viernes, 7 de enero de 2022

¡Ese invento de Satanás!


     El tercero de nuestros artículos dedicados al Renacimiento tratará de analizar el proceso de la Reforma Protestante que sufre la Iglesia a partir de la publicación del “Cuestionamiento al poder y eficacia de las indulgencias” (Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum), más conocidas como “Las 95 tesis” (1517) por  Martín Lutero (1483 a 1546), un autor que aquí os presento en la reciente película de Eric Till, que en un ataque de inspiración decidió titular su obra “Lutero” (Paramount 2005). La película condensa la totalidad de claves para entender el conflicto que enfrentó al joven sacerdote y doctor en Teología con la cúpula de la Iglesia católica. La campaña de las “indulgencias”, iniciada ya en época antigua, se consolidó durante el siglo XV en la Ciudad del Vaticano, dada la necesidad de sufragar la costosísima construcción de la nueva Basílica papal de San Pedro, a mayor gloria y grandeza del nuevo papa León X (que no de Dios, como cabría esperar), lo que obligó a la Iglesia a hacer un esfuerzo económico importante, para el que sería necesaria la ayuda del pueblo. Cientos de clérigos recorren Europa en esta época pidiendo la “contribución de los pobres”, a los que se les promete el Paraíso (παράδεισος) por unas pocas monedas. Nos encontramos en la “nueva Babilonia”: Roma es un lugar marcado por la corrupción y la lucha por el poder, donde “todo se puede comprar”, desde la satisfacción de la carne, para aplacar el deseo sexual, hasta la salvación del alma, para limpiar nuestra conciencia moral y liberarnos de los pecados.

     La visita que Lutero realiza en 1510 a la capital del mundo cristiano (que podéis ver en el primero de los vídeos) indigna de tal manera al entonces monje agustino de Erfurt, que no tiene por menos que denunciar los hechos: una simple "moneda de plata" y unos cuantos "padrenuestros" bastan para liberar a su abuelo del Purgatorio (el propio Martín se lamenta de su pobreza, consciente de que unas pocas monedas más hubieran significado la salvación de toda la familia). El clérigo alemán estalla: en el año 1517 redacta y hace públicas sus famosísimas "tesis" (que podéis leer en este enlace o escuchar en este audiolibro), en las cuales proclamaba un retorno al “auténtico espíritu evangélico” y al “mensaje bíblico original”, donde se incluyen la defensa de la “salvación por la fe” (y no por las indulgencias), el rechazo de la “virginidad de María” y del “culto a las imágenes y los santos” y, sobre todo, la “libre interpretación de la Biblia". En el preciso momento de su publicación, las tesis se dan a la imprenta, recién ideada por Johannes Gutenberg (1400 a 1440), “ese invento de Satanás” que permite que todo alemán que supiera leer pudiera sacar sus propias conclusiones de la "lectura directa" de los Evangelios. Ni que decir tiene que esto supondría la excomunión de Martín, que de hecho se libra de arder en las llamas por los pelos. Pero la traducción de la Biblia al “idioma alemán” (Deutsch), un idioma bárbaro y vulgar en comparación al latín, realizada por el propio Lutero, será el punto de inflexión definitivo para una nueva situación.

     Estamos ante el comienzo de una nueva era, en el que se desarrollará la “interpretación bíblica”, la “exégesis” (ἐξήγησις) latina, que ya había comenzado con la Patrística en el siglo III, inaugurando un movimiento conocido como Hermenéutica (ἑρμηνευτικὴ τέχνη), la técnica de “interpretación, comprensión y traducción” de los textos orales y escritos, que tanto juego ha dado a la filosofía durante el siglo XX. Pero serán precisamente los Padres de la Iglesia, iniciadores de esta tendencia, los que “fijen el dogma”, que a partir de entonces no podrá ser modificado por una nueva lectura e interpretación (por algo se les denomina “dogmas”). Pero frente a ellos, si el ser humano no necesita del papa, ni de la Iglesia, para comprender el mensaje divino, si es “libre de pensamiento” para decidir por su propio criterio “qué es lo que está escrito”, entonces ya no es un vasallo, menos aún un esclavo, sino que es un “individuo” (individŭus), alguien “in-divido”, esto es, “que no se puede dividir”, que no tiene partes (un “átomo”) y por tanto una “perspectiva”, un “punto de vista sobre el mundo”, uno entre millones: el de Lutero, el mío, el tuyo, el de cada uno de nosotros. El hombre es finalmente “un hombre”, una “subjetividad”, y todo porque la imprenta permite a todos el acceso al conocimiento, y “¡el conocimiento es poder!”.

     La Reforma protestante cristaliza en un clima que se venía gestando desde la Edad Media: herejes y reformadores medievales habían iniciado una tradición de crítica que trataba de contener la progresiva "mundanización" de la Iglesia. Las “corrientes humanistas evangélicas” ideaban una restauración del “texto exacto” de los “primeros libros cristianos”. Los mayores exponentes de este movimiento serán el español Juan Luis Vives (1492 a 1540) y el ingles Tomás Moro (1478 a 1535). Pero serán las obras de Erasmo de Rotterdam (1469 a 1536) las que marcarán las directrices culturales y espirituales del momento, que serán adoptadas por escritores, intelectuales y hombres de Estado. Junto a la difusión en Alemania y Holanda del “humanismo erasmista”, podemos precisar varios factores históricos más favorables al triunfo de la Reforma: el declive del prestigio de la Curia Romana y del Papado; la cristalización en Alemania de los “programas centralizadores” del Estado Moderno; la política de los príncipes alemanes tendente a impedir cualquier atentado contra los privilegios de la “Bula de Oro” de Carlos I de Bohemia (1316 a 1378); y finalmente la fermentación económica y social provocada por la afluencia de “metales preciosos” provenientes del Nuevo Mundo.

     El nuevo principio es verdaderamente revolucionario porque se niega a reconocer a la Iglesia, “encarnación histórica del Espíritu Santo”, como única intérprete autorizada de la “palabra divina”. La Iglesia cristiana medieval, “única y universal” (“ecuménica”), había dejado de existir: “en lugar de una Iglesia habría muchas iglesias”. Se ponía de manifiesto así el importante papel que desempeñaba el Estado en el proceso de configuración religiosa y el enorme fortalecimiento que experimentó gracias a dicho proceso. Las distintas confesiones se consolidaban a través de los Estados a la vez que los bastiones de fe se convertían en auténticos baluartes de hegemonía política. El Calvinismo tendrá su cuna en Suiza de la mano de la acción reformadora de Ulrico Zwinglio (1484 a 1531), cuya obra sería recogida por Juan Calvino (1509 a 1563), quien defenderá la doctrina de la “predestinación absoluta”, que pronto se extenderá a Francia y a los Países Bajos. El Luteranismo, con germen en Alemania, hará lo mismo en los Estados escandinavos y Dinamarca (y en menor medida en Polonia, Bohemia y Hungría). Inglaterra es un caso excepcional, pues la Reforma fue un acto exclusivo del poder de Enrique VIII (1491 a 1547), en el que se concretó la separación de Roma con la fundación del Anglicanismo (podéis repasar las distintas corrientes reformistas en el vídeo que precede a estas líneas).

     La Iglesia católica reaccionará rápidamente ante la Reforma respondiendo con un amplio movimiento de “restauración religiosa” que se conoce como Contrarreforma. Para combatir a los protestantes surge una nueva orden religiosa: la Compañía de Jesús, fundada por el español Ignacio de Loyola (1491 a 1556), que llegará a organizarse como una “estructura militar” y que tendría como regla básica la “obediencia pasiva a las órdenes del Papa” (ambos motivos nos permiten explicar el recrudecimiento de las acciones de la Inquisición en estos mismos años). Otro de los instrumentos de lucha contra la Reforma fue el Concilio de Trento (1545 a 1563), que dio lugar a una gran obra de “reorganización doctrinal y disciplinaria” del catolicismo. Desde el punto de vista filosófico, la Contrarreforma generó una serie de obras y corrientes de pensamiento político que pretenden una conciliación entre la “razón de Estado” y las “exigencias de la moral”. Destacamos aquí a Jean Bodin (1529 a 1596), quien llevará a cabo una dura crítica moralista a Nicolás Maquiavelo. Otros teólogos y pensadores católicos llegarán a realizar una verdadera cruzada contra el “pensamiento realista” maquiavélico tomando como punto de partida el análisis del “poder político”; tal es el caso del español Francisco Suárez (1548 a 1617), que expondrá una primera “concepción contractualista” del “concepto de soberanía”.

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