, una joven y prometedora científica de la NASA, estudia el cielo en busca de una posible “señal de vida inteligente” fuera del sistema solar. Finalmente, recibe una "misiva extraterrestre" en la que, en “lenguaje matemático”, se ofrecen los planos para la construcción de una nave capaz de transportarla a otra galaxia. Construida la nave, ella viaja en el espacio durante “unas 18 horas”, pero al volver se entera de que la nave no se ha movido de su sitio, y que su viaje sólo ha durado unas décimas de segundo. Hasta aquí todo es ficción, lo bueno viene ahora. ¿Qué es más sensato, pensar que "ha viajado en el espacio", como ella cree, o que "todo ha sido una ilusión", como creen todos los demás? Los políticos y científicos encargados del viaje la desacreditan porque sus registros "solo contienen nieve", no aportan “evidencias” de lo que dice: para demostrar algo es necesario tener “pruebas concluyentes” y “verificarlas con los hechos”. Pero el final de la película nos tiene reservada una “pequeña sorpresa”… que no os revelo para no estropearos su visión.

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