domingo, 16 de abril de 2023

¡Algo huele a podrido en Dinamarca!


     A mediados del siglo XX, el filósofo francés Paul Ricoeur (1913 a 2005) en su conocida obra “Freud: una interpretación de la cultura” (De l´interpretation. Essai sur Sigmund Freud), acuñó una expresión que haría fortuna, al referirse a los pensadores alemanes del siglo XIX Karl Marx, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud como maestros de la sospecha”. Si bien ninguno de estos autores puede ser considerado propiamente “filósofo” en un sentido académico preciso, no coincidieron históricamente en el tiempo, y no parece factible que se influyeran mutuamente, dados sus dispares intereses (Marx trabaja desde la sociología, Nietzsche desde la filología y Freud desde la psiquiatría), Ricoeur ve conveniente agruparlos en base a su “crítica a la idea de conciencia”, al menos tal y como es concebida esta desde René Descartes (1596 a 1650) aunque podemos sondear su impronta ya en Sócrates de Atenas (470 a 399 a.n.e.). El “sujeto” encierra una “conciencia”, y la conciencia supone un “punto de vista”, una “perspectiva”... una “interpretación de la realidad”.

     Karl Marx (1818 a 1883) es un historiador, economista y sociólogo alemán de origen judío, que en obras como “La ideología alemana” (Die deutsche Ideologie) o “El capital” (Das Kapital) crítica abiertamente el concepto de “sujeto” heredado de la tradición idealista alemana (de Kant a Hegel) al afirmar que esta supuesta “conciencia libre y autónoma” no es más que “ideología”: un conglomerado de axiomas que generan una “superestructura” política, moral y jurídica totalmente ilusoria y alienante que sirve a las “clases dominantes” para legitimar la situación realmente existente, basada en la desigualdad y la injusticia social, mantener el “statu quo” y salvaguardar sus privilegios de clase. La ideología no es más que una “falsa conciencia” o, si se prefiere, una “conciencia falseada de la realidad”, que esconde la verdadera realidad, que la suplanta en beneficio de unos pocos (los dueños del capital) para esclavizar a los muchos (los trabajadores asalariados) y debe ser subvertida mediante la modificación de las “relaciones de producción”, lo que pasa por una transformación radical de la “infraestructura” económica propia del capitalismo (y de su dogma fundamental: la “propiedad privada”) como único modo de eliminar la alienación económica y la enajenación espiritual y alcanzar una sociedad igualitaria y justa… y para ello se necesita una “revolución”.

     Friedrich Nietzsche (1844 a 1900) es un filólogo y poeta alemán, que en obras como “La genealogía de la moral” (Zur Genealogie der Moral) o “Más allá del bien y del mal” (Jenseits von Gut und Böse) arremete contra la moral tradicional, de impronta cristiana, que no es producto de una “conciencia individual” sino fruto de una imposición (“la voz del rebaño en nosotros”), una moral que trata de “igualar lo diferente”, surgida de “voluntades débiles” que se sirven del “resentimiento” para adoctrinar a las masas y enmascarar la verdadera condición humana, la “vida concreta”, en favor de “otra vida”, totalmente ilusoria y mezquina, puesto que no está enraizada en la vida real y efectiva sino en una fantasía especulativa, despreciando la efervescente vitalidad “dionisíaca” y privilegiando el frio racionalismo “apolíneo” (socrático, cartesiano), una vitalidad que debe ser recuperada por medio de una “transvaloración de los valores morales”, ruptura total con la filosofía platónico-cristiana que pasa por la concreción del “superhombre”, un sujeto que ya no esta ligado a la conciencia, que es libre en el sentido más pleno del término, ya que es capaz de restaurar las fuerzas existentes para “generar sus propios valores”, sin ataduras ni sometimientos, pues están “más allá de lo dado por la tradición”, y que sirvan para desarrollar una vida plena y efectiva… y para ello se necesita un “martillo”.

     Sigmund Freud (1856 a 1939) es un psicólogo alemán de origen judío que en obras como “La interpretación de los sueños” (Die Traumdeutung) y El malestar de la cultura” (Das Unbehagen in der Kultur), invierte los términos del debate al suponer que la “conducta humana”, el conjunto de acciones que todos nosotros desarrollamos en la vida cotidiana, no está determinada por una “conciencia racional” sino por una estructura mental más profunda llamada “inconsciente” (que a su vez está determinada por episodios acaecidos en nuestra infancia) que trata de ser “reprimida” por la anterior, lo que genera devastadores efectos en la psicología de los individuos. La condición humana se rige inequívocamente por el “principio del placer” (la consolidación de las pulsiones sexuales y agresivas), pero enmascara estas practicas con el “principio de realidad”, sometido inexorablemente a las imposiciones morales subyacentes en nuestro entorno. Particularmente, la “cultura” pretende darnos la sensación de una “vida civilizada”, cuando tan solo esconde una “represión de nuestros instintos” más primarios, más vitales y más auténticos, generando un malestar y una infelicidad que nos convierte en seres “psíquicamente enfermos”. Deberemos desatar nuestras “pulsiones básicas”, asumir nuestra condición patológica, hacer evidente nuestra “libido”… y para ello se necesita una “terapia”.

     La interpretación de Ricoeur de estos tres pensadores es en sí misma ilusoria, “fenoménica” pero no “genética”. Este autor trabaja desde la hermenéutica, al igual que hace el postmoderno, también francés, Michel Foucault (1926 a 1984), al afirmar que la crítica de estos tres autores de la idea de “conciencia” se basa en que ésta no es meramente “representativa” sino sobre todo “significativa”: los contenidos de la conciencia individual producen “sentido”, por lo que suponen una “interpretación” (ya sea de los hechos, ya sea de las ideas) y se hace imperativo saber “quien dice lo que dice” (lo que nos encierra de nuevo en un engañoso “solipsismo”, incapaces de superar nuestra propia perspectiva histórica). Nosotros trataremos de poner un poco de orden en este desconcierto intentando no ser anacrónicos, y en sucesivos artículos propondremos análisis pormenorizados de cada uno de estos tres “maestros” (si se puede aplicar tal calificativo), desde su origen crítico hasta su fundamento teórico… comenzando por Marx, que desprecia la “teoría” en favor de la “praxis”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario