martes, 4 de abril de 2023

El nacimiento de la filosofía positiva


     El sustantivo “positivo” es uno de esos conceptos que, de tanto que connotan, al final parecen no denotar nada. Por eso conviene aclarar bien los términos, y para ello nada mejor que echar mano del primer autor que desarrolla, “de facto”, una “filosofía positiva” en sentido estricto. Se trata del filósofo francés Auguste Comte (1798 a 1857) que en su obra más popular, “Discurso sobre el espíritu positivo” (Discours sur l'esprit positif) de 1844, define la posición de partida como sigue:

     “Considerada en primer lugar en su acepción más antigua y más común, la palabra “positivo” designa lo “real”, por oposición a lo quimérico. En un segundo sentido indica el contraste de “lo útil” y lo inútil. Según una tercera significación se emplea con frecuencia para ejemplificar la oposición entre la “certeza” y la indecisión. Una cuarta acepción consiste en oponer lo “preciso” a lo vago. Y por último una quinta aplicación cuando se emplea la palabra “positivo” como lo contrario de negativo”.

     Cabría por tanto englobar bajo el rótulo positivismo a toda doctrina que destaca la importancia de “lo positivo”, “lo cierto”, “lo efectivo”, “lo dado”, “lo verdadero”, “lo aprehensible” (especialmente lo aprehensible por medio de los sentidos). Así definido, distinguiremos cuatro líneas históricas de actuación: un “positivismo social” (Comte y Stuart Mill), un “positivismo evolutivo” (Lamarck, Darwin, Spencer y Heackel), un “empiriocriticismo” (Match y Avenarius), y un “positivismo lógico” (Moritz Schlick, Rudolf Carnap, Otto Neurath y demás autores del Círculo de Viena).  

     Comte es deudor de la obra de su maestro Claude-Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760 a 1828) que concibe la historia regida por una “ley general” que determina la sucesión de “etapas orgánicas” y “etapas críticas”. La etapa orgánica se caracteriza por partir de un "sistema de creencias establecido" que se desarrolla y progresa dentro de sus límites internos. Y cuando esta idea entra en “crisis”’ como consecuencia del "progreso", surge una etapa crítica, que "revoluciona la situación precedente". Como consecuencia se sucederá una época en la que la filosofía será “positiva” y supondrá el fundamento de un nuevo sistema religioso, político, moral y educativo. En esta nueva organización social, el “poder espiritual” quedará en manos de los sabios (los “científicos”) que son los que pueden predecir un mayor número de cosas, mientras que el “poder temporal” recaería en los “industriales”, que son los verdaderos productores del poder político y los únicos facultados para desarrollar una auténtica “reforma social”.

     Comte ahonda esta idea con su famosísima “Ley de la evolución intelectual de la humanidad” o “Ley de los tres estados” (Loi des tres états): el estado “teológico o ficticio” (L´état théologique), el estado “metafísico o abstracto” (L´état métaphysique), el estado “positivo o real” (L´état scientifique). El estadio teológico orienta sus investigaciones hacia la “naturaleza íntima de los seres” y hacia las “causas primeras”, que representa los fenómenos como producto de la acción directa y continua de “agentes sobrenaturales” que explican todas la anomalías aparentes del Universo y que van desde el “fetichismo” y el “politeísmo” al “monoteísmo”. El estadio metafísico sustituye estos agentes sobrenaturales por “fuerzas abstractas” capaces de engendrar ellas mismas todos los fenómenos naturales, y surgen los conceptos de “naturaleza”, “sustancia”, “esencia”… generando una “ontología” que, si bien supera la imaginación previa, no consigue acomodarse a la verdadera observación. En el estadio positivo hipótesis e hipóstasis metafísicas fenecen en beneficio de una “investigación de los fenómenos” limitada a la enunciación de sus "relaciones" (sus “leyes efectivas”), haciendo uso para ello de la combinación de “razonamiento” y “observación”.

     Nuestro autor niega de una forma rotunda la “metafísica” (tal y como había sido desarrollada por los idealistas alemanes), a la par que exige atenerse a los “hechos observados”, a la realidad “empíricamente dada” (tal y como habían preconizado antes los autores empiristas, de Newton a Hume). Si consideramos que la metafísica pretende dar cuenta del “ser de las cosas” (de su “esencia”) el positivismo negará esta premisa y propondrá una actitud “antimetafísica” que obliga a considerar real y efectivo solo "lo perceptible", "lo fenoménico", "lo positivo".

     Pero “lo positivo” aparece como un “estado total” que acata la necesidad de un orden jerárquico en las ciencias. Lo que caracteriza a cada "ciencia" no es su vinculación al periodo social correspondiente, sino su gradual anticipación en el camino que conduce a lo positivo, el hecho de que “su jerarquización coincida con su mayor o menor grado de positivización”. Se proyecta así una "pirámide científica" que, dependiendo de la concreción de su objeto de estudio, pasa de la “astronomía” a la “física”, la “química”, la “biología” y finalmente la “sociología”.

     Comte no incluye aquí las “matemáticas”, porque son la base de todas las demás ciencias, ni la “psicología”, porque no es una ciencia ni es susceptible de llegar a serlo. Por la enorme concreción de sus objetos, la “sociología” (“física social”, como es denominada en un primer momento) es la que con más retraso se ha subido al carro de lo positivo; definida como “ciencia del hombre y de la sociedad convertida por mor del método naturalista en una estática y dinámica de lo social”, será la que caracterice el advenimiento del “estadio positivo total”.

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