sábado, 8 de enero de 2022

Un repaso a la filosofía renacentista

     Vamos a completar nuestro repaso al Renacimiento con una pequeña reseña de algunos de los pensadores más destacados de este periodo, agrupados bajo la rúbrica genérica de humanismo, movimiento heteróclito que recorrerá Europa desde sus inicios italianos hasta el advenimiento de las modernas filosofías del racionalismo y el empirismo. Se trata de un “grupo heterogéneo de pensadores”, algunos de los cuales ya hemos visto en artículos precedentes, a los que seguramente no convendría poner el nombre de “filósofos”, por cuanto muchos de ellos no llegarían a elaborar una “filosofía sistemática” al estilo de los autores clásicos, griegos o medievales. No obstante, el “pensamiento humanista” nos ha dejado un buen número de “ideas” sobre las que reflexionar, recogidas de manera más o menos dispersa en “tratados” de todo tipo: políticos, jurídicos, antropológicos, estéticos, científicos... Quizá la unidad deba buscarse mejor en el campo del “derecho” y las “ciencias sociales”. Pero también es cierto que el humanismo se deja caracterizar por una serie de “conceptos básicos” comunes a todos estos autores, que trataremos de señalar a continuación.

     La mayoría de los llamados “humanistas” culpaban a la filosofía medieval de una “interpretación inadecuada” del saber del mundo antiguo: los escolásticos serán criticados por su “lenguaje artificioso y oscuro”, entre otras cosas. Mientras algunos autores propondrán un "retorno a la sencillez evangélica" (es el caso de Erasmo de Rotterdan, del que emanarán todas las ideas que posteriormente darán lugar a la Reforma protestante), otros iniciarán un camino de "regreso a las fuentes de la filosofía griega”. Fueran o no humanistas, los filósofos renacentistas insistieron en la correspondencia entre el “hombre” y el “mundo”, entre el “microcosmos” y el “macrocosmos”, haciendo precisamente del hombre el “centro del Universo” y considerando a la Naturaleza como “un todo infinito y vivo”. No se puede decir que esta visión haya sido unánime, pero si que dará pie a una nueva forma de acometer el estudio de las ideas que se vehiculará más adelante con la Revolución científica del siglo XVII (de la que nos ocuparemos en próximos artículos), que marcará un punto de inflexión del que se desprenderá una “nueva concepción del mundo”.

     Francesco Petrarca (1304 a 1374) es considerado por muchos el fundador del humanismo al rechazar la petrificada formación universitaria medieval en favor de un "redescubrimiento de la filosofía y literatura antiguas", cuyas obras serán tratadas como modelos tanto en el contenido como en la forma. Intentará armonizar el “legado grecolatino” con las “ideas del cristianismo”, y sus obras influirán en autores como Garcilaso, Shakespeare y Spencer. Por otro lado, Petrarca fue el primero en proponer una “unificación de toda Italia” para recuperar la grandeza que había tenido en la época del Imperio romano. A este interés por el lenguaje (“gramática”, “retórica”, “dialéctica”) habrán de unírsele posteriormente otros significativos literatos italianos como Giovanni Boccaccio (1313 a 1375).

     Nicolás de Cusa (1397 a 1482) influido por el neoplatonismo y el misticismo a partes iguales, desarrollará una importante labor matemática que le permitirá mostrar una “imagen moderna del hombre y del mundo”. Al primero lo concibe como “espíritu” (mens), término que en latín significa literalmente “medir” (mensurare), un espíritu que, al comprender el mundo, lo “diseña” como algo nuevo. Respecto del segundo, afirma que en el mundo de las cosas encontramos “contrarios” y que “la unidad del mundo en su multiplicidad”, y que esta se basa en Dios (“ser infinito”) en el que son superados todos los contrarios que se encuentran en las cosas finitas: el mundo no sería más que el “despliegue y diferenciación” (explicatio) de todo cuanto se encuentra “comprendido y unificado” (complicatio) en Dios.

     Marsilio Ficino, (1433 a 1499) encabeza la línea platónica renacentista, y sus traducciones de Platón y Plotino ayudarán a popularizar la filosofía de la “emanación” (emanatio) y de la “significación de lo bello”. Enfatiza nuestro autor la definición de hombre como “ser espiritual”: el alma inmortal del hombre es el centro y vínculo con el mundo, el medio que pone en relación la esfera de lo meramente “corporal” con el puro “espíritu” divino, de modo que mediante la “razón” el alma humana se libera del cuerpo y puede “regresar” nuevamente a su origen divino. En esta misma línea de pensamiento (compartirán docencia en la Nueva Academia Platónica Florentina) nos encontramos también a su discípulo Giovanni Pico della Mirandola (1463 a 1494).

