lunes, 22 de noviembre de 2021

Woody suspende el juicio


     Os muestro hoy una de mis películas favoritas: se trata de “Hannah y sus hermanas” (Orion 1986) del a veces irritante, siempre hipocondríaco, pero muy divertido Woody Allen, en la que el autor se pasa media película sumergido en una crisis existencial de órdago: “que si no sé si Dios existe o no”, “que si mi vida carece de sentido”, “que si no tengo motivos para ser feliz”… Podéis empezar por el primero de los videos, que muestra una interesante discusión entre padre e hijo: Woody abandona el “judaísmo”, su religión familiar, y abraza el “catolicismo”, en un intento por recuperar el sentido de las cosas y tratar de dar respuesta a esas “grandes preguntas” que todos nos hacemos alguna vez, y cuando el cristianismo no cumple con sus expectativas, busca respuestas en el “budismo”, luego en el “protestantismo”, el rito “ortodoxo”, hasta coquetea con un grupo de Hare Krishna (compruébalo en este enlace). La charla que mantiene con su padre es verdaderamente impagable, y nos recuerda las palabras de Epicuro de Samos al respecto de la “muerte” con su ya famoso “tetrapharmakón” (τετραφάρμακος), pues el padre no entiende cómo se puede preocupar uno por cosas por las que no tiene ningún sentido preocuparse.

     Esta película nos acerca al pensamiento de Pirrón de Elis (375 a 265 a.n.e.), que se conoce con el nombre de escepticismo, término derivado del griego “skeptesthai” (σκεπτέθαι), que significa literalmente "indagación, revisión o duda", y que, aunque tenga como finalidad la “abstención de todo juicio”, ésta tendrá lugar solo como resultado de una férrea “crítica” previa. Para todos estos pensadores la finalidad de la filosofía es la misma que para el resto de las filosofías morales helenísticas: se trata de alcanzar la “felicidad” (εὐδαιμονία) como “bien máximo” y “fin último” de la vida humana. Pero todos los filósofos helenísticos anteriores se equivocan al suponer que el modo de lograrla pasa por la construcción de complicados sistemas que, en opinión de los escépticos, son puras contradicciones. De hecho, tanto la “ataraxia” (ἀταραξία) o “serenidad del alma” epicúrea, como la “apatheia” (απάθεια) o “ausencia de afecciones” estoica, solo pueden conseguirlas aquellos que han logrado una situación tal de equilibrio que nada les puede ya conmover, ni inclinar hacia un lado o hacia otro: ambas presuponen por tanto la “afaxia” (αφασία), la “no-aserción” escéptica, el estado del alma que nos empuja a “no afirmar ni negar”, esto es, la actitud de quien “no se pronuncia” porque “no tiene opiniones ni inclinaciones”.

     La actitud escéptica, no obstante, no es fruto de la pereza, ni del estupor, ni de la negligencia, sino de un “estado del alma” llamado “epokhé” (ἐποχή) o “abstención de todo juicio”, estado en el que se equilibran “representaciones sensibles” o “fenómenos” (φαινόμενoν), “concepciones inteligibles” o “noúmenos” (νοούμενoν), “impulsos y pasiones” (πάθη), “imaginaciones y opiniones” (απόψεις). ¿Quiere decir esto que el escéptico “ni siente ni padece”? Sexto Empírico (160 a 210) nos explica que “no es que el escéptico no se turbe… a veces siente frío y sed y cosas análogas”. Pero frente a los ignorantes, que están sujetos no solo a estas pasiones, sino al convencimiento de que son malas por naturaleza, el sabio escéptico “suprime toda opinión aludida y alcanza mayor moderación en ellas”, pues al suprimir las creencias, privilegia la experiencia sobre la razón. La “sabiduría” (σοφία) consiste por tanto en mantener firme la convicción de que “no se sabe” lo que está pasando, porque lo único cierto es que la “realidad” (sea lo que sea) permanece siempre “inalcanzable y desconocida”: enjuiciar es turbarse, de modo que la “epokhé” o suspensión del juicio, lejos de ser expresión de “nihilismo”, es el único camino seguro hacia la “eudaimonía”.

     Volvemos a nuestra película: finalmente, aturdido ante tanta incertidumbre (y tras un fallido intento de suicidio), el bueno de Woody se encierra en un cine para tratar de “ordenar sus ideas” y se encuentra con la película “Sopa de ganso” (Paramount 1933) de Leo McCarey, una de las comedias más absurdas e irreverentes que quepa imaginar (aparentemente muy poco útil para poner orden en el desconcierto), película que le retrotrae a los buenos recuerdos de su niñez, a su infancia feliz y desordenada, cuando nada era lo suficientemente importante como para suponer un trastorno grave, cuando las “grandes preguntas” no eran necesarias por absurdas y faltas de interés. Y entonces cae en la cuenta, descubre que es imposible dar una respuesta segura a todas esas grandes preguntas y toma la opción del sabio escéptico: ya que nada se puede saber con exactitud ni certeza, lo mejor será “no emitir comentario alguno”. Pero el escepticismo helenístico no es un mero “quietismo” (a la manera del hinduismo o del budismo orientales) y esta “duda escéptica” funciona a la hora de hacer juicios, no de acometer acciones, pues en el ámbito práctico podemos optar siempre por “lo más probable”, aceptando las normas éticas de nuestra sociedad como forma de encauzar nuestra acción: “¿Acaso no te interesa esta experiencia que llamamos vida?”. Y la conclusión del “sabioWoody no puede ser más brillante: “Tal vez Dios existe, o tal vez no, pero… ¡qué más da, si tenemos a los Hermanos Marx!”.

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