sábado, 1 de abril de 2023

El sentimiento romántico de la vida

     El tumultuoso siglo XIX, que se inaugura con los sucesos acaecidos en Francia durante el periodo de la Revolución de 1789 (y las consecuentes Revoluciones liberales desarrolladas en toda Europa derivadas de este acontecimiento fundacional), se abre definitivamente a la contemporaneidad con la irrupción del Romanticismo, corriente estética de enorme relevancia en el mundo de las artes y el pensamiento que dominará la primera mitad de siglo (al menos hasta 1830) y que abogará por una “visión exaltada de la libertad” que pasa por la vuelta al “contacto directo con la naturaleza”, la revalorización de “la fantasía y el sentimiento” como expresión definitiva de la condición humana, y una inusitada revisión de la Edad Media como "periodo primigenio" de este hecho, esencia del “mito del buen salvaje” preconizado por Jean-Jacques Rousseau, que se articula en la “nostalgia por los paraísos perdidos” (desde la infancia hasta la nación) y en un marcado "sentimiento nacionalista" de exaltado tono patriótico.

     Ya a mediados del siglo XVIII, autores como Edmund Burke (1729 a 1797) en “Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello” (A Philosophical Enquiry into the Origin of Our Ideas of the Sublime and Beautiful) o el propio Immanuel Kant (1724 a 1804) en “Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime” (Beobachtungen über das Gefühl des Schönen und Erhabenen) planteaban la necesidad de volver al hombre hacia su "vertiente estética", alejada del frio racionalismo imperante propio del Neoclasicismo. Precursores eminentes de este nuevo planteamiento vital serán los conocidos autores del Sturm und Drang (“Tormenta e ímpetu”), movimiento literario desarrollado en Alemania por escritores como Johann Wolfgang von Goethe (1749 a 1832), Friedrich Schiller (1759 a 1805) o Johann Gottfried Herder (1744 a 1803) entre otros, que proponen una nueva mirada al mundo de las artes que conceda a los autores una mayor "libertad expresiva", unida a una marcada "subjetividad" que se deje guiar por "las emociones y los sentimientos" para rebasar las limitaciones impuestas por el racionalismo de la Ilustración. Tras ellos llegarán los primeros autores románticos en sentido estricto.

     Etimológicamente “romántico” deriva del término francés "romantique" ("novelesco") ya que desde principios del siglo XVI las populares “novelas de caballerías” solían escribirse en lengua romance, frente a los tratados de ciencias y filosofía que privilegiaban el latín. La primera aparición documentada del término se debe a James Boswell (1740 a 1795), que lo cita en su forma adjetiva: "romantic", referido a aquello que resulta “pintoresco” o “sentimental”. Esta corriente intelectual sitúa la “conciencia del yo” como eje vertebrador del ser humano, alejándose de la universalidad que proporcionaba la razón ilustrada: se hace especialmente relevante la llamada a las capacidades individuales, a las “peculiaridades personales”, que dan primacía a la nueva idea de “genio creador” (“el poeta como demiurgo”), al “liberalismo” frente al despotismo, que capacita para valorar la “originalidad estética” frente a la tradición y al canon aceptado, la “creatividad desbordante” frente a la imitación impostada, la imperfección de la “obra inacabada y abierta” frente a la corrección de la obra hermética y conclusa… y en último término, a “lo diferente frente a lo común”, lo que llevará aparejada una fuerte tendencia patriótica, que conectará con los "nacionalismos" emergentes.

     Este último aspecto es el más relevante para la filosofía, ya que nos permitirá conectar a los románticos con la naciente corriente del idealismo alemán. Renombrados poetas como Georg Philipp Friedrich von Hardengerg, Novalis (1772 a 1801), Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (1776 a 1822), Johann Christian Friedrich Hölderlin (1770 a 1843) o Heinrich Heine (1797 a 1856) conformarán una poderosa corriente mística centrada en las “bases históricas” (Geschichte) del “pueblo” (Volk) opuesta al estratificado ideal francés, pues cada nación posee su propia “identidad cultural” (Floklore). El desmesurado aprecio por lo personal, por un subjetivismo e individualismo absolutos, lleva aparejado un sentimiento social que aboga por el nacionalismo más recalcitrante, por el "Volksgeist" ("espíritu del pueblo") frente al caduco universalismo ilustrado. Se impone una cálida mirada “ética” (la “Sittlichkeit” hegeliana) frente a la fría “moral” formal (la “Moralitat” kantiana). Imbricar esto en el ámbito del Estado será una labor que se arrogarán para sí los filósofos idealistas.

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