martes, 23 de noviembre de 2021

El apogeo de la ciencia alejandrina


     Una vez analizadas las grandes escuelas de filosofía desarrolladas en Atenas durante el periodo helenístico, deberemos dar un pequeño salto en el espacio hasta la cercana Alejandría para valorar los distintos desarrollos científicos que tienen lugar en la ciudad en este mismo periodo. El reparto del Imperio de Alejandro Magno entre sus “diádocos” (διάδοχοι) permitiría a Ptolomeo I Soter (367 a 283 a.n.e.) acceder al trono de Egipto y asentar una poderosa dinastía con capital en Alejandría. En esta época se produce por primera vez un intento consciente y deliberado de “organizar y subvencionar la ciencia”, hecho que encaja a la perfección con la estructuración racional del Estado al modo aristotélico. De hecho, el Museo de Alejandría sería el primer “instituto de investigación” subvencionado por el Estado, y su labor de “compendio y especialización” va a reflejar el aislamiento del “ciudadano griego” de la época y la tendencia a diferenciar entre dos categorías de individuos: los pertenecientes a la “élite ilustrada”, capaces de acceder a las refinadas argumentaciones de los científicos, y los “técnicos” o “productores”, cuya helenización será una de las tareas prioritarias del Estado, con la promoción y difusión de la ciencia en forma de “resúmenes” y “antologías”.

     Los sucesivos reyes de la dinastía de los Ptolomeos intentaron atraer a los grandes intelectuales griegos del momento a Alejandría, buscando por todos los medios transformar la ciudad en la “capital cultural del mundo helenístico”: nació así una ciudad excepcional y modernísima dentro de un Estado con una estructura oriental fuertemente arraigada. Los gobernantes egipcios se propusieron reunir en una “gran institución” todos los “libros” e “instrumentos” necesarios para las investigaciones científicas, aplicables a “todas las ramas del saber”, con objeto de suministrar a los estudiosos y eruditos un material sin par que no habrían podido encontrar en ningún otro lugar del planeta, induciéndolos así a viajar a la nueva metrópoli y asentar allí su magisterio.

     Así fue como nació el “Museo” (Μουσεῖον), lugar de estudio consagrado a las “Musas” (μοῦσαι), las protectoras divinas de las actividades intelectuales, institución que debe considerarse como una extensión del Liceo aristotélico, y que estaba dividido en distintos “Departamentos” dedicados a las más variadas actividades científicas: además de las salas de uso docente, el Museo contaba con un “jardín botánico” para el estudio de plantas y fármacos, un “zoológico” para la investigación del comportamiento animal, y múltiples espacios dedicados a la “observación” y la “experimentación” de los fenómenos físicos y astrónomos, laboratorios para los estudios de “anatomía” y “medicina”, y numerosas salas para el “estudio” y la "lectura".

     Sin duda el departamento más importante y famoso del Museo alejandrino era la “Biblioteca” (Βιβλιοθήκη): mientras que el primero ofrecía los aparatos necesarios para las indagaciones médicas, biológicas, físicas y astronómicas, la segunda reunía entre sus anaqueles “toda la producción literaria” conocida por los griegos. Con Ptolomeo II Filadelfo, la Biblioteca llegó a alcanzar los 500.000 volúmenes, que fueron aumentando paulatinamente hasta los 700.000, su momento de mayor esplendor, constituyendo la más grandiosa “reunión de libros” del mundo antiguo y llegando a acumular “todo el saber de la época”, lo que, unido al hecho de contar con los más afamados científicos del momento en las más variadas disciplinas imaginables, llevó a la ciudad de Alejandría a alcanzar el cenit cultural inicialmente propuesto.

     Por desgracia, con el pasar de los siglos la Biblioteca habría de sufrir múltiples adversidades: en el año 145 a.n.e. sería “saqueada” por primera vez, como consecuencia de los constantes conflictos sociales, y algún tiempo después, un pavoroso “incendio” durante el sitio de Julio Cesar a la ciudad en 48 a.n.e. la destruyó por completo, y muchas de sus valiosas obras se perdieron para siempre. Marco Aurelio volvió a edificarla en el siglo II, aportando para ello 200.000 volúmenes traídos de la Biblioteca de Pérgamo, pero en 390 el patriarca cristiano Teófilo emprendió una “cruzada” personal contra el “saber de los paganos” quemando una gran cantidad de volúmenes, lo que arruinó la colección definitivamente; finalmente, al tomar la ciudad en el año 641, los árabes “arrasaron” lo poco que quedaba de la magna institución alejandrina.

     El Museo verá la aparición de nuevas especialidades científicas, como la “filología” o la “geografía” (tanto física como humana); el desarrollo de disciplinas como la “historia” y la “medicina” (gracias a la disección de cadáveres); y el apogeo de la “mecánica” y la “astronomía” (mediante la codificación de las “matemáticas”). Entre los progresos más destacados que tuvieron lugar entre sus muros hay que mencionar la mejora, por parte de Arquímedes de Siracusa, de los métodos de Eudoxo de Cnido para determinar el valor de “pi” (π) con cinco cifras y las fórmulas de los volúmenes y superficies de esferas y otros cuerpos, y los estudios de Apolonio de Perga sobre las “secciones cónicas”. Un hecho aún más relevante lo constituye la sistematización de las “matemáticas” por Euclides de Alejandría, quien reúne gran parte del saber matemático de la época en un cuerpo unitario de “deducción a partir de axiomas”. Estos estudios permitieron a Arquímedes, Herón de Alejandría y otros estudiosos de la “mecánica” el desarrollo de la "estática" y la "hidrostática". También hay que citar los trabajos de Hiparco de Nicea en astronomía, con sus sistemas explicativos sobre el movimiento planetario basados en “epiciclos y deferentes”, el novedoso modelo "heliocéntrico" del universo propuesto por Aristarco de Samos (luego rechazado por Claudio Ptolomeo), la medición de las dimensiones terrestres por Eratóstenes de Cirene, la madurez de la historia gracias a Polibio de Megalópolis o el despuntar de la nueva medicina de la mano de Claudio Galeno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario