lunes, 24 de enero de 2022

La razón en busca de método

     Comenzamos nuestro acercamiento a la filosofía moderna definiendo las características del racionalismo de la mano de su autor más celebrado, René Descartes (1596 a 1650), y lo hacemos con el análisis de la que sin duda es su obra más significativa: “Discurso del método para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias” (Discours de la méthode pour bien conduire sa raison, et chercher la vérité dans les sciences). Previamente a la redacción de este texto (que recordémoslo, es el prólogo que acompaña a tres ensayos científicos: la “Dióptrica”, los “Meteoros” y la “Geometría”), Descartes pasó muchos años preocupado por las cuestiones que hoy llamaríamos “científicas”, y sólo por peticiones ajenas se decide finalmente a ensayar los fundamentos de su “método”, que expone primero en las “Reglas para la dirección del espíritu” (Regulae ad directionem ingenii), pero que además ejercita en el “Discurso”, ya que el autor tiene la certeza de que se trata de una cosa más práctica que teórica. Las “cuatro reglas” cartesianas tienen una gran vaguedad (Gottfried Leibniz llegaría a decir que “no servían para nada”), y es que Descartes no pretende aportar nada, sino volver al “sentido común”, a los “rudimentos de la razón”: cuando se somete el método a crítica, lo que se está cuestionando en realidad es la razón misma.

     La “facultad humana” que se usa para llegar a la verdad y a la inventiva la llama Descartesingenii”, entendida como “capacidad intuitiva” (que no “intellectus”, concepto de tradición escolástica, entendido como capacidad de sacar conclusiones a partir de premisas, a la manera lógica propia del “silogismo”). Esta “intuición” no debe entenderse en su forma técnica, sino en su significado natural en latín: “captación de una verdad de forma inmediata”, algo que el método no puede enseñar, pues el ingenio es la operación más simple y primera que quepa imaginar, y es previa al método mismo, como condición posibilitadora de la razón humana y del propio método. Descartes empieza a aplicar el método a las “matemáticas” y ve la posibilidad de extenderlo: la contemplación de la verdad aparece cuando ingeniosamente establecemos los problemas en forma de “proporciones captables”. No se necesita que los términos de la proporción se puedan cuantificar para que exista, porque aunque puedan versar sobre cualidades, se basan en la “ratio”, en la “proporción”. Las cuatro reglas o pasos del método son definidas por nuestro autor tal y como sigue:

     “Era el primero no aceptar cosa alguna como verdadera que no la conociese evidentemente como tal, es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención y no admitir en mis juicios nada más que lo que se presentase a mi espíritu tan clara y distintamente que no tuviese ocasión alguna de ponerlo en duda.

     El segundo, dividir cada una de las dificultases que examinase en tantas partes como fuera posible y como se requiriese para su mejor resolución.

     El tercero, conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y fáciles de conocer para ascender poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más complejos, suponiendo incluso un orden entre los que no se preceden naturalmente.

     Y el último, hacer en todas partes enumeraciones tan completas y revisiones tan generales que estuviese seguro de no omitir nada.”

Rene Descartes, “Discurso del método”, Parte II (Espasa, Barcelona, 2010)

     Descartes entiende por claro “aquello que es presente y manifiesto a un espíritu atento”, y por distinto “aquello que es preciso y diferente de todo lo demás”. La “evidencia” (lo que es “manifiesto”, “claro y distinto”) es algo intrínseco a las ideas, no se necesita de ningún criterio extrínseco para alcanzarla, tiene carácter “intuitivo” y es “inmediato”, pues no hay reglas que nos digan lo que es claro y distinto. Estas “verdades evidentes” adquieren la forma de “verdades cuantificables”, que nos permiten aplicar este criterio de verdad a cuestiones no matemáticas que mantengan el mismo esquema de inteligibilidad. Cada uno de nosotros ejercita la razón precisamente en las “analogías de proporcionalidad”, en lo que es “intuible”: el método no viene dado por la invasión de las matemáticas en las demás ciencias, sino que las matemáticas poseen verdad precisamente porque se encuentran en ellas los rudimentos de la verdad. En la “segunda regla” se concreta la “deducción” a partir de las evidencias previas y se propone un límite a la división de las dificultades: las “naturalezas simples” (naturae simplicis), que son los elementos que constituyen el último término del “análisis” o “división” y el principio de la “síntesis” o “composición”, pues deducir no consiste en otra cosa que en “sintetizar algo”. La “tercera regla” confirma que la “intuición primera” no es irreductiblemente “subjetiva”, sino que la ven y comprenden las demás conciencias también (pues todas las mentes funcionan de forma homogénea), con lo que se evita el “solipsismo” (o al menos eso supuso Descartes).

     Vamos a tratar de ejemplificar esto con la película “El silencio de los corderos” (MGM 1990) de Jonathan Demme, a partir de la novela homónima de Thomas Harris, de la que ya tuvimos ocasión de hablar al introducir la epistemología aristotélica. Nos centramos de nuevo en la figura del Dr. Hannibal Lecter (Anthony Hopkins), prodigio intelectual que ayudará a la agente del FBI Clarice Starling (Jodie Foster) a resolver una intrincada serie de crímenes. El doctor sugiere a la investigadora que para atrapar al asesino es necesario hacer uso del “método demostrativo” a partir de principios ("primeros principios, Clarise") que nos permite avanzar hasta la intuición intelectual, que sigue a esos principios y que culmina con el conocimiento de los hechos. Su "capacidad deductiva" le permite al doctor Lecter sacar conclusiones necesarias a partir de unos pocos datos ya conocidos (que se consideran premisas, pues no parten de la experiencia), llegando a “adivinar” el resultado a través del “ingenio”, es decir, “visualizando la solución” por una especie de iluminación, de “luz natural” que nos lleva directamente a la “evidencia clara y distinta”, a la primera idea a partir de la cual iniciar la búsqueda, y a partir de ahí llegar a la "certeza".

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