sábado, 20 de noviembre de 2021

Epicuro se corta el pelo

 

     Acabamos de entrar en un periodo de la historia realmente fascinante: la Grecia alejandrina. Este es el primero de una serie de tres artículos que nos permitirán acercarnos a las “teorías éticas” de las “escuelas helenísticas” más representativas. Os propongo tres películas contemporáneas para tres autores clásicos de la época. En “El marido de la peluquera” (Lambart 1990) de Patrice Leconte nos encontramos con el personaje de Antoine (Jean Rochefort) que, desde jovencito, sueña con casarse con una peluquera (la imaginación es libre). Llevado por los recuerdos de su infancia (fijaros en los permanentes “flashbacks” a la niñez del protagonista que podemos ver en este extracto, especialmente el último de ellos), nuestro héroe busca repetidamente el placer del contacto físico, del afecto sincero, de la sensualidad que se oculta en cada pequeño detalle, tras cada roce de la piel, cada corte de las tijeras o cada aliento de la peluquera. Todo un alarde de “hedonismo”, pues el “placer se encuentra en las pequeñas cosas, único modo de alcanzar la “autarquía” (αὐτάρκεια) o “autosuficiencia”, renunciando a todo aquello que nos perturba mediante el cultivo de la “amistad. Podéis buscar en este enlace el famoso baile del “marido de la peluquera”: “eidaimonia” (εὐδαιμονία) en estado puro.

     Es una escena muy sensual, por su sencillez, su naturalidad, su espontaneidad… que nos recuerda ese modo de entender la vida que nos proponía Epicuro de Samos (341 a 271 a.n.e.) en su “Jardín” (κῆπος) ateniense. Recordemos que ésta no fue nunca una “escuela” al estilo de la Academia de Platón o del Liceo de Aristóteles, sino más bien un “lugar de retiro intelectual” para la vida en común y la meditación amistosa, por tanto, una escuela donde se buscaba ante todo una felicidad cotidiana y serena mediante la “convivencia” y la “reflexión” según ciertos principios. Para el fundador del epicureismo, la adquisición de la “amistad” es el más grande de los bienes que la sabiduría puede proporcionar para alcanzar la “beatitud” de toda una vida, pues es fuente segura y permanente de “felicidad”, “bienestar” y “tranquilidad”. No obstante, la amistad no debe practicarse interesadamente, ni con la vista puesta en obtener beneficios o utilidad alguna: para Epicuro no es “amigo” quien busca ese tipo de cosas, pues el primero imposibilita cualquier buena esperanza para el futuro, mientras que el segundo mercadea sentimientos como si fueran diamantes.

     Para nuestro autor, el “hombre de bien” se consagra sobre todo a la “sabiduría” (σοφία) y a la “amistad” (φιλíα), pues estas proporcionan “alegría y seguridad”, y son inseparables del “placer”, que es el objetivo de toda vida buena: “hedoné” (Ἡδονή) es “el principio y fin de una vida beatífica”, es decir, de una vida “plácida, serena y feliz”. De hecho, el placer es el bien primero para el hombre, y connatural a él. Ahora bien, aunque todo placer es un bien y todo dolor es un mal, no todo placer debe ser disfrutado o elegido, ni todo mal debe ser evitado o rechazado, porque hay placeres de cuyo disfrute se seguirá el dolor, y existen dolores de cuyo sufrimiento se seguirá el placer. Parece que Epicuro diferenciaba los placeres según la intensidad del movimiento que es inherente a todos ellos: los “placeres catastémicos” (καταστηματικός) o “placeres del alma” son estables, reposados y serenos, mientras que los “placeres cinéticos” (κινητικός) o “placeres del cuerpo” son más movidos, y solo sirven para adornar o diversificar los placeres previos. Así, la  “ausencia de dolor” o “aponia” (απονία) y la “serenidad del alma” o “ataraxia” (ἀταραξία) corresponden a los primeros, mientras que la alegría, el goce, la diversión, el éxtasis y la algarabía se identifican con los segundos.

     El placer, por otro lado, está vinculado inevitablemente al “deseo” (επιθυμία) pues la consecución de los placeres depende ineludiblemente de una satisfacción selectiva de los deseos. Según Epicuro, algunos deseos son “naturales” y otros son “vanos”, y de entre los primeros, unos son “necesarios” y otros son simplemente naturales, y de los “necesarios y naturales”, unos son necesarios para la felicidad, otros para el bienestar del cuerpo y otros para la vida misma. Respecto al criterio que debe guiarnos en la elección y el rechazo de los deseos, este no puede ser otro que la “prudencia” (Φρόνησις): toda selección debe ser guiada por la “salud del cuerpo” (“aponia” o satisfacción medida y equilibrada de las necesidades naturales) y la “imperturbabilidad del alma” (“ataraxia” o serenidad que proporcionan los placeres intelectuales), pues este es el objetivo de la “vida beatífica”. Esta sería la verdadera “vida feliz” o "makaríos zén” (μακάριος ζεν), en tanto remite no solo a la noción de felicidad, sino también a la de sosiego, calma, tranquilidad, placidez y bienestar. Para el filósofo del Jardín, el ideal del sabio, del “sophós” (σοφός), pasa por la realización de una “vida tranquila”, retirada lo más posible de la agitación y el vértigo propios de la “plaza pública” (ἀγορά).

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