martes, 19 de octubre de 2021

El auriga, el purasangre y el recelador


     Analizados ya los aspectos “ontológicos” y “epistemológicos” del platonismo, nos centramos en el ámbito de la ”antropología” para comprobar como en este terreno Platón (427 a 347 a.n.e.) se decanta nuevamente por un “pluralismo”. Hay que tener en cuenta que el “alma” (ψυχή), es entendida en la antigüedad como el “aliento” o “soplo vital” que “anima, da vida o mueve el cuerpo”. Para Platón no existe un alma trascendente, sino tres partes o tipos de alma en cada ser humano, de las cuales ninguna es prescindible, pues funcionan en interacción y facultan para el desarrollo de la “virtud” o “excelencia” (ἀρετή) y además permiten establecer una relación estructural y funcional entre el cuerpo humano y el cuerpo social. La “razón” o “logistikon” (λογιστικόν), propia del “alma racional”, estaría situada en el cerebro, y a ella le corresponderá el pensar, calcular, prever y someter a examen los caprichos del deseo; es inmortal y su destino último es la contemplación de las Ideas. El “ánimo” o “thymoides” (θυμοειδές), característico del “alma irascible”, estaría situado en el tórax, es inseparable del cuerpo y, por tanto, es mortal, y sería el origen de las "pasiones nobles": el valor, el coraje, la ambición, la esperanza, etc. Finalmente, el “apetito” o “epithymetikon” (ἐπιθυμητικόν), propio del “alma concupiscible”, se situaría en el bajo vientre, también es mortal y constituiría el origen de las llamadas "pasiones innobles": los impulsos, los deseos, el placer y el dolor, así como las necesidades de orden orgánico (satisfacer el hambre, el sueño, el apetito sexual…).

     Aunque la mayor parte de los intérpretes consideran que hay un alma que sobrevive al cuerpo (el “alma racional”), esto no quiere decir necesariamente que Platón esté hablando de la supervivencia de un “alma personal” (a la manera cristiana), sino simplemente que las “Ideas” nos anteceden y trascienden, por lo que no son propiamente nuestras, pues las recibimos de nuestra tradición cultural, a través de la civilización y de la educación, y en la medida que las modificamos y transmitimos a las generaciones futuras, estas mismas Ideas “nos sobreviven”, se objetivizan y universalizan. Por ello mismo, Platón unirá el problema del alma al del conocimiento, manteniendo las tesis ya formuladas por su maestro Sócrates, que aseguraba la prioridad temporal y ontológica del “alma” o “noûs” (νούς), el “alma racional e intelectiva”, los pensamientos. Esta prioridad atiende a motivos epistemológicos: el hombre no aparece en el mundo “de repente”, ni es el primer ser en actuar en este mismo mundo, sino que nace con un “bagaje cultural” que le precede y que le determina, pues lo sitúa en el tiempo.

     Es en el diálogo “Fedro” donde se comenta con más detalle la famosa “alegoría del carro alado”, en la que se compara el alma humana con la potencia reunida en un esfuerzo conjunto del tronco de caballos de un carro de carreras dirigido por un auriga: “El corcel de blanco pelaje y cabeza erguida representa el honor (fortaleza), que resiste los embates del caballo negro y de ojos sanguinarios, cuyos impulsos son atemperados (templanza) cuando el auriga, símbolo de la razón, posee la habilidad suficiente (prudencia) para mantener el equilibrio inestable y tratar de alcanzar la armonía (justicia)”.

     Por otro lado, en el diálogo “Menón”, el partero Sócrates ayuda a un esclavo, un analfabeto privado de la educación y la enseñanza más elementales, a resolver un problema de geometría fácilmente solucionable si se conoce el “teorema de Pitágoras”. Guiado por la interrogación del hábil maestro, el esclavo rápidamente va a descubrir que se puede dibujar un cuadrado de superficie doble a partir de la diagonal de un primer cuadrado previamente dado. Afirma entonces Sócrates lo que parece obvio, y es que el esclavo: «sabe, pues, sin que nadie se lo haya enseñado, solamente interrogándolo, y recupera de él mismo su ciencia».


     Estos dos ejemplos nos permiten introducir la doctrina platónica de la “anamnesis” (ἀνάμνησις) que sostiene que el conocimiento no es más que un acto de “reminiscencia”, pues “pensar es recordar”. Luego el alma, que es aquella que “recuerda las Ideas”, tuvo que tener una vida propia “fuera y antes” de esta vida terrenal, sensitiva. Una vez probada su existencia, Platón pasa a demostrar su pervivencia mediante dos argumentos, que presuponen la “teoría de las Ideas”. En primer lugar, si el alma es capaz de entender las Ideas eternas, será porque “tiene en sí algo de eterno” que le permite contactar con la eternidad inteligible que llámanos Ideas. En segundo lugar, el alma es “una y simple”, por lo que no puede corromperse ni dividirse. Este segundo argumento juega un papel secundario, que además entra en conflicto con la “doctrina psicofisiológica” (que asigna un lugar del cuerpo a cada parte del alma). En todo caso, parece claro el carácter epistemológico del hilo argumental, que consolida la “inmortalidad del alma” a partir de la “eternidad de las Ideas” y, al mismo tiempo, por una suerte de “argumento ontológico circular”, consolida las Ideas a partir de la preexistencia del alma.

     La película “Doce monos” (Universal 1995) del director americano Terry Gilliam, nos plantea un argumento muy sugerente. Os resumo la historia brevemente: James Cole (Bruce Willis) es un enviado del futuro que regresa al año 1995 para recoger datos que permitan comprender el “desastre biológico” que ha asolado todo el planeta, matando a la practica totalidad de la población, tras una infección masiva provocada por la manipulación genética de un virus, una acción terrorista llevada a cabo por un grupo ecologista conocido como “El ejército de los 12 monos“. Cole tiene un “sueño recurrente” que se repite continuamente a lo largo de la película (lo vemos en el arranque del film, en su desenlace, y en muchos momentos intercalados a lo largo de la trama) en el que se ve a sí mismo como un niño que contempla la persecución y asesinato de un hombre adulto en un aeropuerto. Lo llamativo de la escena final es que Cole entra en un aeropuerto y dice: “yo conozco este sitio, ya he estado aquí antes”, pues es el mismo lugar que le aparece en sueños. Porque, efectivamente, estuvo allí en algún momento del pasado, siendo niño, y contempló un asesinato (que en realidad es el suyo propio: contempló su propia muerte en el futuro desde el presente) y por eso es capaz de recordarlo.

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