jueves, 27 de enero de 2022

Un repaso a la duda metódica


     Vamos a acometer el estudio del proceso deductivo de René Descartes (1596 a 1650) partiendo de su conocida "duda metódica" (doute methodiqué), y lo haremos inspirándonos en tres escenas extraídas de otras tantas películas de las que ya hemos hablado en el aula. Recordemos que el método cartesiano consiste en el uso de la "intuición" (intuition) y de la "deducción" (déduction): mediante la primera conocemos aquellas verdades que son “evidentes por sí mismas” y que se dan de manera inmediata “a todo espíritu atento” (lo que los geómetras llaman “axiomas”); gracias a la segunda alcanzamos aquellas verdades que, sin ser inmediatamente evidentes, alcanzan una “evidencia mediata” gracias a que partimos de los axiomas previos y seguimos una “cadena de razones”, es decir, una serie de pasos sucesivos que son evidentes (por análisis y síntesis). Una vez asentado esto, Descartes se esmera en suprimir todas las creencias con el fin de reconstruir el edificio del conocimiento desde su misma base. Para ello necesita de un punto de partida, una “verdad absolutamente cierta”, de la que “no sea posible dudar en absoluto”. Deberemos pues empezar por eliminar todos aquellos conocimientos y creencias en los que se encuentre “el más mínimo motivo de duda”. Para nuestro autor, los motivos de la duda son fundamentalmente tres:

     En primer lugar habremos de “negar la validez de los datos sensoriales”: los sentidos nos engañan y pueden conducirnos al error, por lo que debemos desconfiar de ellos. La película “Alatriste” (Universal 2006) de Agustín Díaz Yanes, a partir de la serie de novelas sobre el personaje de Arturo Pérez-Reverte, nos ofrece un buen ejemplo de este engaño de los sentidos (que aquí os muestro por cortesía de mi buen amigo el filósofo Juan Jesús Alonso). En la escena que abre este texto podemos ver al desgastado capitán español de los Tercios Viejos al lado de “El aguador de Sevilla”, cuadro con el que se presenta en la corte de Madrid un joven pintor sevillano de nombre Diego Velázquez. Alatriste (Viggo Mortensen), tras una noche en vela y más de un sobresalto por culpa de una escaramuza callejera, con unos cuantos maravedíes de por medio, se queda perplejo observando el lienzo, de un “realismo” sencillamente excepcional (una técnica pictórica conocida como “trampantojo”, que Velázquez dominaba a la perfección), hasta el punto de acercar su mano al cántaro que sostiene el aguador para intentar detener la “gota de agua” que resbala por su costado (una mera “ilusión”, puesto que la gota está “pintada”, esto es, no es “real” en un sentido pleno, no es agua, solo pintura al oleo). Descartes diría que “si los sentidos nos engañan una vez, nos pueden engañar siempre”. Esta película, por cierto, es un buen ejemplo para entender la forma de vida en la Europa del siglo XVII. El propio Descartes fue, durante buena parte de su vida, un “soldado mercenario” que, como el capitán en las guerras de Flandes, se vio obligado a “ganarse el pan con la habilidad de su espada” en más de una ocasión. No perdáis detalle del cuadro histórico que aquí se os muestra, pues es fascinante (podéis ver la película completa en este enlace).

     En segundo lugar cabría preguntarse si lo que nosotros consideramos “real” no es más que un “sueño”. Como nos dice Morfeo (Laurence Fishburne) en la película “The Matrix” (Warner Bros 1999) de los hermanos Larry y Andy Wachowski (actuales Lana y Lilly Wachowski): “¿Alguna vez has tenido un sueño que fuera muy real? ¿Cómo podrías diferenciar entonces la realidad del sueño?” En la película “12 monos” (Universal 1995) de Terry Gilliam nos encontramos un caso paradójico: a finales del siglo XX, la mayor parte de la humanidad ha sido aniquilada por un desastre biológico de proporciones globales, y el bueno de John Cole (Bruce Willis) es enviado desde el futuro para intentar encontrar el “virus” causante de la hecatombe en su “mutación original”, y así poder salvar a la especie humana de la destrucción total. Pero este argumento de ciencia ficción encierra un interesante análisis sobre la realidad. Cuando Cole llega del futuro y cuenta lo que sabe, todos le toman por loco y le encierran en un hospital psiquiátrico, donde comparte encierro con una serie de enfermos mentales que tienen serias dificultades para diferenciar “lo que es real” de lo que no lo es (compruébalo en este enlace). Uno de ellos afirma pertenecer a la elite intelectual de un lejano planeta: “aunque para mí esto es una verdad evidente, en realidad solo es producto de mi psique enferma: sufro una alteración de la conciencia que se conoce como pensamiento divergente” (síguelo en este enlace). Lo que ocurre a partir de aquí es que el propio Cole comienza a dudar de sus “certezas” y a suponer que realmente él es un “enfermo mental” y no un hombre del siglo XXI que ha venido a salvar a la humanidad. De hecho, cuando regresa a su propio tiempo, desprecia a todos cuantos le rodean al afirmar: “vosotros no sois reales, solo estáis en mi mente”. ¿Es esto un sueño? ¿Es real? ¿Cómo reconocer la diferencia?

     En tercer lugar, incluso aunque los sentidos no nos engañen, incluso aunque supiésemos diferenciar entre la vigilia y el sueño ¿cómo podemos estar seguros de que lo que percibimos es real? Descartes fuerza el argumento al postular la posibilidad de la existencia de un "genio maligno", un ser perverso y malvado que “nos engaña permanentemente, haciéndonos creer que es real aquello que no lo es”. Esta hipótesis era muy común en la época de Descartes, al igual que lo era la idea de que todo era un sueño (recordemos “La vida es sueño” (1636) de Pedro Calderón de la Barca: “que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son”, o “Macbeth” (1606) de William Shakespeare: “la vida es un cuento contado por un idiota, llena de ruido y furia, que nada significa”). Respecto a la idea del genio maligno, quizá el ejemplo más prominente se encuentre en nuestro libro más universal, “Don Quijote de la Mancha” (1605) de Miguel de Cervantes Saavedra, en la conocidísima escena en la que el pobre Alonso Quijano se enfrenta con los molinos de viento, y que aquí os ofrezco en la versión para televisión realizada por Manuel Gutiérrez Aragón (TVE 1992) aunque es igualmente interesante la adaptación de Orson Welles, que podéis consultar en este enlace. La disputa entre Quijote y Sancho (“que si son molinos, que si son gigantes, que si tenga cuidado vuesa merced, que si ahora lo veredes...”), acaba con nuestro héroe por los suelos, herido en su cuerpo, pero también en su orgullo, clamando al cielo por el engaño “de aquel Sabio Festón que ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene”.

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