miércoles, 15 de marzo de 2023

¿Y qué pasa con las mujeres y las ciudadanas?


     La “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” promovida por la Asamblea Nacional Constituyente en 1789, proclama fundamental para comprender la “realidad social y política” de los años por venir, nace no obstante con una limitación radical que las “primeras filósofas feministas” denunciarán: la mujer aún no computaba de pleno derecho en esta definición de “hombre” y de “ciudadano”. Aparcado el Antiguo Régimen, la mujer continuaba siendo “mujer”, y en ningún caso se la podría considerar como “ciudadana”, anclada aún en el feudalismo, sometida a la “voluntad del varón” (llamémosle señor, monarca, déspota, padre, esposo…), que ejerce su “soberanía” sobre ella… contra ella. No se trata de un mero “juicio de valor” sobre las mujeres, ni mucho menos de un “prejuicio psicológico” sobre sus capacidades intelectuales o morales… se trata de una descripción de su “situación jurídica”: la mujer es inferior al varón “de derecho”… poco importa pues si lo es o no “de hecho” (si bien esta es la justificación más común para sostener aquello).

     La primera en alzar la voz fue Marie Gouze, dramaturga, panfletista y filósofa política francesa, más conocida por su seudónimo literario Olympe de Gouges (1748 a 1793). Inicialmente ninguneada por la Comédie Française (dependiente económicamente de la Corte de Versalles), sus primeros escritos teatrales opuestos a la “trata de esclavos” serán duramente censurados, y llevarán a la autora a pasar una temporada en La Bastilla. Firme defensora de los principios revolucionarios, inicia entonces un activismo político inusitado para una mujer, publicando en el “Periódico General de Francia” algunos artículos sobre la necesidad de un “impuesto patriótico”, contra el “lobby colonial” y en defensa de la “abolición de la esclavitud”, que es sin duda el elemento rector de muchos de sus textos, y anticipa sus ideas en favor de una “igualdad legal efectiva entre todos los seres humanos”.

     En 1791 publica la que será su obra más relevante, la “Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana” (Declaration des droits de la Femme et de la Citoyenne): “Hombre, ¿Eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta”. La frase que inaugura el texto es toda una declaración de principios, una proclama radical e irreverente: ¿es posible una sociedad justa sin la participación de las mujeres? ¿Hasta cuándo van a ser ninguneadas por su condición “femenina” (afectada, vehemente, sentimental… ¡irracional!)? La lucha de Gouges se focaliza en la defensa de los “derechos jurídicos” de las mujeres, especialmente de su derecho a la “propiedad”: a la tierra, al hogar, al capital… posteriormente a la emancipación, a la visibilidad pública, al voto… (pero eso no queda tan claro en la autora, porque hay prioridades: lo primero es lo primero). La mujer entra en este momento en el “debate público”, se hace visible en el “ágora”… y se expone a la dialéctica de la contradicción, al debate, a la confrontación, y también a la crítica, a la infamia, a la represalia: se hace “igual” (y “se hace ella”, porque “lo decide ella”).

     Defensora de la “monarquía constitucional” y de la “separación de poderes” promovida por Montesquieu, su oposición a la condena a muerte del rey Luis XVI y su apoyo incondicional al partido de los “girondinos”, opuestos a los “jacobinos” liderados por Robespierre (que, no lo olvidemos, defienden el “sufragio universal” frente al “sufragio censitario” promovido por sus opositores) le valen la animadversión del Comité de Salvación Pública e inician un proceso contra ella bajo los cargos de “rebelión y traición” que inevitablemente acabarán con sus huesos en el cadalso. ¿Primera mártir feminista? ¿O simplemente una nueva víctima del “poder establecido” y su secular inquina hacia los “librepensadores” (Sócrates, Epicuro, HipatiaBruno, Espinosa…)? Abanderada de la lucha por la igualdad, tras ella las espadas permanecen en alto… la pelea continúa.

