jueves, 9 de diciembre de 2021

¡Una de romanos!


     Puesto que no tendremos mucho tiempo para repasar las aportaciones romanas al mundo de la filosofía (tanto en el periodo de la República como durante el Imperio), nos limitamos a centrar el tema con un vídeo sobre este largo y fructífero periodo histórico extraído del canal de YouTubePero eso es otra historia” de Andoni Garrido, en el que os propongo analizar los años de surgimiento del Imperio y los siglos de expansión posteriores hasta alcanzar el apogeo de su indiscutible poderío en la cuenca del Mediterráneo (podéis ver la serie completa, que consta de ocho episodios, en este enlace). A este vídeo añadimos una interesante aproximación a la “filosofía romana” y sobre todo a la "filosofía neoplatónica", sin duda la más relevante del periodo por su calado intelectual y por su enorme repercusión en los autores cristianos posteriores, que tomarán muchos de sus conceptos de esta enigmática escuela.

     Basten aquí unas líneas para sintetizar el pensamiento de la época de la mano de las escuelas más significativas y de sus autores más representativos. De entre las primeras, merecen especial mención la Escuela Neoplatónica, la Escuela Estoica y su continuadora, la Escuela estoica de Rodas, así como la famosísima Escuela de Alejandría, de la que tendremos ocasión de hablar en un futuro artículo. Entre los pensadores más insignes de este periodo, destacamos, por orden cronológico, a Posidonio de Apamea (135 a 50 a.n.e), Marco Tulio Cicerón (106 a 43 a.n.e.), Tito Lucrecio Caro (96 a 55 a.n.e.), Filón de Alejandría (25 a.n.e. a 50) y Lucio Anneo Séneca (4 a.n.e. a 65) entre los primeros autores del Imperio; Plinio el Viejo (23 a 79), Lucio Mestrio Plutarco (45 a 125) y Epicteto de Hierápolis (50 a 138) en el primer siglo de nuestra era; Marco Aurelio Antonino (121 a 180), Lucio Apuleyo (125), Celso (170) y Sexto el Empírico (200) ya en la segunda centuria; y Diógenes Laercio (225 a 250), Plotino de Licópolis (205 a 270) y Orígenes el Pagano (205 a 270) entre los autores de la tercera centuria. Como un repaso sistemático a todos ellos resultaría improcedente, nos limitamos a señalar algunos aspectos esenciales de cinco de estos autores.

     Marco Tulio Cicerón (106 a 43 a.n.e.) fue un filósofo y político romano que sintetizó la tradición griega y la reescribió en lengua latina. Se le suele vincular con la nueva Academia platónica, si bien fue discípulo del epicúreo Fedro y de los escépticos Zenón y Posidonio, además de congeniar muy bien con el académico Filón. Esta multiplicidad de maestros hizo que Cicerón aplicara distintas concepciones a los diferentes problemas filosóficos, que enfrentó de una manera “ecléctica”: sus planteamientos relativos a la moral estaban cercanos al “estoicismo”, mientras que en gnoseología defendía un “escepticismo” moderado.

     Filón de Alejandría (25 a.n.e. a 50) fue un filósofo helenístico que intentó congeniar la filosofía griega, en especial las ideas platónicas y pitagóricas, con la religión judaica en un amplio sistema que anticipó el “neoplatonismo” y el “misticismo” judío, cristiano y musulmán posteriores. Filón insistió en la “naturaleza transcendente de Dios”, que por definición supera todo entendimiento y resulta indescriptible para los mortales; por otro lado, afirmará que el “mundo natural” consiste en una serie de “etapas descendentes a partir de Dios” que terminarían en la “materia”, que no sería otra cosa que el “origen de todo mal” (tesis que tendrá una poderosa influencia en Plotino).

     Lucio Mestrio Plutarco (aprox. 45 a 125) el eminente político y filósofo neoplatónico, reinterpretó las doctrinas originales de Platón desde una perspectiva puramente religiosa, practicando cierto “eclecticismo” en el que confluyen algunas de las doctrinas del estoicismo y del epicureísmo, aunque por lo general Plutarco discrepará de estas corrientes por apartarse de la “verdad religiosa” y combatirá estas escuelas con denuedo en sus obras, anticipando algunas de las tesis que luego solidificarán con la llegada de la Patrística.

     Celso (aprox. 170) también fue un platónico, y defendió tesis semejantes a las del filósofo ático, pero menos influenciado por epicúreos y estoicos que algunos de sus coetáneos. Como el resto de los neoplatónicos, introdujo una “demonología”, pero en contra del cristianismo (no afín a él, como en el caso de Plutarco), tal y como se muestra en su obra “Discurso verdadero” (Λόγος 'ΑληΘής), que en gran medida ha pervivido por las citas que los escritos de Orígenes contienen sobre esta obra, pues las tesis de Celso son atacadas violentamente por este Padre de la iglesia.

     Diógenes Laercio (aprox. 225 a 250) es recordado por escribir la magna “Vida, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres” (Βίοι καὶ γνῶμαι τῶν ἐν φιλοσοφίᾳ εὐδοκιμησάντων), obra monumental compuesta por diez volúmenes, cada uno de los cuales está dividido en varios capítulos dedicados a los distintos filósofos de la tradición griega, abarcando desde Tales de Mileto a Epicuro de Samos; la obra en su conjunto constituye una de las fuentes más importantes para la comprensión de la “historia de la filosofía antigua” incluso en la actualidad. Para la composición de esta obra, Diógenes utilizó como fuentes básicas a Hermipo, Apolodoro, Demetrio y Favorino, entre muchos otros.

     Mención aparte merece la figura de Plotino de Licópolis (205 a 270) considerado sin duda el más eminente de los filósofos “neoplatónicos”. Discípulo de Amonio Saccas (175 a 242), fundador de esta corriente de pensamiento beligerante con el cristianismo de los primeros siglos, Plotino basó sus ideas en los escritos místicos y poéticos de Platón, en los pensadores “pitagóricos” y en las obras del judío Filón de Alejandría. El autor de las “Enéadas” (Ἐννεάδες) sostiene que la principal razón de ser de la filosofía es “educar a los individuos para la experiencia del éxtasis con Dios” (“lo Uno”), un Dios que está más allá del entendimiento racional y es fuente originaria de toda realidad. El Universo surgiría a partir de ese primer ser único por un proceso misterioso de “comunicación de energía divina” en planos sucesivos que llamamos “emanación”. Los niveles más altos forman “lo Uno” (el “logos”, que contiene las “ideas platónicas”), y el “alma cósmica”, que da lugar a las “almas humanas” y a las “fuerzas de la naturaleza”. Las demás cosas que emanan de "lo Uno", según Plotino, cuanto más imperfectas y malas son, más cerca estarán del límite de la materia en su estado original. El fin más elevado de la vida es “depurarse uno mismo” de la dependencia de la conformidad física y, a través de la “meditación filosófica” (ascética más bien que racional), disponerse para una “reunión extática con lo Uno”.

     Con posterioridad a Plotino, otros tres filósofos tratarán de dar al neoplatonismo una mayor unidad sistemática. Se trata de Porfirio (232 a 304), Jámblico (250 a 325) y Proclo (410 a 485). Pero el más sobresaliente de los sucesores de Plotino será sin duda Boecio (480-524), que es considerado por muchos “el último romano y el primer escolástico”, pues es quien transmite a la escolástica medieval la terminología latina y el afán por la concordancia propia de los neoplatónicos, además de poner las bases de lo que luego serán el “trivium” y el “quadrivium”, de los que hablaremos en su momento. En su obra “Sobre la Consolación por la filosofía” (De consolatione Philosophiae) plantea una “terapia intelectual” a partir de un diálogo ficticio con la “doctora filosofía” sobre el tema de la “providencia divina”, donde se afirma que “es Dios quien ha creado y quien dirige el mundo, y también quien le proporciona su unidad”, por lo que el “destino” y el “mal” que operan en éste no son más que una desviación del centro divino; desde aquí, aventura Boecio la tesis de que el hombre debe “basarse en su razón” y tomar una “actitud indiferente ante las cosas externas”.

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