domingo, 12 de diciembre de 2021

Del mesías judío al dios de los cristianos


     La aportación más significativa de la "civilización romana" al mundo de la filosofía, al margen de los desarrollos tardíos de los pensamientos platónicos, aristotélicos, estoicos y epicúreos, fue sin duda la irrupción del cristianismo, no solo como nueva forma de “culto oficial” dentro del Imperio romano, sino como verdadera propuesta filosófica aglutinadora de ideas procedentes de otros sistemas, sobre todo de Platón y Aristóteles. Será conveniente, por tanto, echar un vistazo primero a la figura de la que parten todas estas ideas, un judío del siglo I de “inspiración socrática” conocido como Jesús de Nazaret (4 a.n.e. a 30) llamado Cristo (Χριστός), “el hungido”. Y lo cierto es que no se sabe con certeza quién fue Jesús, ni qué hizo, qué dijo o en qué creyó. Al igual que Sócrates, no dejó nada escrito, por lo que todo nuestro conocimiento depende de las interpretaciones que se hicieron sobre su figura después de su muerte. Aparte de menciones esporádicas en Flavio Josefo, Tácito, Suetonio y Plinio el Joven, además de en el “Talmud” (תַּלְמוּד), la fuente principal de su vida y obra son los “Evangelios” (εὐαγγέλιον), que se redactaron a finales del siglo I, alrededor de cuarenta años después de los hechos que se retratan y cuando su doctrina ya había desbordado el marco judío.

     Por otro lado, gran parte de la “doctrina cristiana” estuvo consagrada a la comprensión teológica de su supuesta y mítica “naturaleza divina”. Desde el Concilio en Nicea (en el año 325 contra Arrio), que proclamó que “el Verbo era consustancial con el Padre”, hasta el Concilio de Calcedonia (en el 451 contra Eutiquio), que defendió la “doble naturaleza, divina y humana, de Cristo”, la “ortodoxia” (ὀρθοδοξία) cristiana no definió los dogmas” (δόγμαfundamentales de su fe. La multiplicidad de “herejías” (αιρεσις) que jalonan polémicamente este misterio teológico alienta todavía la posibilidad de que aún hoy siga inspirando revelaciones personales y heterodoxias sin cuento. No parece probable que Jesús proclamara públicamente ser el “Hijo de Dios” anunciado por los profetas de Israel, es decir, en el seno del “monoteísmo judío”. Sin embargo, el hecho de anunciar a sus seguidores de Galilea que con su persona había llegado la hora del cumplimiento de las profecías bíblicas de que “el reino de Dios está cerca” (Marcos 1,15) ha permitido sostener distintas hipótesis alternativas: la de algunos de los “Evangelios apócrifos”, que presentan a Jesús como un poderoso “mago jashid” que habría aprendido el arte de la curación y la prestidigitación entre los egipcios (motivo por el cual congregaba a multitudes a su alrededor para contemplar sus prodigios); la de los historiadores políticos modernos, inspiradores de muchas películas recientes, que lo identifican como un “zelote” o “jefe político nacionalista” (abiertamente revolucionario y  violento); y la de los "Manuscritos de Qumrâm" en el Mar Muerto, que lo muestran como un asceta o “místico esenio” que predicaba una rectitud moral basada en estrictos principios deontológicos (y que postulaba la idea de purificación del cuerpo y de inmortalidad del alma).

     Sea cual sea la interpretación que se siga, lo cierto es que tras la muestre de Jesús y la desaparición de su cadáver, sus seguidores de Galilea estuvieron a punto de disolverse. No obstante, bajo el liderazgo de Santiago y Simón, llamado Pedro, se perpetuaron como una “secta judía”, una de tantas en aquella época, que no admitía en su seno a los “gentiles” y mantenía la esperanza de una segunda venida triunfante o “Parusía” (παρουσία) de un Cristo glorioso que al frente de los “ejércitos celestiales” liberaría al pueblo judío del yugo romano. De hecho, vivieron algunos años a semejanza de algunos otros “movimientos revolucionarios mesiánicos” que, conducidos por el “partido zelote”, continuaron oponiéndose a la dominación romana y condujeron a la generación posterior a una amplia revuelta en Palestina, que acabó con la toma de Jerusalén (יְרוּשָׁלַיִם) por las legiones romanas y la destrucción del Templo (בית המקדש) en el año 70.


