domingo, 30 de enero de 2022

Dios como garantía de las ideas

     El “Cogito” es una “intuición intelectual”, no una “deducción metódica”: no puede objetarse por la forma (por ejemplo, aduciendo que es un “silogismo” al que le falta una premisa) ni decir que del pensamiento no se puede seguir la existencia. René Descartes (1596 a 1650) parte del pensamiento y de la existencia como algo indisociable, pues a través del Cogito sabe que "existe la realidad en cuanto pensamiento", pero no sabe si sus contenidos reproducen algo “exterior a la conciencia”: para saberlo, y poder así fundamentar su objetividad, no puede salir de ella (pues es la “única evidencia”), y tendrá que partir del “interior de la conciencia”. En consecuencia, toda su argumentación será “a priori”, al igual que la realizada por Anselmo de Canterbury (1033 a 1109) en su famoso “argumento ontológico” (y como a partir de ahora ocurrirá en todos los idealismos). Partirá de un "contenido de conciencia" tal que, sin dejar de ser una “idea”, muestre en su estructura de idea algo exterior a la conciencia, y esto será la “idea de Dios” (que puesto que es exterior a la conciencia es “algo más que una idea”). Sin embargo, el hecho de probar algo exterior no garantiza nada para Descartes, pues para que haya "garantía de verdad" en un sentido pleno, Dios tiene que ser “verdadero” y no un “engaño”: si demuestro que "Dios existe", tengo una garantía de verdad incuestionable, porque “Dios es perfecto y omnipotente”, y en virtud de su omnipotencia puede engañarme, pero en virtud de su perfección no puede hacerlo.

     La “Meditación Quinta” de las “Meditaciones metafísicas” contiene la prueba fundamental de la "existencia de Dios": Descartes empieza por afirmar que yo tengo "ideas" que tienen unas propiedades determinadas porque son "inmutables y eternas", aunque sus correlatos no existan en la realidad. A través de aquí tratará de probar la existencia de Dios, pero su referencia son los "entes matemáticos", que existen "en el pensamiento", pero que no son ficciones del pensamiento, pues de ellos se desprenden posibilidades que no dependen de la “voluntad”. Llega así a establecer que existen “ideas objetivas”, y llega también a demostrar “esencialmente” a Dios (en tanto que “idea de ser sumamente perfecto”, idea que es objetiva y cuya naturaleza consiste en tener una “existencia externa a la mente”), pues en Dios la esencia no puede separarse de su existencia. Pero al llegar a este punto comprobamos que Descartes hace alusión a las “evidencias”, que antes habías sido puestas en tela de juicio. Por eso se ha acusado a nuestro autor de incurrir en un “círculo vicioso”: aquello mismo que necesita ser garantizado está sirviendo como primer peldaño demostrativo para que, por comparación, sirva ahora de garantía. Descartes utiliza en la demostración de la existencia de Dios el criterio de una “evidencia clara y distinta”, pero esta evidencia era la que trataba de fundamentar con la existencia de Dios. Esta objeción destaca un posible planteamiento retórico de los problemas, como supo ver Antoine Arnauld (1612 a 1694) y como criticó Benito de Espinosa (1632 a 1677).

     Este “voluntarismo” cartesiano no es una restricción irracional a su proyecto racionalista, sino al contrario, una prolongación del propio racionalismo en cuanto incluye un “trámite crítico”. La metafísica cartesiana ha querido “fundamentar las evidencias primeras” desde las cuales quiere afirmar que el edificio del conocimiento está asegurado, y para ello ha comenzado con una reflexión crítica. Las ideas, cuya realidad el “Cogito” ha dejado establecida, ha encontrado un contenido de conciencia tal que debe ser "objetivo", es decir, que debe hallarse "fuera de la conciencia". Esta idea es la “idea De Dios”, el cual se convierte, al estar dotado de las propiedades de la “conciencia lógica” (la “perfección”, la imposibilidad de incurrir en contradicción, de “engañar”) en garantía segura y fiable de las evidencias.


     Pero además “Dios” es una “voluntad libre”, lo que significa que “puede hacer lo que quiera”. Parece que desde esta segunda consideración de Dios la "garantía" pierde fuerza, y que nuestra "racionalidad" se ve comprometida siempre por esa "omnisciencia divina". Por ello, puede parecer que el proyecto racionalista cartesiano encuentre un obstáculo en el “voluntarismo divino”, pero la defensa del voluntarismo no es contradictoria con el proyecto cartesiano, sino una explicación del mismo, cuando el proyecto se ha planteado de un "modo crítico": todo racionalismo crítico comporta inexcusablemente el problema de las "limitaciones de la razón", pero también, y en igual medida, el de las “garantías de la razón”.

     Arnauld objeta a Descartes que, a pesar de que no duda de sus esfuerzos por salvar la fe, la pone inevitablemente en peligro. Porque Descartes nunca habla de Dios en otro orden que el puramente lógico. De esto ya se dio cuenta Blaise Pascal (1623 a 1662) al oponer el Dios de Abraham al de Jacob (el “Dios bíblico” al “Dios de los filósofos”). Descartes impersonaliza a Dios, y aunque pensemos en un Dios voluntarista tampoco es de carácter personal, sino un mero “límite del conocimiento”: no cabe pensar un Dios al que se pueda rezar o amar, porque “Dios es una logicidad”. El interés histórico de todo esto es que supone un primer "planteamiento crítico de la metafísica": el punto de partida es la conciencia, y a través del planteamiento trascendental de la conciencia misma se reconoce una "realidad objetiva independiente". Spinoza parte también de una realidad objetiva, de Dios, pero no se plantea el Cogito (la crítica está en otra parte: en la “realidad misma”, que es “plural y oscura”). El modo en que Descartes se escapa de la duda es indefectiblemente un “círculo vicioso”, lo cual significa que, o bien no puede escapar al escepticismo, o bien no le importa incurrir en el propio círculo vicioso. Las objeciones a esta cuestión serán planteadas con una mayor crudeza por David Hume (1711 a 1776) y por Immanuel Kant (1724 a 1804).

     En la película “El Show de Truman (Una vida en directo)” (Paramount 1998) de Peter Weir, podemos intuir esta problemática: su protagonista de la historia, Truman Burbank (Jim Carrey) es un hombre corriente y sencillo, además de risueño y un poco inocente, que vive en una idílica población americana donde “todo es perfecto”. Lleva toda la vida allí, y nunca se ha atrevido a ir más allá de los límites de su pequeño pueblo, que constituyen su único “mundo”. En esta vida idílica no hay, aparentemente, graves problemas, pero poco a poco, “extraños sucesos” hacen sospechar a Truman que algo insólito ocurre, que “las cosas no encajan como deberían”, que algo funciona mal en ese diminuto mundo de paz y sosiego. En realidad, Truman es propiedad de una empresa de televisión y se encuentra prisionero en un gigantesco plató de cine que emite 24 horas al día la vida en directo de nuestro protagonista. El final de la película muestra el momento en el que Truman decide escapar, se encuentra con Christof (Ed Harris) el "creador" del programa de televisión del que él es la estrella principal sin saberlo, un "Dios voluntarista” que todo lo puede, y descubre el engaño: “nada era verdad”, asevera Truman, a lo que el creador responde “tú eres verdad”. Es el momento en que todo queda “garantizado”: el momento en el que Truman comprende que su existencia, su ser y su mundo, no es más que la creación de un Dios que ya no engaña, que revela la verdad.

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