domingo, 2 de abril de 2023

Del romanticismo al idealismo... y tiro porque me toca


     A rebufo de la propuesta estética desarrollada por los “literatos románticos” surgirá el denominado Idealismo alemán, que podría considerarse la vertiente filosófica del Romanticismo y que, no obstante, supone una radicalización del racionalismo continental que hunde sus raíces en el Idealismo trascendental kantiano. Asumida la distinción conceptual entre “entendimiento” (Verstand) y “razón" (Vernunft), esta última pasará a ser considerada como el “espíritu creador” que, libre de toda estructura y de toda atadura, interpreta y da sentido a la realidad. Pero al eliminar la oposición entre “fenómeno” (Phänomena) y “cosa-en-sí” (Noumena) kantiano, entre la "conciencia" y la "realidad", los filósofos idealistas alemanes inaugurarán una corriente de pensamiento que va a identificar el “ser” y el “pensar”, y a suponer que el ser humano aspira únicamente a la “realidad nouménica”, al “absoluto”, pues la razón nos faculta para posicionarnos más allá de los datos empíricos, en “lo absolutamente a priori”. El “sujeto trascendental” kantiano se transforma así en un “sujeto extremadamente poderoso”, hasta el punto de considerar que “las cosas por sí mismas no tienen sentido”, sino que “es el ser humano quien se lo atribuye” (“pues es lo mismo pensar que ser” que decía el añorado Parménides de Elea).

     Históricamente, el idealismo ha tenido tres articulaciones: el “idealismo subjetivo”, el “idealismo objetivo” y el “idealismo absoluto”. La primera de estas propuestas vendrá de la mano de Johann Gottlieb Fichte (1762 a 1814), apodado “el joven Kant” en su juventud, que en su obra “Fundamento de toda doctrina de la ciencia” (Grundlage der gesamten Wissenschaftslehre) de 1794, postula la idea de “yo” como condición de posibilidad de todo conocimiento, no tanto entendido como “sujeto trascendental” (kantiano) sino como “espíritu humano”, para lo que es necesario abandonar la idea de “cosa en sí” y aceptar que la “conciencia” no tiene su fundamento en este supuesto “mundo real”, al margen de la individualidad que lo representa. Fichte entiende la realidad como un “proceso dialéctico necesario” en el que el “yo” (Ich) debe enfrentarse inevitablemente a su alteridad, el “no-yo” (Nicht-Ich), y buscar la superación de esta contradicción en una síntesis que lo convierta finalmente en “generador de la realidad”. El sujeto de Fichte ya no “reconstruye el mundo”, sino que literalmente lo “crea”: es un “yo creador” que deviene más real en la medida en que, al “realizarse en el mundo”, toma más “conciencia de sí mismo”. Un planteamiento dialéctico que influirá poderosamente en todos los autores por venir.

     Pero este posicionamiento, que es meramente “subjetivo”, va a ser reelaborado por Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling (1775 a 1854), que en su obra “Sistema del idealismo trascendental” (System des transcendentalen Idealismus) de 1800, objetiviza este planteamiento, tratando de superar la propuesta fichteana con la introducción la idea de “lo absoluto” (Absolute), que se concibe como la conciencia universal que identifica el “yo” y el “no-yo”, que son generados a partir de la realidad desde la “conciencia universal” o “Espíritu” (Geist) a través de un “proceso” (Verfahren): este proceso se puede observar a partir del estudio de la filosofía como manifestación de la propia conciencia. Este absoluto es un “absoluto indiferenciado”, raíz genética tanto del “yo” (Ich) como de la “naturaleza” (Natur). Se trata, pues, de una “filosofía de la identidad”, plenamente objetiva y objetivada, que equipara “el espíritu y la naturaleza”, “el yo y el no-yo”, “el sujeto y el objeto”, fundiéndolos en una unidad esencial. Schelling busca una reconciliación definitiva entre el “yo” (subjetivo) y la “naturaleza” (objetiva) que le aproxima a posiciones “panteístas”. Pero el propio autor, en un ejercicio dialéctico imponente, criticará algunas de las posiciones panteístas previas (especialmente la de Espinosa) y contemporáneas (como la de su colega Hegel).