     Al otro lado del canal, destaca con luz propia la novelista y ensayista británica Mary Wollstonecraft (1759 a 1797), una de las primeras mujeres en establecerse como “escritora profesional e independiente” en su país, algo totalmente inconcebible para la época, ya que resultaba terriblemente complicado mantenerse económicamente con semejante ofició siendo mujer. Casada con el escritor William Godwin (1756 a 1836), precursor del “activismo anarquista”, y madre de la escritora Mary Shelley (1797 a 1851), celebre autora de la primera novela de ciencia ficción, “Frankenstein o el moderno Prometeo” (Frankenstein, or The Modern Prometeus), murió a temprana edad como consecuencia de las “complicaciones derivadas del parto” de su segunda hija, algo por desgracia muy habitual en la época, lo que seguramente nos privó de una contribución literaria más extensa.

     Tras abrir una escuela en Newington Green junto a Fanny Blood (“la mujer que abrió mi mente”) se dedica por entero al mundo de la “enseñanza” y la “traducción” de textos al francés y al alemán, pero la prematura muerte de su querida amiga la fuerza a modificar sus planes y a trasladarse a Francia para vivir de cerca la Revolución de 1789, de la que se declara devota incondicional, al punto de escribir en 1790 una “Vindicación de los derechos del hombre” (A Vindicación of the Rights of Men), en respuesta crítica a un texto opuesto a las premisas revolucionarias del conservador Edmund Burke (1729 a 1797). En París se hace consciente de las confusiones que azotan al país y de las desigualdades que las premisas del Comité de Salvación Pública generan, y en respuesta a ello escribe la que sin duda es su obra más reputada, la famosa “Vindicación de los derechos de la mujer” (A Vindication of the Rights of Women) de 1792, donde proclama una “ordenación social basada en la razón” que pasa por la necesaria “igualdad entre los sexos” como prerrogativa determinante para tal efecto: las mujeres no son inferiores a los varones “por naturaleza”, y tan solo su “condición social” y su “educación tradicional” las someten a este estado de inferioridad.

     Tras su muerte, su marido (que era anarquista, recordemos) se atrevió a publicar sus “Memorias” (1798), un gesto que sin duda le honra, pero que tuvo un efecto inesperado: al constatar el público su “estilo de vida heterodoxo e inconformista”, y su “moral extravagante y disoluta”, su reputación cayó en picado, hasta tal punto que tuvieron que pasar varias décadas para que su figura pública y sus escritos filosóficos fueran rehabilitados. Hoy en día, esta forma de vida “iconoclasta y reivindicativa” se aprecia en su justa estima, y Wollstonecraft ha pasado a ser considerada como una de las “pensadoras fundacionales del movimiento feminista” en su lucha por los principios de “igualdad y equidad”.

     Las dos filósofas que acabamos de mencionar constituyen la “punta de lanza” de las primeras reivindicaciones en favor de los “derechos de la mujer”, y sus figuras excepcionales oscurecen en cierta medida la labor de muchas otras féminas que, renuentes a aceptar su “condición servil” y a su reclusión en el “ámbito doméstico”, proponen modelos alternativos (sin necesidad de salir de su espacio hogareño) que pasan por el “asalto a la razón” en igualdad de disposición a los varones. Hablamos de las primeras “filósofas mundanas”, promotoras de los conocidos “salones literarios”, las famosas “salonnière”, pioneras eminentes como Anne-Catherine Helvétius, Marie Anne de Vichy-Chamrond (marquesa de Deffand), Marie-Thérèse Rodet Geoffrin, Anne-Thérèse de Marguenat de Courcelles (marquesa de Lambert) o Jeanne Julie Eleonore de Lespinasse, por citar a algunas de las más insignes, que abren las puestas de sus hogares a los más afamados filósofos, científicos, literatos y moralistas de la época, cautivados sin duda por estas mujeres excepcionales que “se atreven a saber”. Pero este hecho inusitado merece un artículo en profundidad que dejaremos para una próxima ocasión.

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