domingo, 17 de octubre de 2021

Platón y el arte de doblar papeles

     La filosofía de Aristoclés, apodado Platón (427 a 347 a.n.e.) algunos dicen que por lo “ancho” (πλάτος) de sus hombros, otros por su despejada frente, debe mucho a la forma de filosofar del venerable Sócrates, a su “método dialéctico” (el intento de analizar la realidad humana a través del “diálogo”) y sobre todo, a la identificación que hace el maestro del objeto de estudio propio de la filosofía, a saber: las "Ideas" (ἰδέα). Tradicionalmente, el pensamiento platónico se suele definir por un marcado dualismo: en primer lugar, un “dualismo ontológico”, con la constatación de la existencia de dos mundos: “sensible” uno, “inteligible” el otro; en segundo lugar, un “dualismo epistemológico”, en la consideración de que existen dos formas o modos de conocer: la “doxa” u “opinión” (δόξα) y la “episteme” o “ciencia” (ἐπιστήμη); y finalmente un “dualismo antropológico”, mediante la afirmación de que el ser humano es una unidad constituida por un “cuerpo” (σώμα) y un “alma” (ψυχή) en tanto que sustancias distintas pero interconectadas. En este artículo nos vamos a encargar de poner en cuestión estas explicaciones dualistas y vamos a sostener que lo que Platón realmente maneja es una teoría "pluralista".

     Hemos abordado ya en un artículo precedente la “dialéctica platónica” a partir de la “alegoría de la caverna”, pero como tal dialéctica no es solo cognoscitiva o lógica, sino “ontológica” (ya que refiere “lo real”), en la medida en que las “Ideas” no son únicamente conceptos lingüísticos genéricos, sino también y sobre todo “formas” o “esencias” (que además constituyen las "causas" de las cosas u objetos), parece evidente que todo lo que dijimos de ella en términos epistemológicos puede trasladarse punto por punto a la ontología. En realidad, más que hablar de dualismo, deberemos hablar de “pluralismo ontológico”, pues es cierto que Platón insiste en la existencia de dos mundos, si bien el primero, el “mundo de los objetos físicos”, no es propiamente real, y de hecho no existe más que como copia del segundo, el “mundo de las ideas”, de las que los objetos físicos serían meras réplicas imperfectas. Dicho de otro modo: las Ideas funcionan como “paradigmas” o “modelos”  para las cosas, en cuanto que estas participan de aquellas y las imitan. Las Ideas son “lo que las cosas tienen en común”, lo que es “compartido por muchos particulares”.

     Pero la ontología platónica no solo es pluralista porque reconozca la multiplicidad de lo sensible, ni porque las Ideas sean muchas y variadas, aunque no idénticas, ni tan siquiera porque estén ligadas en “symploké” (συμπλοκή) y por ello “entretejidas unas con otras”, sino sobre todo porque entre las dos pluralidades que Platón reconoce habría una tercera pluralidad: la de las “mediaciones” que se dan entre las dos pluralidades precedentes. La compleja exposición de esta teoría se nos plantea en el diálogo “Parménides”, en el que se afirma que “las Ideas son relaciones organizadas o determinadas según tipos más simples, que son los números ideales"; asimismo, las cosas sensibles son realizaciones determinadas y organizadas según unos tipos menos simples, pero simples al fin y al cabo… "La relación de lo sensible con la Idea repite, en un estado de dependencia y complicación más elevado, la relación de las Ideas con los números ideales”.

     Un buen ejemplo de lo que acabamos de comentar lo encontramos en este interesante análisis del número “φ (phi)” (1.6180339887…), que todos conocemos como “número áureo” (como se aprecia en el vídeo precedente). Lo que nos sugiere el vídeo es que la realidad se estructura, se organiza y ordena siguiendo unas “leyes racionales” que actúan de forma “necesaria”. La naturaleza programa una serie de “normas” (lógicas) que los seres naturales siguen al pie de la letra: el mundo es un “cosmos”, un conjunto ordenado por la propia naturaleza conforme a “principios racionales”. Los pitagóricos ya habían estudiado este “logos” (λóγος), la “relación lógica entre los números”. No es de extrañar que el ser humano “copie” estas estructuras lógicas y las reproduzca permanentemente en sus “creaciones artísticas”. En este sentido, las representaciones arquitectónicas, escultóricas y pictóricas (y las musicales sobremanera) son una “réplica de la propia naturaleza”, que imitan las formas puras, las Ideas, que son conocidas previamente a cualquier experiencia particular.

     Lo podemos comprobar de forma más clara a través del mundo del “origami” (折り紙), el arte japonés de “doblar papeles” (curiosamente, la “papiroflexia” tiene su origen en este mismo momento histórico). Fijaos que cuando nos encontramos con un papel (no importa su tamaño, forma o color, es decir, sus particularidades), podemos reproducir en él “figuras” que “copian las Ideas” (un cisne, un elefante o, como ejemplificamos aquí, un búho), precisamente por la intermediación de “formas geométricas simples”: al intentar confeccionar una figura no estamos haciendo otra cosa que”generar líneas de corte” con las que doblar y volver a doblar el papel, hasta que la figura finalmente “aparece” ante nuestros ojos. El hecho de que la podamos reconocer se debe a que nosotros ya conocemos la Idea (la hemos “visto”, y por ello podemos elaborar una copia, aunque imperfecta, de dicha Idea). Y esta copia lo es en dos sentidos: por un lado, en el mundo sensible, la figura de papel sería una “sombra” del “objeto físico” que representa (en este caso, el “animal búho”); por otro lado, en el mundo inteligible, la figura es una “representación geométrica” que copia la “Idea de búho”, pues reconstruye “lo que todos los búhos tienen en común”, esto es, la “esencia” o “forma” de un búho.

     En la película “Blade Runner” (WB 1982) del director Ridley Scott, tenemos un buen ejemplo del uso de la papiroflexia para poder comprender las ideas de Platón. Esta es la historia de Rick Deckard (Harrison Ford) un policía encargado de “retirar” a un grupo de “replicantes Nexus 6", organismos genéticamente programados que se han vuelto demasiado peligrosos. En la búsqueda de unos fugitivos, Deckard descubre a Rachel (Sean Young), una replicante experimental, con recuerdos implantados en su cerebro que le permiten contar con una base emocional, y por supuesto se enamora de ella. Tras la muerte de Roy Batty (Rutger Hauer), el jefe del grupo de replicantes rebeldes y último de los prófugos retirado a manos del “blade runner”, Deckard encuentra un origami que ha dejado Gaff (Edward James Olmos), el policía encargado de vigilarle a él, señal inequívoca de que ha encontrado a su pareja replicante y ha permitido que viva. Rick y Raquel marchan entonces hacia un nuevo destino, conscientes del tiempo que se les regala. La figura de papel nos permite comprender a los espectadores que el “unicornio de papel” funciona aquí como un símbolo “que está por otra cosa”, pues el propio Deckard sueña a lo largo de la película con unicornios, que aquí representan (están por, participan de) la Idea de "libertad".

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