miércoles, 5 de abril de 2023

Propuestas para una moral utilitaria


     Las tesis del positivismo continental desarrollado por Auguste Comte (1798 a 1857) tendrán su reflejo en las incisivas reivindicaciones “utilitaristas” británicas, y en las consiguientes propuestas “pragmatistas” desarrolladas al otro lado del océano Atlántico. Los pensadores británicos seguirán en líneas generales los planteamientos filosóficos y morales tendentes a la “reforma de la sociedad” preconizados por el filósofo francés, coincidiendo en su “posición antimetafísica” pero discrepando en algunos aspectos, en particular respecto del “método” a aplicar y al hecho de considerar a la “psicología” como una ciencia más (de carácter “asociacionista” en el caso británico, por oposición al “funcionalismo” de los pensadores americanos).

     Se puede considerar al jurista y economista británico Jeremy Bentham (1748 a 1832) como fundador del utilitarismo, al oponer al “principio de interés” propio del liberalismo el famoso “principio de felicidad” que establece la máxima: “La mayor felicidad para el mayor número de personas”, que debe ser el objetivo ético supremo, tanto a escala individual como social, y que deberá apoyarse por igual en la “razón” y en la “ley”. Inicialmente Bentham supondrá que para cumplir este objetivo bastarían los “gobiernos ilustrados”, pero la realidad social en la que está inmerso la determina a decantarse por los “gobiernos democráticos”, llegando a ser un claro defensor del lema “un hombre, un voto”. La realización efectiva de este programa de gobierno sería el camino para la consecución de la plena “felicidad individual y social”.

     Estos principios iniciales del utilitarismo serán profundamente modificados por John Stuart Mill (1806 a 1873), que recibirá tanto la influencia de Bentham como de su padre, el historiador y politólogo escocés James Mill (1173 a 1836), amén de los postulados románticos de autores como Samuel Taylor Coleridge (1772 a 1834) y William Wordsworth (1770 a 1850) y del político y escritor francés Alexis Henri Charles de Clérel, vizconde de Tocqueville (1805 a 1859), sin olvidarnos del impacto que tendrán sobre él las ideas de la que fue su “pareja” durante prácticamente toda su vida adulta, la filósofa y activista política Harriet Taylor (1807 a 1858), al menos si nos atenemos a las palabras del propio autor en su “Autobiografía” (1873) y patente entre otras en su obra de 1869 “El sometimiento de las mujeres” (The Subjection of Women).

     Stuart Mill parte de la tradición empirista propia de su país, al afirmar que los “conocimientos científicos” son producto de la “inducción”, lo que le permitirá desarrollar una teoría lógica en su obra “Un sistema de lógica” (A system of Logic) fechada en 1843. A partir de aquí, aplica la lógica inductiva a las “ciencias morales”, elaborando una “etología” y una “psicología” que permita identificar y comprender la “conducta humana” a través de las causas que determinan el tipo de “carácter” de un pueblo o una época: “El carácter se forma bajo la influencia de un estado social dado en sí mismo”. En el ámbito político, será un abierto defensor de la “democracia representativa”, como se aprecia en “Consideraciones sobre el gobierno representativo” (Considerations on Representative Government) de 1861, en tanto que “organización institucional” de acuerdo con determinadas “condiciones sociales” para su adecuado funcionamiento, que estará en función del reconocimiento de la “libertad del ciudadano” (rechazando así el “despotismo de la sociedad sobre el individuo” defendido por su homólogo Comte).

     Stuart Mill es un inconformista y un reformista a partes iguales, que considera que el individuo no tiene por qué “dar cuenta a la sociedad” de sus actos “mientras no afecten a nadie más que a sí mismo”. En la que sin duda es su obra más valorada, “Sobre la libertad” (On Liberty) publicada en 1858, afirma que la sociedad no puede legislar sobre la “vida privada”, y obligar a un hombre a hacer o dejar de hacer una cosa porque esto sea mejor o peor para él, pues “la libertad es el derecho a la no interferencia”: afirma tajante que “sobre sí mismo, y sobre su cuerpo, el individuo es soberano”: Pero se ha objetado a esta posición si acaso es posible encontrar una “acción humana” cuyas consecuencias “solo afecten a uno mismo” (una escisión entre los ámbitos “publico” y “privado” que será duramente criticada por el marxismo).

     El pensamiento de Stuart Mill se deja ejemplificar con la soberbia e inagotable película titulada “Master and Commander: Al otro lado del mundo” (FOX 2003) de Peter Weir, a partir de una de las muchas novelas de Patrick O'Brian sobre las andanzas de lord Thomas Cocharne, marino escocés que luchó en las guerras napoleónicas en defensa de la corona británica. Nos centramos en la amistad de los dos protagonistas, el recio e inquebrantable capitán Jack “Lucky” Aubrey (Russell Crowe) y su compañero de sesiones musicales (y para muestra un botón en el siguiente enlace), el medico de a bordo, Stephen Marutin (Paul Bettany) hombre de ciencia y experto naturalista, interesado por el hallazgo de “nuevas especies”, por aquel entonces desconocidas en Europa… en realidad un trasunto de Charles Darwin (pero eso ya es otra historia, que abordaremos en su momento en un futuro artículo en esta misma bitácora).

     En la primera escena seleccionada nos encontramos con una situación dramática: en medio de un furioso temporal, el “palo de mesana” del barco cede y se precipita al mar, arrastrando consigo a un joven grumete. Las amarras se tensan y el palo hace de “ancla flotante”, escorando el barco hasta casi volcarlo. El capitán debe tomar “la decisión más útil”, “la más beneficiosa para todos” y la que suponga “el mal menor”. Es esta una “decisión moral” ineludible: socorrer al marinero en peligro, o “cortar las amarras” que amenazan el barco, sacrificando la vida del joven, que morirá engullido por las olas, asegurando así la supervivencia del resto de la tribulación. Una decisión dura… pero inevitable (el gesto terrible del contramaestre es verdaderamente imponente: “sabes lo que tienes que hacer: ¡hazlo!”… ¿un “imperativo categórico” pensado, no verbalizado?).

     La segunda escena es más sutil pero igualmente reveladora del sentir utilitario: herido accidentalmente por un pisparo, el doctor Marutin se debate “entre la vida y la muerte” por culpa de una bala que puede empezar a gangrenarle el estómago, mientras su amigo el capitán, con el barco francés al que ha de dar caza “a tiro de piedra”, debe decidir si continuar la persecución o desembarcar en tierra para procurar operar a su amigo y salvar su vida. Y la decisión es plenamente utilitaria: Lucky” Aubrey sabe que no le serviría de mucho “entrar en combate” sin disponer de un médico para curar las heridas de sus soldados. Salvar al doctor merece “un sacrificio momentáneo”, dejar escapar a la inminente presa, en busca de “un beneficio mayor”, asegurar la victoria futura… ¿Una “moral por provisión”? Parece que los opuestos morales “se tocan” (del racionalismo de Descartes al formalismo de Kant, pasando por el empirismo utilitarista de Stuart Mill).

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