domingo, 21 de noviembre de 2021

Las virtudes del guerrero

 

     El célebre pensador Marco Aurelio (121 a 180) ha pasado a la historia como uno de los filósofos estoicos de mayor renombre antes que como insigne Emperador romano conquistador de Germania. Sus “Meditaciones” (Τὰ εἰς ἑαυτόν) son un texto muy recomendable, no solo para los amantes de la sabiduría, sino para cualquiera que se encuentre un poco “depre” y quiera “levantar el ánimo”. Marco Aurelio es una de las piezas claves para entender la película “Gladiator” (Universal 2000) del director Ridley Scott, que narra la historia del general hispano Máximo Décimo Meridio (Russell Crowe), mano derecha del Emperador, que asume la carga de sucederle y regresar a Roma con el fin de reinstaurar la República (Rēs pūblica Populī Rōmānī), aunque en el camino se cruce el hijo del Cesar, Lucio Aurelio Cómodo (161 a 192), que usurpará el poder de su padre e intentará dar muerte a Máximo (lo que por fortuna no consigue) y a toda su familia (lo que por desgracia si consigue). Esclavizado, Máximo resurge adquiriendo fama como “luchador circense” (“gladiador”), desafiando al nuevo y poderoso Emperador, ganándose el favor de las masas y enfrentándose a él en un combate sobre la arena del que sale victorioso, pues aunque éste le cueste la vida, ha conseguido “cumplir la palabra dada” al difunto Marco Aurelio (escena recogida en este enlace).

     He seleccionado dos fragmentos muy interesantes: en el primero podemos ver a Máximo al frente de sus tropas en la impresionante Batalla de Vindovina (la actual Viena) contra los germanos, que abre la película y en la que el general hace gala de todas las “excelencias” (αρεταί) que se esperan de un guerrero: "arrojo", "valor", "furia"… todas ellas se aprecian en el respeto que le tienen sus hombres, el miedo que le profesan sus enemigos y la devoción que le guarda su superior Marco Aurelio, que ve en él al hombre adecuado para sucederle. El propio emperador enumera estas “virtudes” a su hijo Cómodo: “sabiduría”, “justicia”, “fortaleza” y “templanza”, virtudes de las que aquel carece, y que le impulsan a desafiar a su padre dándole muerte (lo que es un error histórico, por otro lado) como única manera de saciar su “ambición”. El contraste entre ambos personajes nos obliga a decantarnos del lado de Máximo y a despreciar las supuestas virtudes del joven Cómodo, incapaz de aceptar el “orden natural de las cosas”. Seguro que os estáis preguntando si la forma de actuar de Máximo se aproxima al “ideal ético” de los estoicos: durante la película, recibe muchos golpes, físicos y morales, y llora amargamente la muerte de sus familiares, pero poco a poco va aceptando este “destino” (fatum), al tiempo que acepta también la “misión” para la que parece haber nacido, que no es otra que la que Marco Aurelio le ha encomendado, y que él acomete como un “deber ineludible” (los deseos del Emperador se explican en este enlace).

 

     Marco Aurelio es uno de los representantes de la llamada “Estoa tardía”, corriente de pensamiento que se inicia con Zenón de Citio (336 a 264 a.n.e.), quien afirmaba en su obra “Sobre el logos” (Περὶ τοῦ λόγου) que había tres clases de discurso filosófico: el “físico”, el “lógico” y el “ético”. Será su discípulo Crisipo de Soli (281 a 208 a.n.e.), quien establezca las subdivisiones de la ética: “sobre el impulso”, “sobre los bienes y los males”, “sobre las pasiones y afecciones” (πάθη), “sobre el fin”, y “sobre los deberes” (καθέκον). Afirma este último autor, sin duda el más importante de los filósofos de la “Estoa antigua” (por encima incluso del fundador de la escuela), que el “primer impulso” de todo animal es el de “cuidarse a sí mismo” (movimiento hacia algo o movimiento de evitación de algo), pues el rasgo característico de cualquier animal es su propia constitución, y la conciencia de la misma. Pero la “Naturaleza” (Φύσις) ha dotado además a ciertos animales con “logos” (λóγος), que Crisipo define de forma muy plástica como una “artesanía” que permite elaborar, modelar, manufacturar y, en definitiva, racionalizar los “impulsos”. De este modo, el “vivir bajo la razón” es para los estoicos el “vivir conforme a la Naturaleza”, y esto es tanto como decir “vivir según la areté”.

     La desvinculación estoica entre la “areté” y las “emociones” (vínculo evidente respecto de la ética de Aristóteles, como vimos en artículos precedentes, pero que los estoicos niegan), les obliga a definirla exclusivamente desde el “logos”: las virtudes son sobre todo “conocimiento” (la prudencia es conocimiento de lo bueno y de lo malo; la valentía, de lo elegible y evitable... y así sucesivamente). Toda “areté”, así entendida, es un “bien” (άγαθων): es un “cierto fortalecimiento o beneficio” de la misma conforme a su “naturaleza racional”, y la misión del hombre sabio es alcanzar ese bien que le proporciona la razón. Y de todos los bienes posibles (“bienes respecto del alma”, “bienes respecto de las cosas externas”, “bienes indiferentes”), los primeros será las “virtudes”, y las acciones realizadas con arreglo a ellas, pues suponen un fortalecimiento y beneficio evidente: la “felicidad” (εὐδαιμονία). En este sentido, el ideal ético de los estoicos consistirá en la “apatheia” (απάθεια) o “ausencia de todo deseo y pasión”, así como la “imperturbabilidad ante los infortunios”, que nos lleva a lo que hoy denominamos “resiliencia”, pues la virtud consiste en la aceptación del orden cósmico predeterminado y en acomodar la propia vida a ese orden de la naturaleza, en último término: en ser plenamente consciente de la “lógica de la vida” y aceptar racionalmente la “necesidad” que que el destino nos impone.

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