     Pietro Pomponazzi (1642 a 1525) es el representante más notable del aristotelismo renacentista. Su filosofía acentúa la correspondencia entre el “cuerpo” y el “alma”: para alcanzar el conocimiento, el alma necesita de la colaboración de las “impresiones sensoriales”, lo cual es impensable sin lo corporal. Todo saber proviene de la “experiencia” (experientĭa), de modo que solo podemos saber algo sobre aquellas “relaciones” de la naturaleza susceptibles de experiencia, pero nada sabemos sobre las “causas” del ser que las subyacen. La “inmortalidad del alma” no se puede demostrar racionalmente, y además es irrelevante para la moral, puesto que no se debería aspirar a la virtud por una recompensa en el “más allá”, sino por una adecuación a la realidad presente.

     Giordano Bruno (1548 a 1600) influenciado a la par por Cusa y por Copérnico, elabora una importante metafísica que inevitablemente le llevará a entrar en conflicto con la Inquisición, que le condenará y ejecutará por el conjunto de su obra. Bruno recoge la concepción “heliocéntrica” (ἥλιος+κέντρον) del mundo, pero eliminando la “esfera de las estrellas fijas” y formulando la tesis de la “infinitud del Universo”: el Cosmos está constituido por un "número infinito de otros mundos" que, al igual que la Tierra, pueden estar habitados. Y si bien cada uno de estos mundos está sujeto a los cambios y es perecedero, el Universo en su totalidad es “eterno e inmóvil”, dado que no hay nada fuera de él, sino que él mismo es la totalidad del ser. Rompe así con algunas de las tesis sobre la Naturaleza de su predecesor Bernardino Telesio (1509 a 1588).

     Michel de Montaigne (1533 a 1592) inaugura un género literario denominado “Ensayo” (Essai) caracterizado por su forma libre y subjetiva de expresión que se sustenta en su famoso punto de partida escéptico:  “¿qué sé yo?” (que sais-je?). Para Montaigne el mundo se manifiesta en un permanente cambio y está disperso en una multiplicidad, de modo que la razón se engaña si cree que puede captar algo inmutable y eterno. De ahí que la “ciencia natural” no sea otra cosa que “poesía sofística”, y que la tradición filosófica esté dominada por la anarquía. Pero esta actitud escéptica no conduce a la resignación, sino que nos libera de fingimientos y nos educa en la “independencia del juicio” y en la “seguridad interior”: la “naturaleza reguladora”, en sentido estoico, se convierte así en la medida y la guía de una vida “conforme a lo dado”.

     Mención aparte merece la figura de Francis Bacon (1561 a 1626), que se arroga para sí la tarea de una “fundamentación” y una “interpretación” sistemáticas de “todas las ciencias”, las cuales clasifica de acuerdo con las diferentes facultades del hombre: “memoria” (historia), “fantasía” (poesía) y “entendimiento” (filosofía). La ciencia primera será la “Prima Philosophia”, cuyo objeto de estudio son los fundamentos comunes a todas las demás ciencias. El conocimiento es una copia auténtica de la Naturaleza, sin “imaginaciones engañosas”: a estas últimas las describe Bacon como “prejuicios”, a los que él llamará “idolos” (eidola), y que son cuatro: “idola tribus”, “idola specus”, “idola fori” e “idola theatri”. Frente a ellos, la “inducción” es un método correcto y seguro para disolver las imágenes engañosas y poder alcanzar un conocimiento verdadero. En su obra “Nuevos instrumentos de la ciencia” (Novum Organum scientiarum), conocida comúnmente como “Novum Organum”, afirma que el procedimiento “metódico-experimental” parte de la recogida y comparación de observaciones para captar, mediante “generalizaciones sucesivas”, las formas generales de la Naturaleza: la inducción no parte de experiencias fortuitas, sino que trabaja de manera planificada con clasificaciones de las “observaciones” (“tablas” o "registros") que den cuenta de todos los “experimentos” dirigidos.

     Hay otro aspecto de la filosofía de Bacon que cabría reseñar aquí, y es la introducción de una novedosa “idea de hombre”. Frente a la conciencia del hombre “clásica” (asumida por la cultura cristiana), que impregna la filosofía medieval y el propio humanismo, se había producido en la época un acontecimiento decisivo: el Descubrimiento de América. El encuentro con aquellos otros "modelos humanos no clásicos” habría supuesto la relativización de la concepción de hombre del humanismo y, finalmente, su disolución. Se trataría ahora de cancelar las dificultades de una realidad humana percibida como “problemática”, buscando sus “notas esenciales” y estableciendo lo “invariable” de su naturaleza. Esta nueva prospectiva habría impulsado la aparición de los primeros tratados “Acerca del hombre” (De Homine), es decir, las primeras obras de antropología filosófica, característicos de la época moderna, el primero de los cuales habría sido el de Bacon, y que tendrán como base lo que Immanuel Kant (1724 a 1804) llamará “conflicto de la facultades” (de Medicina, Teología y Derecho, por oposición a la de Filosofía). Lo que va a ocurrir de aquí en adelante es que se tenderá a equiparar esta idea de “Hombre” (homo) con las ideas de “Dios” (Deus) y de “Naturaleza” (natura), en tanto que novedosa “idea práctica” que es entendida como un “proceso que se hace a sí mismo" y que "construye su propia esencia".

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