martes, 21 de diciembre de 2021

El imparable ascenso del Islam


     El Islam (الإسلام) o “sumisión” es una “religión monoteísta” de culto a Alá (الله) fundada por Abū l-Qāsim Muḥammad ibn ‘Abd Allāh ibn ‘Abd al-Muṭṭalib ibn Hāšim al-Qurayšī, conocido como Mahoma (570 a 632), como una fusión de diferentes elementos judeo-cristianos y tradiciones árabes que el profeta interpreta de modo personal, y cuya dogmática fundamental queda recogida en el “Corán” (القرآن) o “recitación”, su libro sagrado, y que se sustenta sobre “cinco pilares” (أركان الإسلام): la “profesión de fe” o “shahada” (شهادة), la “oración” o “salat” (صلاة), la “limosna” o “azaque” (زَكاة), el “ayuno” o “sawm” (صَوْم) y la “peregrinación a La Meca” o “hajj” (حَجّ), a los que algunos musulmanes añaden un sexto pilar, la “yihad” (ﺟﻬﺎﺩ‎) o “esfuerzo en defensa de la fe”. Precisamente, la huida de Mahoma desde La Meca hacia Medina (“Medinat el Nabi”, que significa “Cuidad del profeta”) el 15 de julio del año 622 de la era común, marcará la “Hégira” (هِجْرَة‎) o punto de partida del calendario islámico, que permite el arranque de una primera expansión religiosa y militar por la región de Hiyaz. Tras la muerte del profeta, sus sucesores, los llamados “Califas” (خليفة), continúan esta expansión en medio de fuertes turbulencias y rebeliones entre “sunníes” y “chiíes”. Tras la muerte del Califa Ali ibn Abi Tálib (marido de Fátima az-Zahra, la hija predilecta de Mahoma) se instaura un régimen monárquico hereditario con la dinastía de los Omeyas, lo que coincide con el mayor momento de expansión y esplendor del “Imperio islámico”, caracterizado por una notable tolerancia religiosa, la asimilación de la cultura bizantina y una estructurada organización política: bajo el “Califa” estaba el “Vali”, gobernador en cada provincia, y a su lado el “Emir”, en tanto que jefe militar.

     Para conocer un poco más la historia del surgimiento del Islam, os propongo el visionario de esta película, ya clásica, titulada “El Mensaje (Mahoma, mensajero de Dios)” (Coproducción Líbano-GB-Libia 1979) de Moustapha Akkad, interesantísima obra que recoge algunos de los aspectos fundamentales de la vida del profeta desde que decide refugiarse en una cueva para comenzar sus primeras reflexiones (y donde tiene sus primeras “revelaciones”), hasta su muerte a la edad de 63 años, pasando por la huída a Medina. Podéis consultar la película completa en este enlace, en el que se advierte el inicio de los primeros “ritos islámicos”, con la construcción de la primera “mezquita” o “masŷid” (مسجد) y la primera llamada al rezo, además de la definitiva conquista de La Meca (مكة المكرمة‎) o “Ciudad Santa del Islam”. La película se muestra muy respetuosa con el sentir islámico: recordemos que, de acuerdo con las creencias musulmanas, Mahomano puede ser representado”, ni su voz puede oírse (norma que se extendió a sus siete esposas, sus hijas y sus yernos), por lo que, cuando Mahoma estaba presente o muy cerca, se optó por sugerir su presencia con una suave música de órgano, y sus palabras eran repetidas por otra persona, y cuando la escena requería su presencia obligada, esta se desarrolla desde su punto de vista (lo que se logra con el uso de la “cámara subjetiva”), mientras los otros personajes asienten ante el diálogo no oído.

     En este contexto cultural que acabamos de describir tiene comienzo la “filosofía islámica”, que culminará con el desarrolló de un poderoso “pensamiento hispano-musulmán”. Surgen aquí figuras como Abū Yūsuf Ya´qūb ibn Isḥāq al-Kindī (800 a 873), primer receptor del legado griego aristotélico, que mostrará especial interés por los problemas relativos al “entendimiento agente” y propondrá una concepción de la filosofía como “medio para el acercamiento a Dios”. La tradición continúa con Abū Naṣr Muḥammad ibn al-Faraj al-Fārābī (872 a 950), que une influencias aristotélicas y neoplatónicas para elaborar un sistema filosófico-teológico que permita demostrar la existencia de Dios desde la necesidad de un “primer motor como acto puro”, que identificará con “lo Uno” plotiniano; será además el primer autor en postular explícitamente la “contingencia del mundo”, lo que obligará a una separación tajante entre “esencia” y “existencia”. En esta línea de análisis nos encontramos también a Abū ‘Alī al-Husayn ibn ‘Abd Allāh ibn Sĩnã (980 a 1037), conocido por los latinos como Avicena, que desde la distinción precedente establecerá una dicotomía entre “Ser necesario” (Dios) y “seres posibles” (criaturas): el autor considera al “Dios-Uno” como “inteligencia primera”, que crea el mundo por un “proceso de emanación” absolutamente necesario y no dependiente de su “voluntad” (pues su propia esencia conlleva la necesidad de la creación, que afecta también a los seres creados, “necesarios en virtud de una causa”).