     Pero para estas fechas ya habían triunfado las tesis aperturistas de Saulo de Tarso (5 a 58), llamado Pablo, cuya “interpretación cristológica” es la que ha hecho que Jesús de Nazaret se haya convertido, entre los numerosos mesías nacidos en el seno del judaísmo, en el que ha cosechado el mayor éxito histórico, como muestra el hecho de que ha alcanzado en la actualidad más de dos mil cuatrocientos millones de creyentes, dictando el credo religioso de aproximadamente un tercio de la humanidad. También hemos comentado en el aula que este posicionamiento “paulino” (recordemos que Pablo era egipcio) es tan solo una asimilación del “culto pagano al Sol” por parte de los judíos que se concreta en la historia mítica de Horus (y de su madre Isis) y que un análisis pormenorizado del “Nuevo Testamento” nos muestra que este texto tiene que ver más con la “astrología” que con cualquier otra consideración histórica, ética o política.

     Nosotros vamos a desarrollar nuestro análisis basándonos en las aportaciones ofrecidas desde el “materialismo cultural” por el antropólogo estadounidense Marvin Harris en su libro “Vacas, cerdos, guerras y brujas: los enigmas de la cultura” (Alianza 1975), que podéis consultar en pdf. Analizaremos la idea de “mesías” (מָשִׁיחַ) en sus dos acepciones: en tanto “líder revolucionario” y en tanto “príncipe pacífico”. Para comprender mejor esta diferencia, tomaremos prestada esta escena de la película “La última tentación de Cristo” (Universal 1988) de Martin Scorsese, según la novela homónima de Nikos Kazantzakis. Pero antes de analizarla he de explicaros que el film recoge la vida de Cristo de una manera un tanto peculiar: crucificado en el Gólgota, Jesús recibe la visita de un “ángel” (que luego descubriremos que es Satanás) que le dice que ha sido perdonado, que Dios le concede la posibilidad de escapar a su destino como mártir y vivir su vida de forma libre y plena. A partir de entonces, Jesús contrae matrimonio, tiene hijos... es decir, disfruta de la vida normal de un carpintero en la Judea del siglo I (esta es su “última tentación”). Hasta que se encuentra con Pablo, que predica que Jesús fue ejecutado para la “redención de los pecados” de los hombres (de “todos los hombres”, no solo de los judíos), “murió crucificado”, “resucitó al tercer día” y “ascendió a los cielos”. Os dejo con la discusión entre ambos, que no tiene desperdicio. Además, en el siguiente enlace veréis a un Jesús, ya viejo y moribundo, recibir la visita de Judas Iscariote (al que la película muestra como lo que era: un “zelote” más interesado por la liberación de Palestina que por la salvación de su alma). Lo que le critica duramente entonces Judas a Jesús es el hecho de haber traicionado la causa por la que ambos lucharon juntos: la guerra revolucionaria contra la tiranía romana.

     Es interesante comprobar como el análisis de Harris se centra en la evolución de un personaje como Jesús de mero “líder revolucionario” (uno de los muchísimos que habitaron Judea en la época en que el nazareno predicó en el desierto) a “príncipe pacífico”. Los motivos de tal cambio habría que buscarlos en la apropiación por parte de los sucesores de Cristo de un “modo de vida no violento”, seguramente más adecuado para vivir de forma cómoda y segura en plena dominación romana, tras las masacres perpetradas por estos contra todo movimiento o revuelta antisistema o perturbadora del “statu quo”. Aunque con toda seguridad Jesús y su círculo íntimo de discípulos fueron capaces de realizar actos políticos violentos, los “Evangelios canónicos”, escritos con posterioridad a los hechos, cambiaron el equilibrio de la conciencia y estilo de vida del “culto a Jesús” en la dirección de un cierto “pacifismo”, basado en el "agape" (ἀγάπη) o“amor al prójimo, imagen que no se perfeccionó hasta después de la caída de Jerusalén, y que permitió sentar las bases para el culto del mesianismo pacífico de la mano precisamente de Pablo, que será el primero en fijar el “dogma cristiano” y que tratará por todos los medios de extender este dogma a los no judíos (en busca del “ecumenismo”) justo en el momento en que se daban las condiciones históricas adecuadas para la difusión de este culto pacífico entre “cristianos judíos” y “conversos gentiles”.

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