sábado, 15 de enero de 2022

El cambio de paradigma


     Una de las consecuencias más destacadas del Descubrimiento de América (1492), dejando a un lado las repercusiones económicas, políticas e ideológicas evidentes (y de las que ya hemos hablado en un artículo precedente), fueron los “desarrollos técnicos y científicos” derivados, en especial el que tiene que ver con la “metodología científica”: el logro más importante de la época moderna temprana es la constitución de un nuevo “concepto de ciencia” basado en una nueva perspectiva metodológica de la “ciencia natural” en la que la “razón” y la “experimentación” serán los dos únicos fundamentos del conocimiento seguro. Nos remitimos de nuevo al clásico de la divulgación científica, Carl Sagan y su serie televisiva “Cosmos: Un viaje personal” (BBC 1980), que en el capítulo titulado “La armonía de los mundos” analiza el problema del “movimiento de Marte” (que nos plantea una duda a la que hay que poner solución a partir de alguna nueva “hipótesis”, ingeniosa y descabellada, que dé cuenta de los “hechos observados”) y desde aquí nos propone una comparativa entre el pensamiento antiguo, ejemplificado por las teorías del astrónomo Ptolomeo y su modelo geocéntrico, y la nueva ciencia, personificada en las figuras de CopérnicoKepler, con su nueva perspectiva heliocéntrica.

     Claudio Ptolomeo (100 a 170), el más importante de los astrónomos alejandrinos, había desarrollado una magna obra traducida al árabe como “Almagesto” (Hè Megalè Syntaxis) en la que proponía una nueva representación “geométrica” del movimiento astronómico que, conservando el ideal platónico de perfección del “movimiento circular”, explicara mejor los fenómenos y permitiera predicciones más concretas y cálculos más precisos: se trata de una teoría basada en “epiciclos y deferentes”, así como en “círculos excéntricos”, que rompe con la teoría de las “esferas homocéntricas” previas. Se sustituyen así las esferas aristotélicas por círculos platónicos, que ya no son meras representaciones físicas, sino “figuras geométricas ideales” que permiten “organizar las observaciones”. Este modelo ofrece además una serie de soluciones a los fenómenos que acabarían por romper con el anticuado modelo aristotélico, y desde un punto de vista puramente teórico se empezará a cuestionar la posición de la Tierra como centro, pues los “planetas” (πλανήτης) o “errantes” no giran directamente alrededor de la Tierra sino alrededor de “centros geométricos” (el del epiciclo, el del círculo excéntrico). Pese a todo lo dicho, el sistema astronómico ptolemaico y el sistema cosmológico aristotélico pasarán juntos a la Edad Media.

     La gran transformación de los estudios astronómicos llegará en el siglo XVI de la mano de Nicolás Copérnico (1473 a 1543), quien tras cursar estudios en Cracovia y Padua se había familiarizado con las nuevas ideas expuestas en París por Jean Buridan (1300 a 1358) y Nicolás Oresme (1323 a 1381) y su física del “ímpetus” (que planteaban que es posible que no existan consecuencias observables derivadas del reposo o del movimiento de la Tierra). La teoría copernicana se inspirará en los presupuestos platónicos y pitagóricos de la belleza y sencillez del universo (lo que conocemos como “paradigma mágico-estético”) e intentará dar solución a la contradicción entre la astronomía y la cosmología antes mencionada. En la obra de 1506 “Sobre la revolución de los cuerpos celestes” (De revolutionibus orbium coelestium) plantea una “teoría heliocéntrica” que permite simplificar enormemente el número de círculos, epiciclos y deferentes que habían ido postulándose para adecuar los fenómenos observados al modelo ptolemaico a objeto de restaurar el modelo de esferas homocéntricas de Eudoxo de Cnido (390 a 337 a.n.e.) y salvar la visión ordenada propuesta por Aristóteles. La nueva teoría suponía demostrar realmente que “la Tierra se mueve”, frente a los argumentos precedentes, y convertir a la astronomía en una ciencia “físicamente real”. La Tierra se mueve de tres maneras: por “rotación” sobre su propio eje (diario), por “traslación” alrededor del Sol (anual), y por “precesión” según la revolución del eje terrestre (cada 25.776 años), lo que permite explicar las estaciones y dar cuenta de la “precesión de los equinoccios”.

     Sería Johannes Kepler (1571 a 1630) quien rompería definitivamente con la astronomía tradicional a partir del heliocentrismo copernicano. Al observar que era imposible conciliar su hipótesis sobre la “variación proporcional de la velocidad de los planetas” con la “circularidad de las órbitas”, concluyó que las órbitas tenían que ser necesariamente “élipticas” y no circulares, lo que suponía aceptar que las variaciones de velocidad no eran meramente “aparentes” sino que eran “reales”, y seguían unas reglas fijas que Kepler estableció empíricamente en su obra de 1609 "Astronomía nueva basada en causas, o física celeste" (Astronomia nova) tal y como sigue:

Primera leyLas órbitas planetarias son elípticas y el Sol está en uno de los focos de la elipse.

Segunda leyLa velocidad orbital de cada planeta es tal que una línea imaginaria que una el centro del planeta con el centro del Sol barre áreas iguales en tiempos iguales.

Tercera leyLos cuadrados de los periodos de los planetas son proporcionales a los cubos de sus distancias medias al Sol.

     No obstante, esta nueva propuesta necesitará de una “teoría física” mucho más elaborada y profunda, tanto de la Cinemática galileana como de la Dinámica newtoniana, para quedar definitivamente explicada en términos físicos, pero de todo esto tendremos ocasión de hablar en un próximo artículo.

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