     El “idealismo subjetivo” y el “idealismo objetivo” deberán sintetizarse en una instancia superior, el definitivo “idealismo absoluto”. Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770 a 1831) manifiesta ya en sus primeros escritos de juventud la necesidad de la filosofía de “pensar la vida”, y va a considerar que la “dialéctica” es el instrumento más idóneo para someter a la razón el “flujo continuo y contradictorio” a través del cual se nos manifiesta la “realidad”. Ahora bien, para manifestar la realidad correctamente, la razón tiene que concebirla tal y como ella es: un continuo “devenir” y “despliegue” (Entfaltung) en permanente contradicción consigo mismo. La realidad es “contradictoria” y, por consiguiente, para captarla, la razón tiene que proceder “dialécticamente”, identificando estas contradicciones como “momentos del devenir” o “partes de un todo en relación”. Siguiendo el principio de que “el todo es anterior a las partes”, afirma que tan solo el conocimiento del todo “revela cada una de las partes” que lo constituyen, lo que solo podrá tener lugar con el “fin de la historia”, momento de reconciliación de “todo lo real” y “todo lo racional” (que son una y la misma cosa). Analicemos estas afirmaciones con más detenimiento.

     Como "ciencia de la realidad", la “dialéctica” (Dialektik) es el movimiento que tiene a la “contradicción” como motor: su imagen es la de un “movimiento en espiral”, porque los “momentos” que la constituyen no se hallan yuxtapuestos, sino que más bien son “contrapuestos” o “antagónicos”, generando un proceso de avance: en el “todo”, entendido como “movimiento y devenir”, nada se encuentra aislado, todas las partes están relacionadas, remiten unas a otras, pero no con una relación de “identidad”, sino de “oposición”. Por eso Hegel articula su sistema en una “Lógica” (Logik), una “Filosofía de la naturaleza” (Naturphilosophie) y una “Filosofía del espíritu” (Philosophie des Geistes). La primera establece la “afirmación de la Idea”, de la razón: es el momento del pensamiento puro, fundamento de toda existencia natural y espiritual. La segunda nos muestra la “negación”, la “alienación de la Idea”: es el momento en que la idea sale de sí misma y se manifiesta en el espacio y el tiempo como “Naturaleza”. Finalmente, la tercera plantea la “negación de la negación”, la “reconciliación de la idea”: esta renace tras pasar por su exteriorización y se hace "consciente de sí misma".

     La “Idea” (Idee), “lo absoluto” (Absolute), es el pensamiento autopensante: “Todo lo ideal es real y lo real es ideal”. Mediante el proceso de autorreflexión llega a conocerse a sí misma, y lo hace desde y a través del “Espíritu humano”. Pensar dialécticamente consiste en dar cuenta de las "relaciones de oposición" de conceptos y superarlas "integrándolas en una totalidad más elevada" que establece, a su vez, nuevas relaciones. La "tríada dialéctica" impone, por tanto, un primer momento de “afirmación” (tesis), un segundo momento de “negación” o “contradicción” (antítesis), y un tercer momento de “negación de la negación” o “reconciliación” (síntesis). La "tesis" (abstracta) presenta la posición inicial, ya sea de una idea, de un hecho o de un acontecimiento histórico: “pensar en el ser, en lo que es”. Pero pensar en el ser nos lleva a pensar también en aquello que no es, en el no-ser. La "antítesis" (negativa) supone comprender esa negatividad interna, ya que "la realidad es siempre conflicto y contradicción". Finalmente, la "síntesis" (concreta) supondrá la reconciliación de los dos elementos anteriores en una unidad superior, reconocimiento del acontecer como la superación del ser y el no-ser: es el momento en el que el “Espíritu” (Geist) se hace “consciente de sí mismo” y de todo el “proceso histórico”.

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