sábado, 18 de marzo de 2023

Las ideas trascendentales de la razón


     Siguiendo con la “Crítica de la razón pura” (Kritik der reinen Vernunftde Immanuel Kant (1724 a 1804), el estudio de la “Dialéctica trascendental” (Transzendentale Dialektik) se antoja con mucho el más complicado de ejemplificar, pero vamos a hacer un intento con la deliciosa, por original e ingenua, primera película de John Carpenter, titulada “Dark Star” (Bryanston 1974). En un mundo futuro, la nave espacial del título se encuentra al borde de la destrucción por obra de una máquina: el “robot inteligente” que la controla, que ha activado una “bomba” y ha iniciado la cuenta atrás. Mal asunto para los tripulantes de la nave, que se enfrentan a la aniquilación. Así que uno de ellos, el intrépido Teniente Doolittle (Brian Narelle) se desliza por la escotilla hacia el espacio infinito y se aproxima al robot para plantearle un reto intelectual: “¡una discusión sobre metafísica!”.

     Mientras el tiempo se agota, los dos interlocutores repasan la historia de la filosofía moderna en brevísimos segundos, centrándose en los tres elementos básicos que configuran toda metafísica, al menos desde René Descartes: las ideas de “Dios”, “alma” y “mundo”. El astronauta planea que el robot detenga la cuenta atrás intentando que éste responda con certeza a una (aparentemente) simple pregunta: “¿cómo sabes que existes?” Dicho de otro modo, cómo saber “con evidencia” que existimos, o que lo que está fuera de nosotros existe, o que podemos establecer una relación entre ambos. Por supuesto, la máquina cita a Descartes (“Pienso, luego existo”), pero para el astronauta esta “certeza” es sólo “psicológica”, “subjetiva”... y debe de haber algo más: “¿Cómo puedo saber que los datos que me llegan a la mente son reales, objetivos?”. Bien pudiera ser que estos datos fueran “erróneos”. Las dudas son tales, que al final el siniestro artefacto se sumerge en el mismo escepticismo epistemológico que David Hume, detiene la cuenta justo a 0 segundos, y la nave no explota (al menos por de momento), mientras se retira “a meditar una respuesta”.


     Difícil resulta dar una respuesta cuando la máquina es incapaz de aportar “datos empíricos”. Lo que el astronauta le exige es algún tipo de explicación “a posteriori”, y nosotros sabemos que esta no es posible en el campo de la “metafísica”, puesto que esta forma de pensamiento trabaja con “ideas a priori”, “trascendentales”, que tratan de definir la “cosa en sí” (Noumeno), que exceden el ámbito de la experiencia, y además no puede construir “juicios sintéticos a priori” sobre la realidad (como si lo hacen las “matemáticas” o la “física”). Las ideas que la “razón” (Vernunft) aporta escapan por completo a nuestro conocimiento, puesto que la idea de “yo” no se refiere a ningún objeto de la experiencia, y aplicarle una “categoría” (como por ejemplo, la de “existencia” o la de “realidad”) es hacer un “uso ilegítimo”, acrítico, de la razón, que genera lo que Kant llama “ilusión trascendental” (la misma que aflige a nuestro robot metafísico en los momentos finales del film). Estas “ideas trascendentales” solo pueden tener un “uso regulativo” que dirija el pensamiento hacia síntesis más generales: las totalidades Dios, alma o mundo… lo que solo puede darse a través del “uso práctico de la razón”, pero no desde su uso teórico.

     Solo un apunte final. Aunque no sea demasiado importante, finalmente el robot hace estallar la nave (“hágase la luz”… menuda frase cargada de significados), y nuestro astronauta queda “aislado del mundo” y “perdido en el espacio”, náufrago en el profundo infinito de la realidad cósmica. Pero encuentra un retazo de lo que antes fue su nave espacial y, ¿a qué no sabéis que es lo que se le ocurre hacer con él? Tal vez la “conciencia” no existe (o no podemos conocer nada sobre ella), pero si no la damos por sentada: “¿cómo justificar la libertad humana?”. No os perdáis este sorprendente final, que seguro os robará una sonrisa, y que pone una nota de color al son de la animada canción country “Benson, Arizona” (escrita por Bill Taylor y con música del propio John Carpenter). Como se suele decir: “cuando todo está perdido, por lo menos huele las rosas”. ¡Disfruta el momento!

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