     Esta tradición filosófica islámica se perpetúa en la península ibérica, el Al-Andalus (الأندلس) bajo el esplendor del Califato de Córdoba, donde destacará sobremanera la figura de Abu´l-Walid Muhammad Ibn Ahmad Ibn Rusd (1126 a 1198), al que los latinos llamarían Averroes, que culminará la filosofía árabe y anticipará las más osadas ideas del pensamiento occidental independientes de todo postulado teológico. Averroes insiste en que la filosofía conduce al saber, y que solo por esto queda legitimada, sin necesidad de “concesiones teológicas”, pues opera desde otra estructura. A esto se le conoce como teoría de la “doble verdad”: desde la eternidad (desde el punto de vista de Dios), “el mundo es contingente y posible”, pero para el ser humano históricamente dado es “eterno e inherente a su causa”. El saber metafísico, por tanto, posee una certeza mayor que el saber físico, si bien este último resulta útil, pues permite interpretar los “fenómenos del mundo sensible” y el “movimiento o cambio”, que exigen la existencia de un “primer motor” (en tanto que “causa eficiente” a la que deben remontarse los movimientos materiales). La estricta necesidad lógica de la existencia de esta causa suficiente para nuestros actos (físicos y psíquicos) resulta evidente como “realidad intelectual que rige todo el mundo físico”, sin necesidad de buscar sus raíces en la supuesta “voluntad bondadosa” de Dios que postulan los agustinistas.

     Y aunque estamos hablando de filosofía islámica, no está de más comentar algo al respecto de los dos autores judíos más importantes de la Edad Media, por cuanto ambos nacieron en España y escribieron sus obras más importantes en lengua árabe. El primero de ellos es Salomón Ibn-Gabirol (1025 a 1058), llamado por los latinos Avicebrón, quien trata de conjugar las doctrinas aristotélicas con la fe judía al sostener que todo ser alcanza la “existencia” en la unión de la materia y de la forma gracias a la “voluntad de Dios”. Por materia no ha de entenderse la corporeidad, la cual solo es una forma determinada de la materia, sino la pura potencialidad de adquirir la forma, de modo que sólo con la unión de ambas se obtiene la existencia. El segundo de nuestros pensadores es Moshé Ben Maimón (1135 a 1208), que ha pasado a la historia como Maimónides, quien postula una “teología negativa” (en la misma línea que Agustín de HiponaPseudo-Dionisio Areopagita) al sostener que solamente puede hablarse de la “esencia” de Dios mediante negaciones (pues las afirmaciones se refieren únicamente a sus efectos, pero no a su esencia). Es autor de la conocida “Guía de perplejos” (دلالة الحائرين) donde se dirige a aquellos que por su ocupación con la filosofía han perdido la fe y les muestra cómo la pueden recuperar por mediación de la ciencia, llegando a afirmar que “si los pasajes bíblicos contradicen los acontecimientos físicos, entonces han de ser interpretados alegóricamente”, una tesis de una modernidad fascinante.

     Las tesis de Averroes encontrarán amplio eco en la “escolástica cristina”, sobre todo de la mano de Sigerio de Brabante (1240 a 1285), iniciador del llamado “averroísmo latino”, cuyas ideas sobre la “doble verdad” serán rápidamente contestadas por los dominicos Alberto Magno (1193 a 1280) y Tomás de Aquino (1225 a 1275). Pero la amenaza que suponía el Islam, y la consiguiente necesidad de combatirla, no se quedó en meras discusiones teológicas, y obligó a diferentes papas a proponer una serie de campañas militares, las Cruzadas (que se libraron durante un período de casi 200 años, entre 1095 y 1291), con el objetivo específico de restablecer el control cristiano de Tierra Santa, La Primera Cruzada arrancará en 1074, cuando el papa Gregorio VII llama a los "soldados de Cristo" (milites Christi) a acudir en defensa del Imperio bizantino, lo que se concretó con la toma de Jerusalén por Godofredo de Bouillon en el año 1099. En la Segunda Cruzada participaron importantes reyes de la cristiandad, encabezados por Luis VII de Francia y por el emperador germánico Conrado III. La Tercera Cruzada, recreada recientemente en la película “El reino de los cielos” (20yh Century Fox 2005) por Ridley Scott, se opuso a la hegemonía en Egipto del poderoso Saladino, y finalmente la Cuarta Cruzada, proclamada en 1199 por el papa Inocencio III, intentó aliviar la situación de los “Estados cruzados” tras las anteriores escaramuzas. Con posterioridad se dieron una serie de “cruzadas menores” (Quinta Cruzada, Sexta Cruzada, Séptima Cruzada y Octava Cruzada), y aunque algunos papas intentaron predicar nuevas cruzadas, ya no se llevó a efecto ninguna más.

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