lunes, 23 de octubre de 2023

Del mundo perceptual al mundo simbólico


     Un pequeño repaso a la idea de “conocimiento” que hemos trabajado en clase estos últimos días, antes de introducirnos en el análisis de las distintas “teorías del conocimiento” que nos ha dejado la historia. Como espero recordaréis, nuestro análisis del conocimiento esta cercano a la “metodología empírico-racionalista” propuesta por Aristóteles (384 a 322 a.n.e.) que hemos querido actualizar: se trata de conjugar, sucesivamente, el “mundo de la percepción” y el “mundo de la cognición” humanos. La primera actividad nos permite convertir “estímulos” materiales en “sensaciones” físicas para luego otorgarles un “sentido o significado”, es decir, para reconocerlos no sólo sensorialmente, sino perceptualmente, esto es: para construir “percepciones”. Recordemos que la percepción es una “actividad de la mente que organiza los datos sensoriales, capta las imágenes del mundo en conjuntos, formas o estructuras y, al interpretarlas, otorga un significado a la realidad”.

     La segunda actividad, la intelectual o cognitiva, viene marcada por tres "operaciones mentales" que conocemos con los nombres de “aprehensión”, “juicio” y “raciocinio”. Ya no se trata de dar prioridad a los sentidos, sino de transformar esos datos que nos aporta la sensibilidad para conocer el mundo a nivel conceptual. Eso es lo que hace propiamente la aprehensión: “aprehender” significa captar el “concepto” latente bajo los datos perceptivos que nos muestra el objeto de conocimiento, conceptos que son el resultado de la “abstracción”, es decir, de la capacidad humana de separar del objeto de conocimiento todo aquello que resulta superfluo por ser particular, individual, específico (y por ello prescindible) y de quedarse con “lo común a todas las cosas particulares”. Una vez hemos construido los conceptos en nuestra mente, podemos jugar a combinarlos para generar “proposiciones”, expresiones lingüísticas que afirman o niegan algo sobre la realidad y son susceptibles de ser "verdaderas o falsas", y que son el resultado de la actividad mental que conocemos como “juicio”. Y finalmente, podemos combinar unas proposiciones con otras ya conocidas para concluir en una última (que llamamos “conclusión” y que se deriva de aquellas por “necesidad lógica”) en lo que llamamos “inferencia” o “argumento”, y que es el resultado de esta actividad u operación de la mente que conocemos con el nombre de “raciocinio” (la “racionalidad” propiamente dicha), y que ya habíamos estudiado en el tema anterior al trabajar los métodos de las distintas ciencias.

     En los vídeos que os muestro a continuación vemos algunos ejemplos de este crecimiento en el conocer que parte de los "datos sensibles" proporcionados por los sentidos y los ordena y estructura en el entendimiento hasta llegar al "conocimiento intelectual". El primero de ellos es “Young Sherlock Holmes” (Paramount, EEUU, 1985) de Barry Levinson (estrenada en España bajo el título de “El secreto de la pirámide”), en la que el director se inventa un posible primer encuentro entre los dos personajes clásicos de Arthur Conan Doyle (1859 a 1930), encuentro que en las novelas originales se produciría en la época adulta, pero que en nuestra película resulta muy divertido. Un notable ejemplo de la maestría del perspicaz Sherlock Holmes en el uso del “método deductivo”, y que tanta fama le dio, es este momento en el que el futuro detective saca "conclusiones" a partir de "datos conocidos por experiencia", llegando a “adivinar” incluso el nombre de su colega, además de su gusto por la medicina… y "por las natillas". Si tenéis oportunidad de ver la película completa, os recomiendo otro momento muy emocionante en el que nuestro detective, puesto a prueba por algunos de sus compañeros de estudio, es capaz de resolver un “enrevesado acertijo” en el plazo de "una hora"… con la única ayuda de su inseparable "lupa" (comprobadlo en este enlace).

     Otro ejemplo interesante de análisis que sigue los pasos marcados por Aristóteles, partiendo de los "datos perceptivos" para poco a poco ascender en el conocimiento hasta llegar a la "comprensión conceptual", lo encontramos en la película “El silencio de los corderos” (MGM, EEUU, 1990) de Jonathan Demme (podéis encontrar un artículo completo sobre este tema en esta misma bitácora en la etiqueta Historia de la filosofía bajo el título “Aristóteles caníbal”), en la que la agente del FBI Clarice Starling (Jodie Foster) sufre en sus propias carnes la perspicacia del Dr. Hannibal Lecter (Anthony Hopkins) un reconocido médico psiquiatra de Baltimore capaz de “adivinar muchas cosas” a partir de una simple indagación perceptiva… que el convierte en todo un alarde de deducción. Se aprecia aquí el paso de un tipo de conocimiento que Aristóteles llamaba “sensible”, a otro de tipo “intelectual”, gracias al uso del llamado “entendimiento agente”. Aunque ya tendréis tiempo el curso que viene de pelearos con todos estos conceptos de la filosofía clásica griega.

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