domingo, 19 de marzo de 2023

La fábrica de galletas de Inmanuel Kant

     Hablemos un poco más de Immanuel Kant (1724 a 1804) y de cómo se hacen las galletas. El pensador alemán nos enseña en su “Crítica de la razón pura”  (Kritik der reinen Vernunft) que es necesario dar un “giro copernicano” a nuestro modo de entender la realidad. Para definir el “objeto” es necesario echar mano primero de las “sensaciones”, pero también de los “conceptos”, de la “sensibilidad” tanto como del “entendimiento”. Tenemos, por tanto, que dar un pequeño repaso a su “Estética trascendental”, para avanzar acto seguido a la “Analítica trascendental” (dejaremos la compleja “Dialéctica trascendental” para el final). Imaginemos que queremos definir un “objeto” concreto, por ejemplo, queremos saber “qué es una galleta”. Comencemos.

     Si “la galleta” es “el objeto”, para llegar a ella es necesario descomponerla, primeramente, en sus “ingredientes” (lo que David Hume llamaba “impresiones”). La harina, la levadura, la sal, los huevos, el aceite... ¡no son la galleta! (no se puede comer la harina): es necesario colocar estos ingredientes juntos “en el mismo sitio, a la vez”, es decir, en el espacio y en el tiempo. Para Kant, “espacio y tiempo” son las “formas puras a priori de la sensibilidad”, luego no son los ingredientes, sino algo previo, independiente de ellos: pongamos “la mesa” (espacio) y “las manos” (el tiempo), puesto que son las que ponen el ritmo, las que dan continuidad. El resultado es “la masa” (“fenómeno”) que, por cierto ¡tampoco se puede comer! (es decir, que sigue sin ser la galleta propiamente dicha).

     Entonces, ¿qué hacer? Cogemos la masa y le damos “forma” gracias a unos “moldes” que en nuestra metáfora hacen las veces de “conceptos” (hilando fino, fino... los moldes serían lo que Kant llama “esquemas del entendimiento”) que siguen sin poder comerse, pero al menos ya están estructurados. Lo único que nos queda ahora es aplicarles una “categoría”, esto es, un “concepto puro a priori” (independiente de la experiencia, ajeno por tanto a la masa fenoménica). El calor del horno actúa como “causa” o, si se prefiere, como principio que “da existencia” al fenómeno (previamente estructurado), generando nuestra deseada “galleta”... que, ahora sí, ya podemos saborear. Ya tenemos el “objeto” (fenoménico)… pero no la “cosa en sí” (“noúmeno”). ¿Existe la “galleta perfecta”? ¿Es posible una “idea de galleta”?

     Para poner fin al artículo, os he seleccionado este momento maravilloso de la película “Eduardo Manostijeras” (WB 1990), en la que su director Tim Burton rinde homenaje al cine de terror gótico de los años cuarenta y cincuenta, poniendo al frente del reparto a un maduro Vincent Price, genio incomprendido, inventor imaginativo y loco entrañable que, tras idear un sistema para “fabricar galletas”, se queda finalmente con una galleta en la mano... una galleta con forma de corazón, y se le ocurre colocar este corazón en el costado de uno de sus autómatas... menuda idea: “¡dotar a un mecanismo automático de alma!” Pero ¿es posible aplicar un concepto a una idea? ¿Tiene el alma humana existencia, o podemos aplicarle cualquier otra categoría?

     El “alma” (la mente, la conciencia) trasciende el ámbito estético y analítico, y nos coloca en el terreno de la dialéctica trascendental, en la que “ya no valen las categorías”: dar existencia a una galleta ideal no es lo mismo que dar existencia a un ser humano, y Vincent, aunque nos pese, no es Dios. De hecho, en el mismo (¡glorioso!) momento en el que el excéntrico inventor enseña las “manos (“el verdadero alma del ser humano”, según Aristóteles, que afirma que los seres humanos “pensamos con las manos”) para sustituir las extremidades a su criatura Eduardo (Johnny Depp), el viejo sabio se muere, dejando su obra inconclusa, y a nuestro héroe con unas imprecisas tijeras para orientarse en el mundo... Pero esto, amigos míos, ya es otra historia...

No hay comentarios:

Publicar un comentario