El tercero de nuestros artículos dedicados al Renacimiento tratará de analizar el proceso de la Reforma Protestante que sufre la Iglesia a partir de la publicación del “Cuestionamiento al poder y eficacia de las indulgencias” (Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum), más conocidas como “Las 95 tesis” (1517) por Martín Lutero (1483 a 1546), un autor que aquí os presento en la reciente película de Eric Till, que en un ataque de inspiración decidió titular su obra “Lutero” (Paramount 2005). La película condensa la totalidad de claves para entender el conflicto que enfrentó al joven sacerdote y doctor en Teología con la cúpula de la Iglesia católica. La campaña de las “indulgencias”, iniciada ya en época antigua, se consolidó durante el siglo XV en la Ciudad del Vaticano, dada la necesidad de sufragar la costosísima construcción de la nueva Basílica papal de San Pedro, a mayor gloria y grandeza del nuevo papa León X (que no de Dios, como cabría esperar), lo que obligó a la Iglesia a hacer un esfuerzo económico importante, para el que sería necesaria la ayuda del pueblo. Cientos de clérigos recorren Europa en esta época pidiendo la “contribución de los pobres”, a los que se les promete el Paraíso (παράδεισος) por unas pocas monedas. Nos encontramos en la “nueva Babilonia”: Roma es un lugar marcado por la corrupción y la lucha por el poder, donde “todo se puede comprar”, desde la satisfacción de la carne, para aplacar el deseo sexual, hasta la salvación del alma, para limpiar nuestra conciencia moral y liberarnos de los pecados.
La visita que Lutero realiza en 1510 a la capital del mundo cristiano (que podéis ver en el primero de los vídeos) indigna de tal manera al entonces monje agustino de Erfurt, que no tiene por menos que denunciar los hechos: una simple "moneda de plata" y unos cuantos "padrenuestros" bastan para liberar a su abuelo del Purgatorio (el propio Martín se lamenta de su pobreza, consciente de que unas pocas monedas más hubieran significado la salvación de toda la familia). El clérigo alemán estalla: en el año 1517 redacta y hace públicas sus famosísimas "tesis" (que podéis leer en este enlace o escuchar en este audiolibro), en las cuales proclamaba un retorno al “auténtico espíritu evangélico” y al “mensaje bíblico original”, donde se incluyen la defensa de la “salvación por la fe” (y no por las indulgencias), el rechazo de la “virginidad de María” y del “culto a las imágenes y los santos” y, sobre todo, la “libre interpretación de la Biblia". En el preciso momento de su publicación, las tesis se dan a la imprenta, recién ideada por Johannes Gutenberg (1400 a 1440), “ese invento de Satanás” que permite que todo alemán que supiera leer pudiera sacar sus propias conclusiones de la "lectura directa" de los Evangelios. Ni que decir tiene que esto supondría la excomunión de Martín, que de hecho se libra de arder en las llamas por los pelos. Pero la traducción de la Biblia al “idioma alemán” (Deutsch), un idioma bárbaro y vulgar en comparación al latín, realizada por el propio Lutero, será el punto de inflexión definitivo para una nueva situación.
Estamos ante el comienzo de una nueva era, en el que se desarrollará la “interpretación bíblica”, la “exégesis” (ἐξήγησις) latina, que ya había comenzado con la Patrística en el siglo III, inaugurando un movimiento conocido como Hermenéutica (ἑρμηνευτικὴ τέχνη), la técnica de “interpretación, comprensión y traducción” de los textos orales y escritos, que tanto juego ha dado a la filosofía durante el siglo XX. Pero serán precisamente los Padres de la Iglesia, iniciadores de esta tendencia, los que “fijen el dogma”, que a partir de entonces no podrá ser modificado por una nueva lectura e interpretación (por algo se les denomina “dogmas”). Pero frente a ellos, si el ser humano no necesita del papa, ni de la Iglesia, para comprender el mensaje divino, si es “libre de pensamiento” para decidir por su propio criterio “qué es lo que está escrito”, entonces ya no es un vasallo, menos aún un esclavo, sino que es un “individuo” (individŭus), alguien “in-divido”, esto es, “que no se puede dividir”, que no tiene partes (un “átomo”) y por tanto una “perspectiva”, un “punto de vista sobre el mundo”, uno entre millones: el de Lutero, el mío, el tuyo, el de cada uno de nosotros. El hombre es finalmente “un hombre”, una “subjetividad”, y todo porque la imprenta permite a todos el acceso al conocimiento, y “¡el conocimiento es poder!”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario